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El viaje restante a mi departamento está siendo bastante inusual, porque es él quien no está hablando ni tarareando alguna canción. Respecto a mí, tan solo estoy observándolo, respetando su silencio.

Suspira profundo estacionando el auto en el mismo puesto de aquella primera vez que salimos juntos y en simultáneo desabrochamos nuestros cinturones.

—No es necesario que bajes.

—Lo sé, de igual manera te acompañaré —reconoce rotando su cuerpo en mi dirección.

—Mejor, te besaré doble, acá adentro y allá afuera.

Acercándonos enredamos nuestros labios por segundos, concediéndonos un beso pacífico, relajante e inofensivo.

—Gracias por no fugarte —manifiesta contra mi boca.

—Así me hubieses dicho a donde iríamos no hubiese escapado, tonto —comento y muerdo despacio su labio inferior.

—Tengo una curiosidad y he estado pensando en ella estos minutos.

—¿Qué será?

—¿Por qué le dijiste a mi padre que eras mi novia? —inquiere interesado.

Dubitativa, ladeo el rostro distanciando nuestros perfiles para definir sus gestos. Desconozco la respuesta justa a su interrogante.

—Minutos antes acababas de aclararle a Peter que eras mi acompañante —adiciona desconfiado.

—¿Estás celoso? —sondeo burlona.

Frunce el ceño efectuando un movimiento negativo.

—¿Tengo qué estarlo? ¿Te gustó el enfermero?

—Mi respuesta para tus dos consultas, es un rotundo no.

—Bien —sonríe de medio lado—, ¿y dónde está la respuesta a mi curiosidad?

—¿Quieres conocerla? —requiero traviesa.

—Por supuesto.

Abro la puerta y bajo del auto. Camino apresurada a mi edificio con la mente trabajando a toda máquina por una idea que quiero efectuar y mis células están gritándome que esta es la oportunidad idónea.

—¡Espera! —grita y resuena un portazo—, ahora sí terminé de ahuyentarte, ignora mi pregunta, por favor, es estúpida —suplica agitado.

Subo algunos escalones de la entrada del edificio, estanco mis pasos y giro media vuelta posicionándome frente a él que alcanza mi lugar en segundos. Permanece delante de mí con su mirada elevada, escudriñándome.

—Nació en mí presentarme de esa forma en presencia de tu papá, el porqué, no está del todo claro en mis neuronas. En este instante, ellas están enloquecidas porque quieren consultarte: ¿Thomas, quieres ser mi novio?

Con su semblante denotando completa confusión fusionada con alegría, aferrándose de mis caderas alza mi cuerpo en el aire, de mi garganta brota un grito de susto.

Conmigo en el aire, rueda dos veces más.

—¡Cuidado! ¡Estás demente! Harás que termine como estampilla en el suelo —chillo carcajeándome.

—Mi vida, mis brazos jamás te soltarán. Y sí quiero ser tu novio, y sí estoy demente, estoy loco de manicomio, pero por ti —musita situándome en el suelo.

Besa mis labios apresando mi cuerpo con sus brazos y rodeo su torso.

Describir este beso es complicado, a pesar de que está logrando que alce mi pie igual que en una película romántica, también está acalorándome.

Vidas de la Gran Manzana ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora