Despertar

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Final 3/3

Abro mis ojos y veo el diario descansando en mis manos, anoche me quedé dormida en el sillón de la habitación, levanto la mirada hacia la cama donde debería estar ella, pero no está, me pongo de pie como un resorte lo que causa un pequeño dolor en mi cabeza debido al brusco cambio, dejo el libro por algún lugar de la habitación y saldo disparada para anunciar su desaparición, al instante todos nos ponemos en marcha y buscamos en cada habitación, en el jardín, en el pequeño parque, estaba en el patio trasero cuando suena la pequeña radio de comunicación en el bolsillo de mi bata.

—Está en la azotea

Por inercia mi cabeza gira hacia el lugar nombrado, y ahí está, diez pisos arriba sosteniéndose sobre sus dos piernas, su postura emanaba seguridad por doquier, el bravo aire de invierno azotaba su largo cabello castaño pero ella seguía inmóvil en el borde del edificio, observando el cielo azul donde brillaba resplandeciente el sol, ella odia el sol, corrí como si mi vida dependiera de ello, no podía esperar el elevador así que subí las escaleras de dos en dos y abrí la puerta de la azotea con brusquedad, ella no se sobresaltó, ni dejo de mirar el cielo con una sonrisa victoriosa, había ganado.

Hasta que al fin llegas—su tono de voz bajo me hizo erizar y el miedo me invadió—Te estuve esperando toda la mañana—se volteó sin siquiera temer a dar un paso en falso, después de todo eso era lo que ella quería, caer

—Baja de ahí, por favor—lentamente me acerqué, ella pareció no darle importancia

—No entiendo a las personas que se aferran a una vida que no tienen, mírame a mi, tratando de despertar pero...—tomó una gran bocanada de aire—¡Ustedes se empeñan en atarme a esta asquerosa pesadilla!

—¿Que tal si te bajas y hablamos de esta pesadilla?—intenté persuadir su mente, una estruendosa carcajada me sobresaltó, su risa se escuchaba tan espontánea

—Que ingenua eres querida doctora de locos, pero olvidas que yo no soy otra de tus loquillos—me dió la espalda y comenzó a caminar por el borde del pequeño muro que cubre la azotea, mis nervios aumentaron—Entiende de una vez, que ya no quiero vivir, no quiero seguir en un mundo que no tiene sentido para mí

—No puedo dejar que mueras

—No tienes opción—respondió tanjante y su cabeza giró rápidamente para observarme con fiereza—No puedes tener opciones en una vida que no te pertenece

Me acerqué hasta quedar de frente a ella, aunque me sobrepasaba en altura debido al muro en el que estaba subida, ella no tuvo miedo de mi cercanía, mas bien le daba igual.

—Necesito esto y no eres quién para impedirlo—lágrimas rodaban por sus rojizas mejillas

Mis ojos se abrieron en demasía al ver como se dejaba caer al aire, intenté agarrarla pero fue en vano, observé como caía, su rostro estaba tan iluminado que las lágrimas de tristeza fueron reemplazadas por lágrimas de felicidad, una sonrisa plena que se adueñó de sus labios y sus ojos fijos en el cielo, mientras seguía callendo alzó su mano como si tratase de tocar el gran cielo azul, verla así tan feliz como jamás la había visto antes me hizo desear que el colchón inflable que la esperaba abajo desapareciera, pero ya era imposible.

(...)

Los enfermeros la trasladaban en una camilla hacia su habitación, ella no ponía resistencia esta vez, estaba tranquila pero seguía llorando silenciosamente, cuando llegamos a la habitación y los enfermeros se fueron, quedamos a solas, no dijo ni una sola palabra, sólo se escuchaban pequeños sollozos, y estaba apretando fuertemente las sábanas de la cama, estaba conteniendo su ira, pero la decepción era notable en sus ojos, ella realmente desea morir, lo desea más que a nada. De pronto ya no se escuchan los pequeños sollozos y sus manos dejan de apretar las sábanas blancas, permanece quieta e inexpresiva mirando un punto fijo en la habitación.

Entonces me decidí, busqué en el estante de medicamentos y encontré un líquido rojo conocido, lo extraje del frasco con una jeringa y me acerqué a su suero e introduje la aguja presionando para expulsar el líquido.

—¿Que haces?—preguntó

—Seré como Santa Claus y te daré el regalo que más quieres—me deshice de la jeringa y me arrodillé quedando a su altura, pasé la mano por su cabello y acaricié suavemente una y otra vez tratando de contener esa escurridiza lágrima que finalmente salió de mis ojos ella me observó sin poder creerlo

—Gracias—sonrió débilmente por el efecto del medicamento que le proporcioné

—Tienes que despertar de tu pesadilla—deposité un beso en su frente y limpié las lágrimas que seguían corriendo por mis mejillas

—Lo haré

Sus ojos se cerraron y en su rostro se reflejó la paz, la máquina que marcaba los latidos de su corazón comenzó a pitar, en segundos la habitación se llenó de enfermeros tratando de reanimarla, pero la dosis era tan fuerte que eso no funcionaría, salí del cuarto y me apoyé en la pared junto a este, mis piernas temblaron y caí al piso sin fuerzas, lloré sin emitir sonido, era consiente de lo que había hecho y las personas me juzgarían, pero nada se compara con la calma y el alivio que sientí en mi pecho.

Había liberado a una mariposa encerrada.

El Diario De Mi HijaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora