Capítulo 8

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No sabía muy bien en que punto Brian había logrado escondernos en la misma sala con los cuerpos colgados. Había determinado que era la única habitación donde realmente podíamos estar seguros.

Si esos hombres eran los que habían descubierto el suicidio, suponiendo que es suicido, no buscarían en el mismo lugar de los cuerpos.

Yo no había dicho absolutamente ninguna palabra desde hace horas, sujetada a mi katana y con la mirada perdida en mis recuerdos. No noté cuando Brian salía a revisar y esperar, por mi parte solo visualizaba los rostros de esas personas colgadas que me recordaban quién era Baltazar y cuales eran su modo de juego.

—¿Necesitas hablar?

Aún sin mi respuesta, el rostro de Brian daba luces de un hombre preocupado por su compañera, quizá mi poca naturalidad era lo que realmente le preocupaba más allá del olor fetido que inundaba nuestro refugio.

Se sienta a mi lado, sus pies suavemente rozan mis botines reclamando atención, era un pequeño toque ante tanto caos repentino.

—¿Estás enojada?

Me hace gracia su pregunta, no es en si la pregunta, sino la forma. Su tono titubeante acompañado de la mirada directa y profunda.

—De verdad pensé que venir hasta aquí sería una muy buena idea, vendas o leche para el pandemico o pandemica— agrega—, yo lamentó ponerte en esta situación.

—No estoy molesta Brian, solo me preocupa que esas voces nos hagan lo mismo que a ellos.

Por su rostro intuye que hay más pero evitó su mirada para esconder mi rostro inseguro  en mis piernas.

— ¿Te refieres a nuestros amigos?

Sonrió para mi. Hay que reconocer que su sentido del humor es algo digno de alabar.

Su calor me ayuda apegarme a la realidad y no a la tormenta de mis pensamientos. Sus pies se mueven frenéticamente y luego de algunos minutos en silencio rompe con su carraspeo.

—¿Por qué estas tan... angustiada?

—Hay dos cuerpos colgados con un B en su cuerpo... probablemente esos ruidos es de las mismas personas que hacen estas maravillas de acciones.

Se queda en silencio nuevamente, y así nos pasamos callados por un buen par de horas.

El sádico y psicopata animal que lidera esa comunidad era el culpable de la muerte de mi tío. Claudio había sido un buen apoyo para mis momentos oscuros, no por su pertinencia, si no por ser el sostén para mi padre, evitó que nos derrumbarámos cuando mi madre se trasnformó, me enseño a degollar animales y también a dormir en los árboles.

Durante esos meses con Baltazar, mi tío solía ofrecerse de voluntarío para cazar y buscar provisiones, así mi papá podía quedarse conmigo y evitar que me refugiará en mi soledad como arma de escape.

El recuerdo de esos meses al inicio fueron calidos, como un espacio de seguridad donde puedes vivir en una comunidad, pero descubrir los secretos que tenían esa secta era salida de una película de terror. La venta de los cuerpos de mujeres era solo un trozo de pastel, la pedofilia era lo repugnante pero los juegos... lo juegos eran repulsivos.

—Cuando era pequeño, mi mamá solía jugar al juego del silencio, siempre lo ganaba pero tú eres una rival digna de afrontar.

—¿Quieres que lo juguemos?—susurro mirando mis pies en el suelo—, vale, broma pesada. ¿Qué edad tenías cuando jugabas a eso?

Mi compañero se queda en silencio por un momento, no realiza ninguna acción más que intentar contar pero finalmente levanta cinco dedos con su mano.

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