«Nos volvimos como el hielo y el dulce de leche en el café para mí: indispensables».
Atracción hacia la cafeína, digo, adicción... sí, quiero decir: adicción causada por amor. Más de trescientas sesenta y cinco tazas de café había bebido Joaquín Rom...
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Es diferente, diverso... distinto.
Sus labios contra los míos, su mirada encontrada con la mía, el roce de nuestras pieles y las risas, la alegría misma es tan genuina y hermosa cuando estoy con él... es todo lo que jamás pude saciar con tantas chicas ni con mis primeros, y no correspondidos, romances con otros chicos. Federico causa en mí más de lo que ellos pudieron, un florecimiento que de me deja mudo, con la mente en blanco, con ganas de no dejarlo, de seguir con él y luchar a su lado.
La noche de nuestro primer beso compartió lugar con la de nuestra primera vez, mi primera vez haciéndolo, ya que nos fugamos juntos a mi departamento y, casi como dos críos enamorados y hormonales, exteriorizamos nuestros perversos deseos y los convertimos en realidad. La única palabra que podría usar para describir esa noche es «distinta», porque nunca jamás había vivido y experimentado todo lo que pasó, de lo que estoy agradecido, porque ha sido de lo mejor y con el mejor.
Por suerte, el amor entre Federico y yo siguió floreciendo, mientras lo cultivábamos cada día y por semanas, luego por meses y, más tarde, por años. Nos volvimos indispensables el uno del otro, como el café helado con dulce leche por las mañanas en nuestras vidas, ese que me hizo adicto al amar.
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