XXIV

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Cumpliendo con mi recorrido cotidiano desde mi departamento a la redacción, anduve en extremo sonriente. Saludé a cada persona con la que me topé, interactué con sus canes e hijos hasta pasé por dos floristerías, y para mí, las flores olían más divino que nunca.

Según mi apreciación, este es el día más precioso y radiante que hemos tenido en el año, aun cuando estamos en otoño. También divisé que algunos locales comenzaron a colocar adornos y luces navideñas, mejor imposible.

Llegando a la revista, distingo a Thomas en la entrada, está recostado a la pared viéndose sensual como usualmente mis ojos lo perciben. Nadie logra verse igual de atractivo vistiendo un suéter de cuello alto en color azul marino ceñido al cuerpo, jean negro, borcegos clásicos y la chaqueta enganchada a la mano.

Él es irresistible para todas mis Summer.

Estando a escasos metros de distancia, observándome, de inmediato se posiciona erguido orientando su cuerpo hacia mí, regalándome una sonrisa de medio lado combinada a esa mirada intensa que me hechizó desde el día uno, enmarcada por sus pobladas cejas castañas.

Mi corazón late que late y las comisuras de mi boca se curvan para arriba.

«Ayer lo viste, mensa, ¿y actuarás así?».

Situándome frente a él, lo fuerzo a permanecer a favor de la luz del sol, conservando su linda sonrisa se adelanta a saludarme.

—Buenos días —articula con esa voz profunda que me encanta.

—Buen día —devuelvo el saludo mostrándome alegre.

Como suele ocurrirme cuando estoy con él, me entretengo detallándolo. Que esté a favor de los rayos solares produce que consiga apreciarlo mejor. Enfocándome en sus ojos, me concentro tanto en ellos que no logro escuchar lo que está hablando, apenas advierto el gesticular de sus labios.

Esta acción me permite distinguir el color de sus iris, son color ámbar con líneas marrón alrededor de la pupila.

He visto ese color antes, ¿pero dónde?, no es tan común, sin embargo, lo he visto, permanezco abstraída buscando la respuesta.

—¡Su! ¡Summer! ¿Me escuchas? —llama mi atención.

—Ni una palabra —murmuro sincera.

Todavía solazada en mis pensamientos, recuerdo donde he visto tan lindo color.

—Tienes los ojos iguales a los de un gato —brota de mi boca.

—¿Qué? —ríe.

—Pensándolo bien, sí, eres como un gatito, eres consentido, creído, medio caprichoso y rasguñas —enumero cada cualidad con mis dedos.

—Perdiste la razón —declara riéndose—, si tengo que ser un felino quiero ser un puma o una pantera, uno más solemne.

—No, desde este momento, eres mi gatito.

Deposito un beso pequeño en sus labios, tomándolo desprevenido.

—Amaneciste con un excelente humor.

—Quizás, ¿por qué?, ¿no te gusta? —debato cantarina.

—Al contrario, me encanta —afirma acercándose a mis labios, plantando un beso corto.

—¿Subimos?—consulto señalando la puerta.

—Después de ti —adiciona abriendo el paso con su mano.

Vidas de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora