Lucia se removió en el asiento, mientras se prolongaba el silencio reinante en el
BMW negro. Su futuro marido parecía igual de incómodo, pero decidió
concentrar su energía en su reproductor de MP3. Intentó no hacer una mueca
cuando él eligió a Mozart. A Alex le gustaba la música sin letra. Casi se
estremeció al pensar en compartir casa con él.
¡Durante todo un año!
—¿No tienes nada de BlackEyed Peas?
Él pareció desconcertado por la pregunta.
—¿Cómo dices?
Contuvo un gemido.
—Me conformaría con cualquiera de los clásicos: Sinatra, Bennett, Martin…
Alex guardó silencio.
—¿Los Eagles? ¿Los Beatles? Por favor, dime que te suena alguno de los
nombres.
Vio que él tensaba los hombros.
—Sé quiénes son. ¿Prefieres Beethoven?
—Déjalo.
Se sumieron de nuevo en el silencio, roto únicamente por la música de piano
de fondo. Lucia sabía que los dos se iban poniendo más nerviosos a medida que
se reducían los kilómetros que los separaban de casa de sus padres. Interpretar a
una pareja enamorada no sería fácil cuando eran incapaces de mantener una
conversación de dos minutos. Decidió intentarlo de nuevo.
—Maggie me ha dicho que tienes un pez.
Ese comentario le valió una mirada gélida.
—Sí.
—¿Cómo se llama?
—Pez.
Parpadeó al escucharlo.
—¿Ni siquiera le has puesto nombre?
—¿He cometido un delito?
—¿No sabes que los animales tienen sentimientos al igual que las personas?
—No me gustan los animales —adujo él.
—¿Por qué? ¿Te dan miedo?
—Claro que no.
—Te asustaste de la serpiente que encontramos en el bosque. ¿Recuerdas que no querías acercarte y pusiste excusas para irte?
Tuvo la sensación de que la temperatura descendía unos cuantos grados
dentro del coche.
—No me asusté, es que pasaba del bicho. Ya te he dicho que no me gustan los
animales.
Resopló, pero después se mantuvo en silencio. Tachó otra cualidad de su lista.
La Madre Tierra no daba una. Lucia decidió no contarle a su futuro marido lo del
refugio de animales. Cuando estaban sobrepasados, siempre se llevaba algunos
perros a casa hasta que hubiera plazas libres. El instinto le decía que Alex pondría
el grito en el cielo. Si acaso conseguía reunir la emoción necesaria para perder el
control.
La posibilidad la intrigaba.
—¿De qué te ríes? —le preguntó él.
—De nada. ¿Recuerdas todo lo que hemos hablado?
Alex soltó un suspiro hastiado.
—Sí. Hemos repasado a todos los miembros de tu familia en profundidad. Me
sé los nombres y sus vidas por encima. Por el amor de Dios, Lucia, que jugaba
en tu casa cuando éramos pequeños.
Gruñó al escucharlo.
—Tú solo venías a buscar las galletas de chocolate de mi madre. Y te
encantaba torturarnos a tu hermana y a mí. Además, eso fue hace muchos años.
No te has relacionado con ellos durante la última década. —Intentó disimular la
amargura con todas sus fuerzas, pero la facilidad con la que Alex se había
desentendido de su pasado sin mirar atrás seguía escociéndole—. Por cierto, no
hablas de tus padres. ¿Has hablado con tu padre últimamente?
Se preguntó si sería posible acabar con hipotermia por el frío que Alex
desprendía.
—No.
Esperó a que añadiera algo más, pero no lo hizo.
—¿Qué me dices de tu madre? ¿Se ha vuelto a casar?
—No. No quiero hablar de mis padres. No tiene sentido hacerlo.
—Maravilloso. ¿Y qué vamos a decirle a mi familia sobre ellos? Porque van a
preguntar.
Cuando Alex habló, sus palabras fueron cortantes.
—Diles que mi padre está en México y que mi madre anda en alguna parte
con su nuevo novio. Diles lo que te dé la gana. De todas formas no van a asistir a
la boda.
Lucia abrió la boca para protestar, pero la mirada que le lanzó Alex le dejó
muy claro que el tema estaba zanjado. Genial. Le encantaba su don de gentes.
Indicó la señal de tráfico a la que estaban llegando.
—Esa es la salida para la casa de mis padres.
Alex aparcó en el camino de entrada circular y apagó el motor. Los dos
contemplaron la casa blanca de estilo victoriano. La estructura irradiaba calidez
desde cada una de las columnas clásicas del elegante porche que rodeaba toda la
casa. Los sauces llorones flanqueaban el jardín casi con gesto protector. Unos
enormes ventanales con contraventanas negras salpicaban la fachada. La
oscuridad ocultaba las señales del descuido ocasionado por las dificultades
económicas. Escondía la pintura descascarillada de las columnas, los escalones
desvencijados del patio y el tejado maltrecho. Lucia suspiró cuando el ambiente
de su hogar la envolvió como una cálida manta.
—¿Estás lista? —le preguntó Alex
Lo miró. Su expresión era impasible y su mirada, distante. Tenía un aspecto
relajado y elegante con los Dockers color caqui, la camiseta blanca de Calvin
Klein y los náuticos de piel. Su pelo aclarado por el sol estaba muy bien peinado,
salvo por el mechón rebelde que caía sobre su frente. La camiseta se ceñía a su
torso de maravilla. Demasiado bien para su gusto. Era evidente que hacía pesas.
Se preguntó si tendría una buena tableta de chocolate, pero la idea le provocó una
extraña sensación en el estómago, así que decidió olvidarse del tema y
concentrarse en el problema que se les avecinaba.
—Ni que acabaras de pisar una mierda de perro.
La expresión impasible de Alex desapareció y esbozó una sonrisilla torcida.
—Esto… Maggie me ha dicho que escribías poesía.
—Se supone que estamos locamente enamorados. Si sospechan lo contrario,
no podré casarme contigo y mi madre convertirá mi vida en un infierno. Así que
métete en el papel. Y que no te dé miedo tocarme. Te prometo que no tengo
sarna ni nada del estilo.
—No me da miedo…
Alex siseó cuando ella extendió el brazo y le apartó el mechón rebelde de la
frente. El tacto sedoso de su pelo en los dedos la complació. La expresión
desconcertada de su cara hizo que cediera a la tentación de continuar la caricia y
pasarle el dorso de los dedos muy despacio por la mejilla. Su piel era suave y
áspera a la vez.
—¿Lo ves? No pasa nada.
Esos labios carnosos hicieron un mohín que ella supuso que era de irritación.
Saltaba a la vista que Alejandro Rivera no la consideraba una adulta, sino una especie de
ser humano asexuado. Como una ameba.
Lucia abrió la puerta y le impidió replicar al decir:
—Que empiece el espectáculo.
Alex masculló algo y la siguió.
No tuvieron ni que molestarse en llamar al timbre. Los miembros de su
familia salieron uno a uno, hasta que el porche delantero estuvo atestado con sus
chillonas hermanas y con varios hombres que no les quitaban los ojos de encima.
Lucia había llamado para decirles que se había comprometido. Se había
inventado que llevaba un tiempo saliendo con Alex en secreto, que lo suyo había
sido un romance fulminante y que se habían comprometido de forma impulsiva.
Hizo hincapié en el pasado que compartían para que sus padres creyeran que
habían mantenido el contacto a lo largo de los años y que seguían siendo amigos.
Alex intentó quedarse rezagado, pero sus hermanas se negaron a darle el
gusto. Isabella y Genevieve se lanzaron a sus brazos para darle un achuchón sin
dejar de hablar.
—¡Enhorabuena!
—¡Bienvenido a la familia!
—Izzy, te dije que sería guapísimo. ¿A que es increíble? ¡Amigos de la
infancia que ahora serán marido y mujer!
—¿Tenéis ya fecha para la boda?
—¿Puedo ir a la despedida de soltera?
Alex parecía estar a punto de saltar por la barandilla del porche para salir
corriendo.
Lucia se echó a reír. Interrumpió a sus hermanas gemelas con un abrazo.
—Dejad de aterrorizarlo, chicas. Por fin tengo un prometido. No me lo
vay áis a estropear.
Sus hermanas se echaron a reír. Eran dos chicas idénticas de dieciséis años
con el pelo del color del chocolate, los ojos azules y unas piernas larguísimas.
Una llevaba ortodoncia, la otra no. Lucia estaba convencidísima de que sus
profesores agradecían mucho ese detalle. Sus hermanas eran muy traviesas y les
encantaba gastar bromas, haciéndose pasar la una por la otra.
Un grito exigente se hizo con su atención. Levantó al angelito rubio que tenía a
los pies y cubrió de besos a su sobrina de tres años.
—Taylor Bicho Malo, te presento a Alex Rivera. Tío Alex para ti, mocosa.
Taylor lo miró con la cuidadosa atención de la que solo eran capaces los niños
pequeños. Alex esperó su opinión con paciencia. Después, su carita esbozó una
sonrisa deslumbrante.
—¡Hola, Alex!
Él le devolvió la sonrisa.
—Hola, Tay lor.
—Aprobación recibida —dijo Lucia. Le hizo un gesto a Alex para que se
acercara—. Deja que siga con las presentaciones. Mis hermanas gemelas,
Isabella y Genevieve, y a creciditas y sin pañales. —Pasó de sus gemidos de
protesta y sonrió—. Mi cuñada, Gina. Y ya conoces a mi hermano Lance y a
mis padres. Chicos, os presento a Alejandro Rivera , mi prometido.
Ni siquiera se trabó con la palabra.
Su madre, Maria, tomó la cara de Alex entre las manos y le dio un fuerte
beso.—Alex, mírate qué grande estás. —Abrió los brazos en señal de bienvenida—.
Y qué guapo.
Lucia se preguntó si lo que veía en las mejillas de Alex era rubor, pero
después desechó la idea.
Alex carraspeó.
—Esto… gracias, señora Sandoval. Hace siglos que no nos vemos.
Lance le dio un puñetazo amistoso en el hombro.
—Alex , tío, sí que hace siglos que no te veo. Y ahora me entero de que vas a
formar parte de la familia. Enhorabuena.
—Gracias.
Su padre se adelantó y le tendió la mano.
—Llámame Jim —le dijo—. Recuerdo que te pasabas la vida atormentando a
mi pequeñina. Creo que su primer taco oficial lo pronunció pensando en ti.
—Pues creo que sigo teniendo el mismo efecto —replicó Alex con sorna.
El padre soltó una carcajada. Gina se apartó de Lance para darle un fuerte
abrazo.
—Ahora a lo mejor cuento con alguien para igualar las fuerzas —dijo ella.
Sus ojos verdes brillaban—. Siempre acabo perdiendo en las reuniones
familiares.
Lucia soltó una carcajada.
—Es un hombre, Gina. Créeme, se pondrá de parte de Lance siempre.
Lance volvió a abrazar a su mujer, rodeándole la cintura con los brazos.
—Las cosas empiezan a cambiar. Por fin contaré con otro hombre en la casa
para enfrentarme al síndrome premenstrual.
Lucia le dio un puñetazo en el brazo. Y Gina le golpeó el otro.
Maria chasqueó la lengua.
—Lancelot, los caballeros no hablan así cuando hay damas presentes.
—¿Qué damas?
Maria le dio un azote en el trasero.
—Todos adentro. Brindaremos con champán, comeremos y después nos
tomaremos un buen café.
—¿Puedo beber champán?
—¿Y y o?
Maria negó con la cabeza mientras miraba a las dos chicas, que se habían
postrado de rodillas a sus pies con actitud suplicante.
—Vais a beber zumo de manzana con gas. He comprado una botella para la
ocasión.
—¡Yo también, y o también!
Lucia miró a la pequeña que tenía en brazos con una sonrisa.
—De acuerdo, mocosa. Tú también beberás zumo de manzana.
Dejó a su sobrina en el suelo y la vio correr hacia la cocina, afectada por la
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Matrimonio por Contrato
FanficAlejandro Rivera no cree en sentimientos, ni en compromisos. ¿Amor, matrimonio, familia? Esos conceptos ni siquiera existen en su mundo regido por la eficacia y la profesionalidad que le han permitido triunfar en su profesión. Pero la familia y sus...