CAPITULO III: RECUERDOS

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La casa había vuelto a su rutina habitual: la señora Darcy, el ama de llaves, se apresuraba de un lado para otro mientras su marido, el jardinero, se ocupaba de la zona de juegos que Alexandra y él habían proyectado al fondo del jardín. Desde la ventana de su dormitorio lo vio con dolor apisonar rítmicamente el pedazo de tierra en el que iban a colocar un columpio. Verlo continuar con sus planes sin perder la esperanza de que Sebastian volviera también la reconfortaba. Bajó las escaleras para dirigirse hacia el comedor, encontró a Tom de pie observando trabajar al señor Darcy por la ventana; algo se conmocionó en su interior, algo largamente reprimido: el dolor de una mujer por el hombre al que amaba. Por un momento no pudo moverse ni hablar. De pronto era a otro hombre a quien veía, de otro tiempo.

Un hombre al que ella se habría acercado corriendo, al que se habría agarrado y sobre el que se habría apoyado mientras le contaba los planes para el jardín, para su hijo. ¿Cómo habría reaccionado Tom si las cosas no fueran tal y como eran entre ellos?, se preguntó. Sus ojos se llenaron de lágrimas que hicieron borrosa la silueta de Tom, igual que si estuviera viéndolo a través de un cristal en medio de la lluvia...

Lluvia, recordó Alexandra. La primera vez que vio a Tom estaba lloviendo, un verdadero chaparrón bajo el cual la gente corría y se apresuraba a buscar refugio. Por aquel entonces ella era una simple ayudante en un centro de jardinería de las afueras de Londres, tenía veintiún años y era tan tímida que se ponía colorada sólo conque un extraño le sonriera. Por eso prefería trabajar con plantas que enfrentarse a los clientes, sin embargo la empresa de jardinería había inaugurado un servicio para cuidar y sustituir las plantas de los grandes bloques de oficinas de la ciudad, y a ella la habían encargado ocuparse de parte de ese trabajo, le había costado todo el coraje del que disponía entrar en los jardines de los edificios de la lista que le habían asignado.

Toda aquella timidez provenía de la infancia solitaria que había vivido con su padre, un inmigrante colombiano viudo y mayor, que se había retirado prematuramente de la enseñanza al morir su mujer y dejarle a cargo su única hija. Vivían en los páramos salvajes de Yorkshire, en donde él decidió enseñarle las letras y la horticultura personalmente en lugar de mandarla a la escuela más próxima, a varios kilómetros. Tenía trece años cuando él murió de un ataque al corazón mientras daba un paseo por su adorado páramo. Después de aquello, la mandaron a un colegio interna para terminar su educación, pagado con la herencia de su padre.

Pero la timidez ya formaba parte de su carácter. Le costaba mucho tratar con el resto de las chicas del colegio, a duras penas aprendió a comunicarse con otras personas y nunca consiguió hacer verdaderos amigos; se pasaba la mayor parte del tiempo libre vagando por el jardín pues tenía buena mano para las plantas, era una habilidad especial para hacer que todo creciera. Ya estaba decidida a asistir a un colegio para estudiar jardinería y horticultura después de acabar la escuela, pero justo antes de los exámenes finales tuvo un ataque de fiebres que le impidieron presentarse, padeció aquel virus durante todo un año, y cuando por fin se recuperó los fondos que había dejado su padre se habían acabado; ya no podría asistir a la escuela, ahora tenía que encontrar trabajo.

Por esa razón conoció a Tom. Era la hora de comer, recién empezaba a llover y la gente corría a refugiarse; Alexandra se apresuraba por la acera con la cabeza agachada justo cuando paró un lujoso auto negro, la puerta se abrió y un hombre salió de él chocando con ella y casi tirándola.

- Lo siento - dijo el hombre.

Eso fue todo. Él se mezcló con los peatones y entró en un edificio. Y ahí debería haber terminado todo... a veces, cuando recordaba aquel encuentro deseaba que hubiera sido así. Su vida habría sido distinta. Sin embargo en otros momentos pensaba que ese encuentro no le había traído más que bendiciones: si no fuera por él nunca habría sabido que era capaz de amar con la profundidad con que había aprendido a amarlo a él, siempre fue tan tímida que no se había atrevido a experimentar grandes emociones, nunca habría conocido su capacidad para disfrutar de la pasión, y sobre todo no habría conocido el amor más grande de todos: el que siente una madre por su hijo.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora