Capítulo 29

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A la mañana siguiente fuimos al lago a rellenar la cantimplora con más agua, a raíz de que empezábamos a notar los efectos de la deshidratación leve. Tuvimos que volver a encontrar el camino que llevaba al lago, al que llegamos en menos tiempo que la vez anterior. No había rastro del agujero que había echo con el cuchillo, y se había congelado de nuevo. Llené la cantimplora sumergiendo parte de mi mano en las gélidas agua del lago, que causaron un escalofrío por todo mi cuerpo y sedaron mi mano por unos segundos.

Ya íbamos a adentrarnos de nuevo en los árboles cuando sentí que algo caía del cielo, empezó a nevar de repente. No había visto nevar nunca, qué digo, nunca había presenciado la nieve hasta que llegué a la arena; pero no parecían copos normales. Los primeros se empezaron a aproximar al suelo, cuando uno de ellos tocó el gorro de Zád y traspasó la tela. Era demasiado tarde, ya que medio segundo después pude sentir uno cayendo en mi frente y solté un alarido.

"¡Ahhh!" grité de dolor mientras corría hacia los árboles con Zád

Los copos eran corrosivos, te atravesaban la piel incluso debajo de una tela, dejando quemaduras. Intentamos salir de allí cubriéndonos la cabeza y la cara como podíamos pero pude sentir como más de ellos penetraban a través de mis guantes.
Cuando llegamos a los árboles aún podían distinguirse copos cayendo a través de las ramas, pero estábamos más seguros. Pude observar a Zád, quien había recibido impactos de los copos en casi la totalidad de las manos, en la nariz y en la frente. Aparte de la frente y las manos también me había alcanzado una parte del cuello, y en la cabeza, cosa que Zád no sufría a causa de su gorro.
Escocían una barbaridad, y aún soltábamos gritos ahogados, cuando nos agachamos al suelo. De pronto pude sentir como un hilo de sangre me bajaba por la frente, hasta acabar en mi cuello. Las manos también me sangraban, y la herida de la frente siguió soltando más.
Zád se apretaba las manos contra las piernas de dolor, y pensé en echarle agua de la cantimplora, pero no la llevaba encima. Miré para atrás, y vi la cantimplora metálica tirada en la nieve, al lado del lago donde aún seguían nevando copos corrosivos. Debería de estar hecha con un metal especial, porque no parecía reaccionar al impacto de los copos, pero necesitábamos conseguirla.
Me levanté aún gimiendo, y a medio camino Zád se percató de lo que me disponía a hacer, cuando me gritó que no lo hiciera.
Yo continué como si no lo hubiera escuchado, con las piernas temblando y con paso lento, hasta que llegué al corte de los árboles, donde ya no había nada que pudiera protegerme de ser quemada. Por un segundo paré, observando la cantimplora de nuevo, viendo como sobrevivía a la intemperie. Y me lancé a por ella, aún nevando con más intensidad. Extendí mi mano temblorosa entre gritos de dolor y salí de allí tropezándome con los pies, casi arrastrándome por el suelo.

Volví a donde estaba Zád, que se estaba retorciendo fuertemente. Abrí la cantimplora y le vertí agua en las manos mientras le sostenía, que parecía calmarle la herida, mas no curarla. Me toqué la cabeza, pudiendo comprobar pequeñas heridas en mi cuero cabelludo, que me habrían causado calvas a largo plazo. Me eché agua yo también, y después me humedecí la herida del cuello mientras intentaba no gritar por colocar mi mano en la herida abierta. Le tendí la cantimplora a Zád y me tiré boca arriba en el suelo.

"Pe-pero, casi no queda agua..." musitó

"Da igual, no pienso volver allí."

Después de unos minutos sin hacer absolutamente nada, solo descansar tirados en el suelo medianamente nevado, las quemaduras seguían escociendo de una terrible manera. Sentías la necesidad de rascarte la ya inflamada y sangrienta herida, pero el dolor que suponía tan sólo tocarlas lo hacía imposible.
Zád inspiraba y espiraba por la boca, agarrándose las manos contra el pecho, mientras yo me hallaba estirada completamente. De repente, sonó un cañonazo, que hizo que me incorporara levemente del sobresalto. Nos miramos, y supimos que la nevada corrosiva había podido con un tributo.
Al rato, nos levantamos como pudimos, y nos aproximamos de nuevo al lago. Ya había parado de nevar, y en el lago congelando podían verse pequeñas fisuras que habían causado los copos. Todo esto, obra de los Vigilantes, aportaba un nivel de surrealismo a los ya irreales Juegos. Cosa que el Capitolio estaba dispuesto a aplaudir.
Rápidamente, saqué las vendas que me quedaban de la mochila y le vendé las heridas de las manos a Zád. Yo coloqué uno de los parches adhesivos en la herida de mi frente, que ya tenía la sangre seca.

[...]

Después del incidente de la nevada, que había afectado a toda la arena, continuamos por el bosque, aún dolidos y a paso lento. Nos íbamos parando en cualquier sitio, no para hacer nada especial, pero para intentar asimilarlo.
Paramos cuando Zád avistó un búho blanco posado en un árbol, me percaté de que con los acontecimientos recientes no me había dado cuenta de tener un cuchillo en mano. Saqué una de las dagas, y a pesar de mis lesiones, no me afectó en la puntería cuando lo maté al vuelo. Cayó al suelo, goteando un poco de sangre en la nieve, para que después retirara el cuchillo y le cortara la cabeza de un golpe seco.

"Justo en la hora de comer." dije limpiando la hoja de la daga "Prepara la fogata, por favor."

Y así hizo, recogiendo las ramas más secas posibles.

[...]

"¿Quién habrá muerto?" preguntó llevándose a la boca un trozo de carne

"No sé, aparte de los Profesionales, Realith y Pandora, quedaban Esme y el chico del 10. Supongo que fue uno de esos dos, pero creo que preferirías que fuera el 10."

"Me da igual, aunque seamos de casa no tengo por qué sentirme mal por su muerte." dijo "Pero ya no quedan muchos, supongo que nos tendremos que separar dentro de unos días."

"Eso nunca lo sabes, hubo ediciones que pasaron varios días seguidos sin una sola muerte, aún en el final de los Juegos." exclamé

Las cosas habían cambiado. Ahora yo era la reacia a la separación. Los Juegos pueden hacer que tus prioridades cambien drásticamente en cuestión de días o incluso horas.

"Solo que... No me gustaría presenciar nada malo que te pasara..."

"Déjalo ya, Zád." dije mirando hacia otro lado

Casi al momento de decir eso se volvieron a proyectar 'Los caídos', con una sola imagen, el del distrito 10. Él había sido la única víctima mortal de la nevada corrosiva, y su muerte resultaba en 10 tributos restantes.

DESTINO | Los Juegos del Hambre ❥Donde viven las historias. Descúbrelo ahora