3. Demandante

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¿Recuerdan la primera vez que perdieron un juguete ? Ya sea porque olvidaron donde lo dejaron, o porque sus padres decidieron que era hora de vender o donar algunas cosas. ¿Qué tal su juguete favorito? ¿Recuerdan cómo se sintieron? Era obvio que lo que menos querían era deshacerse de él. Seguramente se sintieron tristes, habían perdido algo que era preciado para ustedes; aunque tuvieran poco o mucho tiempo con él, la pérdida se sentía igual porque jamás podrían jugar con él de nuevo. No volverían a sostenerlo entre sus manos nunca más. Cuando la mayor parte de tu vida has atesorado tanto algo que tenía un gran significado para ti y después lo ves perdido, sientes un vacío en tu interior, como si de repente te faltara algo y no pudieras continuar sin él. Cómo si te hubieran quitado una parte importante de tu ser. De tu identidad. Y luego viene la impotencia de no poder hacer nada al respecto, el  ''¿Y si hubiera hecho las cosas de distinta forma?'' ''¿Qué pasaría si...?'' entre otros cuantos pensamientos que después de todo seguirán sin cambiar las cosas, sin devolverte esa pérdida.

Así se sentía Evadne en estos momentos y a pesar de que Kathleen se estaba encargando de consolarla, había vuelto a ser aquella niña de ocho años llorando por su libro. Llorando por la tía Rose.

Pasaron unas tres horas de irremediable llanto cuando Kath se permitió dejar a una Evadne que por fin se había quedado profundamente dormida en su habitación. La neoyorquina suspiró con pesar al entrar a la habitación propia, le dolía inmensamente ver a su amiga de esa forma; si ella está mal, Kathleen también lo estaba, su felicidad era la suya y su dolor también.

Al día siguiente por la mañana, la castaña del par de amigas se había levantado increíblemente temprano (para ser ella). Se arregló para que no se le hiciera tarde y se puso manos a la obra para empezar a hacer el desayuno favorito de su amiga; panqueques de avena con plátano. Jamás entendería como era que le gustaba comer eso a la pelinegra y además tampoco era muy fan de cocinar, era algo que casi aborrecía, pero por Evadne haría lo que fuera. Otra razón por la que habían escogido ese departamento era que casualmente se encontraba en la misma calle de su cafetería favorita, en la cual también trabajaba por las tardes, así que después de dejar el desayuno listo se apresuró en ir al local para comprarle un café helado.

Entró al departamento, dándose cuenta de que había hecho un tiempo récord en ir y venir. Tan sólo seis minutos. Verificó la hora, eran las 6:51,  y luego de ver que los panqueques siguieran calientes y  comprobar que así era, se encaminó con ellos y el café hacia la habitación de la azabache.

—Despierta, Pinwi.—La llamó y ella se removió en su cama. Evadne solía tener el sueño muy ligero, se despertaba con cualquier ruido, pero ese día estaba como una roca.—Vamos, no puedo hacerlo todo yo sola.— dijo mientras hacía malabares con el desayuno en sus manos. La azabache se quejó.

—¿Qué hora es?— preguntó con pesar. Su voz ponía en evidencia la pasada mala noche y el corazón de Kath se encogió.

—Casi las 7:00, tienes una hora y unos minutos para deborarte el delicioso desayuno que te preparé y ponerte presentable para ir a clases.—Declaró. La adormilada chica se talló los ojos sintiéndolos muy hinchados pero aun así se esforzó para reincorporarse. Cuando el desayuno estuvo en su campo de visión, una calidez le recorrió el cuerpo y mostró un puchero.

—Mi desayuno favorito.—dijo en un hilo de voz.—¿Tú hiciste esto por mi?

—Lo sé, soy la mejor.—Se mofó—Ahora come.

Evadne sonrió enternecida por el gesto, se encargó de darle las gracias a su amiga pero ella le restó importancia diciendo que ella hubiera hecho lo mismo.

—¿Te sientes mejor, Pinwi?—preguntó Kath después de una pequeña platica. La otra chica bajó la mirada.

—Tengo que estarlo.—dijo resignada.—Es solo que siento como si le hubiera fallado. Como si la hubiera perdido de nuevo.—Confesó.

PLACER PECAMINOSO |Sebastian Stan|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora