El día tan temido para Sukuna ocurrió, una noche simplemente, Megumi no asistió. Él la esperó nervioso en aquel bosque, pero nunca apareció, y así varios días más. El demonio maldito se sentía morir en su interior, necesitaba noticias de su ángel, lo que había pasado con él, si estaba bien, alguna mínima señal sobre su Megumi.
Sin darse por vencido, el pelirosa seguía asistiendo al lugar citado de siempre, esperando la presencia de su luz. Hasta que finalmente regresó a él, ahí le contó que sus superiores lo habían descubierto pero que creían que mantenía una relación con un humano, como castigo por su desobediencia lo encerraron por varios días en una sucia celda para que reflexionara sobre sus pecados. Agregando también que, cuando tuvo la oportunidad, escapó. Sukuna sabía que los ángeles eran muy rectos con quienes rompían las normas y que los próximos castigos serían aún más peores, mientras que sufriría las consecuencias de su amor, a él nada le ocurriría en su mundo, pues allá era un príncipe maldito y se hacía a su voluntad.
No quería aceptar que la peor parte se la llevaría su preciado ángel y le llenaba de impotencia conocer que no podría salvarlo, pues su límite era entrar en guerra con ellos.
La situación estaba despertando toda su furia contenida, apretó los puños y sus ojos comenzaron a chispear inquietantes, que Megumi apagó con su dulzura logró apagar, tranquilizándolo, susurrándole que podía soportarlo. Esa noche le pidió que no pensara en nada más que en amarlo y Sukuna respetó cada uno de sus deseos.
Cuando llegó el momento de despedirse, el pelirosa lo tomó de los hombros diciéndole que no se fuera, suplicante, temiendo que pasaran varios días más sin poder verlo, el ángel lo calmó con un dulce beso y una caricia en su mejilla; en la cual se restregó como un minino en busca de tacto.
—Te prometo que pase lo que pase regresaré. —Hizo una corta pausa. —Por favor, espérame aquí mañana.
Y se marchó.
El día siguiente fue eterno para la maldición, la incertidumbre oprimía su pecho evitando que pudiese pensar en otra cosa, hasta que la obscuridad nuevamente cayó en la tierra de los humanos. El reloj corría y él aún no aparecía, Sukuna volvió a ponerse nervioso, negándose a creer del castigo severo que su amado ahora estaría recibiendo, con la rabia subiendo por sus venas, juraba que si su pequeña luz llegaba con alguna marca los haría pagar con creces cada gota de sal que derramara de sus ojos.
Hasta que en un momento, de la nada, Megumi apareció. Angustiado, se abrazó con fuerza al cuerpo más grande, llamando su atención por la repentina actitud.
—Megumi, ¿Qué ocurre? —Preguntó, por supuesto que no estaba tranquilo, no al sentir el temblor de su pequeño cuerpo.
—Sukuna...
Pero no lo dejaron continuar, de la penumbra emergió un segundo ángel que venía persiguíendolo.
—Fushiguro, si no regresas ahora mismo perderás tus alas y quedaras condenado al destierro. —Demandó fuerte con una espeluznante expresión habitando en su rostro.
Este no cayó en cuenta de la presencia maligna que se aferraba con posesión al cuerpo de Megumi, como si sus brazos fueran una barrera para él. Al atar cabos sueltos sobre los sucesos en el paraíso, miró a ambos con terror, una mueca de asco que desgarró una parte del corazón del azabache.
—No puede ser, ¡Es una maldición! —Exclamó horrorizado. —¡¿Esa es la razón de tus escapes?! ¡¿Haz perdido la cabeza, Fushiguro?!
El pelirosa, conteniendo su furia ante el entrometido ángel decidió ponerle fin a la discusión, pero Megumi lo detuvo.
—No te involucres, Sukuna, podrías ocasionar una guerra.
—¿Acaso ese demonio maldito te hechizó? —Continuó el ángel.
—No, él no tiene nada que ver, es mi decisión venir aquí y estar a su lado. —Se defendió.
—Una cosa era espiar a los humanos por sus costumbres y otra muy diferente para reunirte con ser maldito, ¡Es una deshonra!
—Vete y diles que no me importa que me quiten mis alas, pero no volverán a encerrarme en ese lugar jamás. —Dijo él con determinación.
—Espero no te arrepientas de tu decisión.
Sentenció por último y desapareció.
Ambos se quedaron callados, Sukuna consolaba a su amado, dándole palabras de alentamiento para que se tranquilizara, después de unos minutos en el que el azabache pareció estar más calmado, intento preguntarle sobre lo que pasaría más adelante, mas Fushiguro negó, indicando que por hoy no quería pensar más en ello.
Se fueron juntos al pueblo y se alojaron en una confortable posada bajo sus falsas identidades, ya en la intimidad de la habitación se abrazaron, Megumi se sentía protegido por esos fuertes brazos que lo rodeaban como si fuese lo más importante para él, y es que lo era. Aquella maldición lo amaba y deseaba tanto que el más mínimo gesto de su parte era suficiente para desatar toda la intensidad que habitaba en su corazón.
Pasaron días conviviendo en ese pueblo como una pareja normal, sintiéndose tan completos juntos que llegaron a imaginar que tal vez esa es la vida que deseaban tener. Las noches de romance desenfrando, donde el ambiente caliente y el sudor cubría sus desnudos cuerpos, esos suspiros que sólo la luna y parte del amanecer compartían como secreto, hacían sentir a Megumi que no dudaría en entregar sus alas con tal de estar alado de Sukuna.
Sin embargo, no era tan fácil como se imaginaba, pronto descubriría que los sacrificios por amor tienen un límite.
Sukuna observaba con parsimonia como el azabache, con una tenue sonrisa, apreciaba el cántico de las avecillas que posaban en la rama de un árbol cercano a su ventana. La maldición se levantó del sillón, acercándose con lentitud hacia la espalda de su ángel, sorprendiéndolo cuando lo tomó de la cintura a la vez que repartía un beso en su nuca.
—¿Tanto te gusta el irritante sonido de esos pajarracos? —Preguntó con un deje de broma.
La melosa risa de Megumi era una preciosa melodía para él.
—Me gustan las aves, es mi animal favorito. Pueden volar y son libres, quiero sentirme así cuando despliegue mis alas, sin reglas que me mantengan encerrado en un sólo lugar. —Le respondió sin dejar de mirar al pajarito cantante.
Durante ese tiempo no habían vuelto a tener noticias de parte de ese ángel que en esa ocasión persiguió a Megumi, ¿Será que habían desistido de la idea del castigo? La respuesta era un rotundo no, todo estaba apunto de volverse más complicado para los enamorados.
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𝐃𝐚𝐧𝐜𝐢𝐧𝐠 𝐖𝐢𝐭𝐡 𝐀 𝐂𝐮𝐫𝐬𝐞; 𝑺𝒖𝒌𝒖𝑭𝒖𝒔𝒉𝒊
Romance"-Las maldiciones y los ángeles no pueden estar juntos". ✨✨✨ ▫️Créditos de la imagen de portada: @KOOS (On twitter). ▫️Los personajes pertenecen a Gege Akutami. ▫️Las imágenes utilizadas en esta historia tam...