Capítulo 2

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Paramos para pasar la noche, conducir a estas alturas era altamente peligroso, ya sea por las luces, o el ruido. Nos metimos por un alambrado, no era mi preferencia quedarnos allí, en medio de la nada pero al menos nos ayudó a separar el prado y  la carretera.

Dormir a estas alturas parecía una broma de mal gusto, pero aún así lo intentamos. Decidí tomar el segundo turno de guardia, era muy obvio que no pegaría un ojo en toda la noche.

Yo no conocía quienes era , de donde habían salido y que clase de costumbres tenían. Era imposible que me fiara de ellos.  Pero...  aquel gesto, estaba en mi mente, ese tipo había arriesgado su vida para salvarme de ese zombie, sumado a su acción por quedarse conmigo para quitar el camión.

Mi estómago da un golpe, mi mente trae a colación la imagen de mi padre destruido de forma rápida y sencilla por él.

Tomo un bocado de aire intentando que tal acción libere mi mente, pero no, la escena parece repetirse en cámara lenta.

Antes solía confiar en todo el mundo, digo... lo hacía regularmente, pero ahora, estoy parada con una katana, tengo tres cuchillos metidos en un cinturón y manejo una pistola para defenderme, ¿Qué clase de vida estoy viviendo?

Las noches como hoy me hacen pensar que la mejor solución es el suicidio, pero soy demasiado cobarde para intentarlo, creo de alguna forma que podré encontrar un lugar que pueda estar tranquila aunque sea una semana de esas cosas llamadas caminantes.

La brisa de la noche me rodea, logra que acurruque mis manos en mi cuerpo.  El clima está bastante helado para corresponder a la estación en que estamos.

La verdad prefería hacer el turno en la cabina de la camionera. Observo claramente que el silencio es tan absoluto que dudo que  alguien aparezca. Siento el sonido de la puerta de la camioneta abriéndose, aún no es tiempo de pasar el turno por lo que frunzo el ceño.

—¿Quieres cambiar?

La voz del rubio es mucho más profunda que desde hace unas horas. Tiene unas ojeras grandes, por lo visto no ha podido dormir en todo este tiempo. Tal actitud lo entiendo, pocas veces puedo dormir si no estoy segura de que estaré bien.

Lo miro incrédula por su pregunta y contesto negando con mi cabeza. Él da un paso y se sienta en el costado izquierdo del vehículo. Supongo que es una forma de entablar conversación, por lo que dejo de fruncir mi ceño, y relajo mi rostro.

El rubio logra sacarme varias sonrisas, es la amabilidad y compasión en el persona. Respeta mi espacio, y sus chistes no terminan con deseos de vomitar.

Pero en media hora,  los temas de conversación se han acabado.  Ni él, ni yo hemos podido decir algo, estoy casi segura que soltaré algo totalmente fuera de lugar.

Pasa el tiempo y ninguno de los dos menciona algo, estoy casi segura que terminare por decir algo totalmente estúpido para aliviar el silencio incómodo. Papá solía mencionarme que era una parlanchina, jamás podía quedarme callada porque odiaba el silencio, pero ahora...estoy más acostumbrada a el silencio que al sonido de otra persona.

—¿Hace cuánto que estabas en la ciudad?

Tomo un bocado de aire y pienso claramente mis palabras, podría soltarle todo, pero mi pasado no es algo que me sea fácil de aceptar y mucho menos hablar.

—Desde que el primer brote azotó a la ciudad.

Los recuerdos me invaden por unos segundos, el momento en que todo explotó estaba en alguna cabaña, habíamos ido a parar allí luego de la pérdida de mamá. Agradezco no haber estado sola, mi tío era una pieza clave en brindarme tranquilidad, si en ese entonces sospechaba de mi papá y mi tío, ahora era casi seguro que ellos sabían cómo enfrentar esta situación mucho antes que los brotes comenzaran, quizá eso sea por su conexión con los asuntos del estado.

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