CAPITULO 2

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Alex echó un vistazo a su alrededor, satisfecho con el resultado. Su sala de

reuniones destilaba un aire profesional, y el ramo de flores frescas que su

secretaria había colocado a modo de centro de mesa le confería un toque

personal a la mullida moqueta de color vino tinto, a la reluciente madera de

cerezo y a los sillones de cuero claro. Los contratos estaban situados con suma

precisión, junto a una elegante bandeja de plata con té, café y una selección de

pastas. Un ambiente formal, aunque amistoso... tal como quería que fuese el

talante de su matrimonio.

Decidió olvidar el nudo que se le formaba en el estómago cada vez que

pensaba en volver a ver a Lucia Sandoval. Se preguntó cómo habría

madurado. Las anécdotas que le había contado su hermana describían a una

mujer impulsiva e imprudente. Al principio, pensó en rechazar la sugerencia de

Maggie: Lucia no encajaba en la imagen que él necesitaba. Los recuerdos de

una niña de espíritu libre con una coleta al viento lo atormentaban con insistencia.

Sin embargo, sabía que era la propietaria de una respetable librería. Aún pensaba

en ella como en la compañera de juegos de Maggie, aunque llevara años sin

verla.

Pero se le acababa el tiempo.

Compartían vivencias de un pasado lejano y tenía el presentimiento de que

Lucia era de fiar. Tal vez no encajara en su imagen de esposa perfecta, pero

necesitaba el dinero. Deprisa. Maggie no le había contado el motivo, pero sí le

había asegurado que Lucia estaba desesperada. Que necesitara dinero le

resultaba cómodo, porque dejaba las cosas muy claras. Sin ambigüedades. Sin

sueños de establecer una relación íntima entre ellos. Una transacción de negocios

formal entre viejos amigos. Algo soportable para él.

Hizo ademán de pulsar el botón del interfono para hablar con su secretaria,

pero la pesada puerta se abrió en ese preciso momento antes de cerrarse con un

golpe seco.

Se volvió hacia la puerta.

Unos ojazos verde claro se clavaron en su cara sin apenas titubear y con una

expresión tan clara que le indicó que esa mujer sería incapaz de ganar una

partida de póquer: poseía una sinceridad brutal y jamás iría de farol. Aunque

reconocía esos ojos, la edad había cambiado el color a una inquietante mezcla de

aguamarina y zafiro. Su mente imaginó una imagen muy concreta: se vio

sumergiéndose en el mar del Caribe para desentrañar sus misterios e imaginó un cielo azul tan inmenso como el que describía Sinatra en una de sus canciones, con

un horizonte tan amplio que ningún hombre sabría dónde empezaba y dónde

acababa.

Sus ojos contrastaban muchísimo con el Castaño de su pelo, una

Matrimonio por ContratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora