Quizás es por las parejas que me han rodeado desde mi crecimiento, provocándome un miedo abismal sobre el amor...
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Si no existiesen los gatos, la vida no sería tan buena.
Es lo que mi versión minimin piensa, en un día con emoción, donde solo despiertas para alguna que otra aventura, en ese entonces no existía la "preocupación". Ni los problemas, y mucho menos la obligación. Bueno, solo de sacar a mi gata al jardín para que haga su popo.
Cada aforismo que lanzó mi padre cuando traje un animal a casa fue abominable, un humano recto y derecho, alto y esbelto, cabello oscuro como la esquinas de mi habitación por las noches, un rostro tan quieto como estatua, era tan indiferente que en ocasiones intenté sacarle una sonrisa, una como las mías. Aunque fue una misión complicada que no acabó bien.
—Pequeña Fox. —con una voz estricta y sin emoción alguna más que seriedad; así me llamaba, pues mi nombre le resultaba infantil y absurdo, un comentario que él cree que yo no oí, y sin embargo lo hice al estar metida en su armario porque...
Simplemente me gustaba estar allí. Envuelta con sus enormes sacos de vestir y hasta los de invierno, me sentía segura, querida. Su olor tan asombroso, hasta creía que me abrazaba, cuando en realidad era solamente sus prendas.
Mi rostro inclinó en confusión ante su aparición tan demandante, y era por el pequeño minino que yo traía cargando con una sonrisa. Me sentí un tanto impaciente, al punto de levantar totalmente la cabeza para verlo, ya que le llegaba un poco más de las rodillas. Mi padre estiró su brazo hacia el animal y lo sostuvo, alejándolo de mí. Se acomodó los anteojos mientras lo escudriñaba como si se tratara de una bestia.
—Si crees poder tener un animal, tienes que saber que es como un humano, necesita un horario para todo. Comer e ir al baño. —explicó.
—Te olvidas de "dormir". —le recordé como un buen punto.
—Eso no es tan importante. Estoy tan seguro que lo hará la mayoría del día.
—Entonces no hay que preocuparse por lo demás.
Mi padre suspiró, extenuante.
—Me haré cargo, lo prometo. —insistí ante su cambio abrupto.
Juro que en ese momento crucé hasta los dedos de los pies para oír un sí.
—No quiero ver sus necesidades en mi jardín, ¿de acuerdo? —Dio como última petición, o más bien orden.
Asentí energética mientras recibía de vuelta al minino. Un día glorioso. Y me di cuenta de que su cuidado sería tan sencillo, pues mi gata, a quien nombré "Mimi", escondía su popo en la tierra. Ella me ahorró el trabajo.
Al pasar de los días se volvió mi cómplice, y por supuesto que estuvo de acuerdo cuando una vez decidí huir de casa. Bajaba a toda prisa las escaleras, sujetando a Mimi.
—¡Minnie, regresa por favor! —grita desde el piso de arriba el chico que hace poco se mudó a mi hogar.
Lo ignoro aunque sea de lo más tierno y afable conmigo. Tomo una mochila y meto todo lo que veo en los cajones: dulces, paquetes de ramen, galletas y botellas de agua, mientras sigo sosteniendo a Mimi con un brazo. Entonces, al terminar con mi robo hacia la cocina, salgo de la casa para llegar al jardín, me subo a mi bicicleta y doy una patada a la reja, creyendo que así se abriría y daría más emoción al momento, y sin embargo, ésta no cede. Así que me bajo y quito el seguro para abrirla. Ya lista, vuelto a mi asiento de mi bicicleta.