—¡Joaquín! ¡Detente!
A mitad del ocaso y de un solitario callejón en la ciudad, hago caso a las ordenes de Federico. También recojo todo el valor que puedo para enfrentarme a él. Casi corriendo, él se acerca a mí y, con la mirada afligida, expone todo lo que se ha guardado desde que me viene persiguiendo.
—Oye, oye, oye. —Luce cansado, tiene una mano en el pecho, el que sube y baja con rapidez—. Te había perdido de vista, ¿a dónde fuiste?
—A ningún lado. —Me cruzo de brazos—. Iré a mi departamento —aseguro con naturalidad—, debo estudiar. —Sueno frío, pero no me molesta demostrar mi indiferencia.
—¿Qué ha pasado? Dime, por favor. Sea lo que sea, me esforzaré por enmendarlo. Estábamos pasándolo tan bien en el parque y después solo... —Su semblante cambia, e intuyo que ató los cabos sueltos en su mente—. Fue por lo de «mejor amigo» y mi amiga, ¿verdad? —No respondo, eso provoca él suponga que es cierto, y lo es—. Pero claro que lo fue, ¡qué estúpido fui!
—Da igual, Federico. —Hago un ademán despreocupado con las manos, tratando de no sacar a la luz mi tristeza—. Tal vez eso somos y tal vez está bien que eso seamos. —Intento irme de una vez por todas, pero él me sujeta del antebrazo, exigiendo que me quede.
—¿Porqué dices «tal vez»? —Me encuentro con esa mirada aceituna que desarma mi ser, y trago grueso ante la pregunta—. ¿A caso crees que podemos llegar a ser algo más?
—No, solo déjame... —Trato de liberarme de su agarre, pero no lo consigo.
—Quín —se acerca a mí—, ¿a caso tu también crees eso? —Su intensa respiración se mezcla con la mía y, estando tan cerca de él, puedo percibir su elevada temperatura corporal.
—¿Y qué importa si también lo creo? —desafío, estando consciente de que lo creo.
—A mi me importa, mucho —revela, su cálido aliento con aroma a café colisionando con mi nariz.
—Pues a mi no.
—Ah, ¿no?
—No.
La tentación es real y, en estos momentos, la mía puede ser descrita como una boca húmeda e hidratados labios rosados.
—¿Entonces por qué no te vas?
—Porque si lo hago, no podría hacer esto.
Por impulso y alta tensión, besó a Federico. Sin dudarlo, él me corresponde con desenfrene y un ritmo increíble. La realidad y el entorno pierden sentido para mí. El sueño de besar a mi crush se ha hecho realidad. Después de tanto tiempo, el encantador barista de la cafetería se ha fijado en mí como siempre lo desee, de manera romántica.
—Entonces sí crees que podemos llegar a ser algo más —termina, triunfante, sacándome en cara lo que preferí no responder—. Fin du jeu, monsieur Román.
Fede sonríe contra mis labios, mientras me toma de la cintura con dulzura. Entonces, proclamo mi rendición, indirectamente, rompiendo el hielo en su totalidad. Nos besamos una vez más.
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Adicto al amar
Romance«Nos volvimos como el hielo y el dulce de leche en el café para mí: indispensables». Atracción hacia la cafeína, digo, adicción... sí, quiero decir: adicción causada por amor. Más de trescientas sesenta y cinco tazas de café había bebido Joaquín Rom...