CAPITULO V: HABLEMOS

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La tarde se hizo interminable. Alexandra no se molestó en acudir a la mesa a la hora de la comida: necesitaba estar sola porque no había nadie con quien pudiera compartir su tormento. La cena aquella noche fue de nuevo silenciosa, Alexandra se unió a Tom y a David en la mesa solo porque él lo ordenó y a decir verdad no tenía ganas de discutir. De modo que se sentó y probó ligeramente la exquisita sopa de pollo de la señora Darcy que le habían preparado para tentar su apetito mientras ellos comían unos gruesos y tiernos bistecs. Terminó por rechazar el postre y el café, luego murmuró una disculpa y se retiró rápidamente.  

- No podrá soportarlo mucho más- observó David una vez que ella cerró la puerta.

- ¿Crees que estoy ciego? -contestó Tom.

Un par de horas más tarde, Tom abrió la puerta del dormitorio de Alexandra y vio que estaba vacío. Comprobó si estaba en cada una de las habitaciones a su paso antes de volver al despacho, donde Gandy veía la televisión.   

- Está en las noticias -le informó-. Relacionan el secuestro con la mafia y Dios sabe con qué más. Creí que habías hablado con los medios.

- Lo hice -confirmó-, ¿Alexandra vino a buscarme? 

- No. ¿No está en su habitación?

Tom no quiso contestar. En lugar de eso ordenó:

- Contacta a los directivos del canal, de todos, y ordénales que no vuelvan a hablar del asunto nunca más.

- Eso es como cerrar la puerta después que el animal ya se escapó, Tom.

- Para la muestra, un botón. ¿Es posible que se haya ido?

- ¿Te refieres a Alexandra? Imposible. Alarmas, cámaras, cincuenta hombres y diez perros la habrían visto. ¿A dónde iría?

- No sé -frunció el ceño Tom-. Pero no está arriba.

- Iré a hablar con los hombres. Tú busca arriba otra vez- dijo David.

Tom subió las escaleras y fue abriendo todas las puertas una por una hasta que por fin y casi de milagro, la halló en la última habitación. Se quedó inmóvil y se le cortó la respiración al darse cuenta de que era la habitación de Sebastian y verla sentada en el suelo hecha un ovillo contralos barrotes de la cuna sosteniendo en sus brazos un osito de peluche azul. Alexandra tenía los ojos abiertos.

- No enciendas la luz, por favor -dijo ella-. ¿Volvieron a llamar?

- No -contestó Tom apoyándose en el marco de la puerta-. ¿Qué estás haciendo aquí, Alexandra? Esto sólo te causa más dolor.

- No, me reconforta...

- Necesitas dormir.

- Sebastian no podrá dormir, no sin Dandy -dijo mostrándole el osito azul-. Duerme con él todas las noches, primero le canto una canción, entonces él...

- ¡Sal de aquí! -la interrumpió Tom severo. Alexandra se quedó callada- sólo te estás atormentando. -pero ella no se movió.

- ¿Todo bien? -preguntó David que llegaba en ese momento.

- ¡Desaparece, Gandy! -respondió Tom.

Aquel tono revelaba la lucha que libraba Hiddleston en su interior, David se alejó haciendo una mueca y Tom entró en la habitación. Notó que las paredes estaban pintadas de azul, como la alfombra y las cortinas, cuadros y estanterías con juguetes. Tenso, se dirigió hacia la ventana observando la noche, con las manos en los bolsillos, Alexandra lo miró detenidamente: un hombre tan... especial. Era diez años mayor que ella. A él le gustaba esa diferencia de edades, recordó, igual que le gustaba lo opuestos que eran. Él alto, rubio, sofisticado y con una madurez fría. Ella pequeña, morena y delicada, con una juventud tímida. A él le gustaba tenerla a su lado, sentir que lo tomaba de la mano o para apoyarse en él.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora