Good Boy [Hyunin] PAUSADA

Chapter eight: the twilight wonders

No matarás

Éxodo 20:13

Está convencido. O más bien, confundido.

Encontrar una relación entre ambas expresiones le está tomando más trabajo de lo habitual, y es que nadie debería de estar cuestionándoselo, a menos que estés a dos horas del parcial y ya no sepas si el tema que revolotea por tu cabeza es de la materia por cursar o de la que le sigue. Por Dios, es un lunático.

Sus dientes destrozan sin piedad al lápiz amarillo con franjas negras mientras el sujeto a unos cuantos bancos suyo escribe unas simbologías en el pizarrón verde, su cabeza recreando el mapa que Jeongin dibujó y tratando de acomodar las líneas en el pasillo que su memoria retiene. Si tan mal no está, entonces sabrá que hay cinco puertas en la galería izquierda si la mira desde la entrada de la iglesia; totalmente selladas y vaya a saber él quién tendrá las benditas llaves.

¿Acaso Yang Jeongin lo creía un super agente con la capacidad de discurrir y accionar? Santos cielos, si a la fuerza terminó el super agente ochenta y seis sin querer dispararse en la sien. De agente, Hyunjin, no tiene ni un pelo; siquiera la intención. No por haber explotado una casa lo convierte en un psicópata genio del laboratorio, tan sólo fue un chico con la cabeza hecha mierda y varias películas encima. ¿Por qué pensaría que funcionaría? Las madres pueden percibir el olor a gas, pero ¿Qué tanto humo debió haber como para que ella no notara la pérdida?

Finalmente el lápiz se parte, cae la zona mordisqueada del banco y esta rueda hasta tocar la baldosa del piso. El sonido no alerta a nadie, sólo es un lápiz que se cae, más Hyunjin puede percibir todavía la madera maltratada golpearse y como muchos fanales miran impasibles hacia él. Oh, cómo odia que lo vean.

Esos pocos pares de ojos en los mismos segundos que se posan en él se triplican, se cautivan, se ríen, cuestionan y señalan. Y Hyunjin sabe que es una alucinación, que nadie está pendiente de él y su lápiz; pero, por Dios, siente la mirada carbonizada de un pasado que lo sigue y no logra borrar. La manera en que sus vecinos lo miraban, el como las llamas reflejaban sus rostros asustados y preocupados, sus brazos perteneciéndole al caos.

—Como sabrán, el señor Spencer se encuentra enfermo —la sutil y calmada voz del hombre que en su momento atendía al pizarrón lo saca de su ensoñación. Pestañea y los ojos desaparecen; incluso el del pasado vuelve a ser lo que siempre fue, una estrella sin papel en esta obra llamada presente. —Seré yo quien, finalmente, se encargue de seguir con las clases hasta que el hombre se recupere.