CAPÍTULO IX: PROPUESTAS

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Alexandra estaba atrapada: atrapada por el deseo. Atrapada por su propio cuerpo, que respondía siempre al más mínimo roce de Tom. Noche tras noche se devoraban el uno al otro hambrientos, pero cuando despertaba él nunca estaba a su lado, y aquello también la hacía sentirse atrapada en la decepción y la impotencia. Atrapada por cenar con él y con su padre en el salón aparentando ser amable con William, que le dirigía solo comentarios de doble sentido a los que no podía responder. Y atrapada por su hijo, quien adoraba ese lugar y aún peor, adoraba a William. Un hijo al que Tom evitaba y en escasas ocasiones trataba con amabilidad pero siempre frio y cauto. Sentía que se le rompía el corazón al ver la actitud de los dos.

Y luego Tom dos veces por semana se marchaba al pueblo vecino y no volvía hasta la noche. Entonces no la tocaba. No quería pensar que al volver de estar con Ivonne, con su amante, no tuviera deseos de estar con ella, que no necesitara besarla, o tocar su cuerpo... como lo necesitaba ella.

No sabía cuánto tiempo más iba a poder aguantar aquella situación. Las mentiras de William le habían quitado el derecho de pedir fidelidad o de reclamarla, había pasado un mes entero y Tom no se había ido de viaje ni una sola vez. Trabajaba en el despacho y pasaba ahí casi todo el tiempo. Entonces, tuvo el periodo y él añadió otro insulto más desapareciendo durante cinco días, estaba segura que todos sabían a dónde había ido y con quién, y que la miraban con lástima... hasta que él volvió a aparecer una noche e intentó tocarla otra vez.

- Quítame las manos de encima Tom- dijo mientras luchaba por apartarse- Si estás tan desesperado por sexo, vete con tu amante. ¡Yo no te quiero!

- ¿Mi qué? ¿Dijiste mi amante? – respondió él riendo

- Sabes perfectamente a qué me refiero.

- ¿Lo sé?- murmuró abrazándola para que no escapara.

- Sí, y puedes ir a quemarte en el infierno, Thomas Hiddleston. – escupió ella celosa

- Preferiría quemarme dentro de ti...

- O de ella. Todo depende qué día de la semana caiga.

- Ya veo - abrió los ojos sorprendido -. Has estado atando cabos.

- ¡Si, Ivonne! La mujer a la que todos saben que vas a visitar. ¡Ahora apártate de mí! -exclamó intentando empujarlo -. ¡No me tendrás a mí al mismo tiempo que a ella!

- ¿No? -preguntó borrando su sonrisa-. Tú me traicionaste. ¿Por qué no iba a hacerlo yo?

- No voy a seguir con esto - susurró.

- Sí, podrás y lo harás. Lo harás hasta que yo lo diga. Me lo debes. ¡Te tendré cuando yo quiera y desee!

Y la tomó. Pero tan apasionadamente, que Alexandra no pudo pensar en su amante ni en nada más. Más tarde, mucho más tarde, Tom se levantó, se puso la bata y salió a la terraza. Alexandra lo vio a través de los cristales. Estuvo ahí afuera mucho tiempo y ella no pudo evitar preguntarse en qué pensaba a solas por tanto tiempo. ¿Estaba otra vez odiándose a sí mismo por hacerle el amor cuando la despreciaba?, ¿era ese mismo odio lo que le llevaba a estar con aquella otra mujer? Cerró los ojos y trató de evadirse del dolor que la invadía. Luego él volvió al dormitorio y se deslizó dentro de la cama a su lado. Entre ellos quedaba un enorme espacio, un vacío insalvable. Y el silencio. El grito que sonó entonces los alarmó a ambos.

- ¡Sebastian! -exclamó ella.

Se levantó antes de que Tom tuviera tiempo siquiera de reaccionar. Alcanzó la bata y corrió. Cuando sonó el siguiente grito ella ya no estaba en el dormitorio; los gritos asustados de Sebastian invadían el pasillo. Se apresuró a su dormitorio con las piernas temblorosas, al entrar vio a Verónica de pie en bata con el niño en sus brazos.

TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora