CAPITULO 1

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Necesitaba un hombre.

A ser posible uno al que le sobraran ciento cincuenta mil dólares.

Lucia Sandoval contemplaba en silencio la pequeña fogata que

ardía en el centro de su salón y se preguntaba si oficialmente acababa de

volverse loca. El trozo de papel que tenía en la mano describía todas las

cualidades que quería que tuviera su alma gemela. Lealtad. Inteligencia. Sentido

del humor. Fuertes vínculos familiares y amor por los animales. Unos ingresos

importantes.

La may oría de los ingredientes ya se estaba cocinando. Un pelo procedente

de un miembro masculino de la familia (su hermano todavía estaba cabreado

con ella). Una mezcla de hierbas aromáticas (seguramente para concederle a su

alma gemela un lado tierno). Y un palito para... en fin, esperaba que no fuera

para lo que se temía.

Tomó una honda bocanada de aire, y después tiró la lista al cubo metálico y

la observó arder. Se sentía un poco tonta por emplear un hechizo de amor, pero

era la única opción que le quedaba y tenía muy poco que perder. Puesto que era

la dueña de una librería independiente emplazada en una moderna ciudad

universitaria en el norte del estado de Nueva York, pensaba que podía permitirse

ciertas excentricidades. Como, por ejemplo, rezarle a la Madre Tierra para que

le enviara al hombre perfecto.

Lucia extendió el brazo para coger el extintor cuando vio que las llamas

aumentaban. Al ascender el humo, se acordó de aquella vez que se le quemó la

base de una pizza en el horno. Frunció la nariz, pulverizó con agua el cubo y

alrededor de la alfombra y se fue a buscar una copa de vino tinto para

celebrarlo.

Su madre tendría que vender Tara.

El hogar familiar.

Reflexionó sobre el dilema mientras cogía una botella de cabernet sauvignon.

La librería ya tenía una hipoteca que apenas podía pagar. De modo que debía

sopesar muy bien cómo llevar a cabo la ampliación para añadirle una cafetería,

sobre todo porque estaba a dos velas. Echó un vistazo por el apartamento de estilo

victoriano y tardó poco en llegar a la conclusión de que no había nada que

vender. Ni siquiera en eBay.

Tenía veintitres años y debería vivir en un bloque de pisos moderno, vestir

ropa de marca y salir con un hombre distinto cada fin de semana. En cambio,
adoptaba perros que recogía el refugio de animales local y se compraba

pañuelos con estilo para alegrar un poco su ropa. Creía a pies juntillas que había

que vivir el momento y estar abierta a cualquiera posibilidad. Debía seguir los

dictados de su corazón. Por desgracia, ese estilo de vida no salvaría el hogar de su

madre.

Bebió un sorbo de vino y reconoció que poco más podía hacer. Nadie tenía el

Matrimonio por ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora