Capítulo 10

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Los recuerdos eran lo que realmente me ahogaba; en ese momento me había refugiado en el paso de los segundos como un viejo amigo. Cada bombeo de mi corazón era un paso más cerca de mi muerte. Mi cuerpo era más un enemigo que un buen amante; no me acompañaba, el dolor era agobiante, casi paralizante. Un desborde de calor me incapacitaba a seguir huyendo y mi mejor opción, siendo lógica, era entregarme a mi verdugo.

Sin embargo, yo había decidido vivir, y esa resolución me impulsaba a meditar en los posibles caminos. Luchar era la única vía que tenía. Desde la muerte de mi familia, los sacrificios de mi tío y padre habían calado en mi alma. Ese dolor de perder personas me alejó de cualquier posible vínculo, y que hoy se derrumba con solo la idea de ser cómplice de otras muertes. ¿Cómo viviría luego de aquello? ¿Cómo lograría sobrevivir a eso?

Al moverme por la tormenta de pensamientos, un pequeño grito salió de mi boca. Para mi desgracia, el pantalón se encontraba adherido a mi herida, arrastrando los pedazos de piel con él. Podría jurar que mis músculos estaban siendo cortados por cada movimiento, y la sensación de humedad en mi pierna provocaba que la situación fuera aún más dolorosa e incómoda.

Mis ojos buscan nuevamente una pequeña ventanilla, una nueva forma de salir, pero el sonido de las gargantas carraspeando me anuncia que están más cerca de lo necesario para huir.

—Debes agradecer que la bala solo te rozó —menciona con un tono inaudible.

Me cuesta pensar en que realmente las cosas estén fuera de mis manos y aquel error me pese más de lo calculado.

—¿Cómo estás tan seguro? —contesté, para evitar gritar por el dolor—. ¿No deberías estar preocupado en cómo saldremos de esto?

—Te habrías desmayado —afirma—, eres enfermera, deberías al menos recordar las hemorragias.

No respondo nada porque el dolor es quemante, como un fierro caliente sobre mi piel. Pero regulo mi respiración: si logro que mi corazón se acelere, me desangraré más rápido y mi muerte será inminente.

—¿¡Qué esperas!? El torniquete...

Obedezco, y sin pensarlo me abro los botones para deslizar el jeans hacia mi muslo, donde la sangre fluye y empapa el material. Me lo quito rápido, con dolor, para terminar amarrando con un pedazo de mi camisa el famoso torniquete.

A lo lejos, sin desearlo, se oyen las voces de personas, logrando que ambos nos quedemos en total silencio, sin respirar, para lograr descifrar la distancia.

—Tienes que irte —vocifero entre ruegos—. Si sigues acá, no podrás escapar.

—Suficiente, Hayley, te he dicho que estamos juntos en esto —corta.

Habla con un tono firme y seguro, como una roca imposible de mover, aun cuando estás en riesgo de morir.

—Solo me buscan a mí; quedarte sería estúpido —le contradigo—. Si te quedas, no podrás volver con Lily.

—Lily jamás me perdonaría abandonarte.

Estaba dolida por las miradas de juicio de mi supuesta familia. Era algo difícil de digerir para alguien que mantuvo una pared de ladrillos por tanto tiempo. Salí disparada de esa habitación y busqué a la única persona que podría darme algo de realidad ante mis miedos.

Brian me siguió; se había levantado tan rápido que logró alcanzarme apenas toqué el pomo de la puerta. Su mano se posicionó junto a la mía para así evitar que avanzara. Solo la corriente de calor fue lo que me obligó a mirarlo, y por unos segundos sus ojos profundos se detuvieron junto a los míos.

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