Gasolinera

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- ¿Enserio te parece el sitio adecuado para coger comida?.

- Calla joder, que nos van a escuchar y luego vamos a tener un buen problema gilipollas.

- Venga rápido, entremos.

Carlos y Marcos entraron en la gasolinera. Los cristales estaban rotos, las paredes manchadas de sangre y en el techo de aquel local lucía un cartel semi-luminoso, de color verde neón que rezaba "Urban petrol". Al lado, el cuerpo ahorcado de un desgraciado que era un absoluto cobarde. Alrededor de las máquinas para repostar gasolina se encontraban cuerpos ya putrefactos, además de coches estrellados, con el chasis completamente destruido y con conductores que lo único que podían hacer era esperar a que sus pieles se desprendieran y los gusanos las devoraran. 

- Me cago en su puta madre, los muy cabrones han arrasado con todo.

- Tío te lo dije, que entrar aquí no era buena idea.

Avanzaron desde la entrada del edificio hasta la caja registradora. Los productos que esperaban encontrar para llenar sus vacíos estómagos estaban o rotos por la violenta acción humana o vacíos por, también, la hambrienta acción humana. Se habían llevado de todo, desde agua hasta patatas fritas, golosinas y variados que lo único que le hacen al hombre es pudrirlo por dentro y causarle diabetes. En la caja registradora reposaba el cuerpo de una antigua empleada de la gasolinera. Su chaqueta grisácea de lana, llena por completo de sangre y algún que otro trozo de queso maloliente y mohoso, contenía una tarjeta que permitiría a Carlos y Marcos entrar al almacén, donde todos los víveres estarían intactos al cien por cien, siempre y cuando la acción del tiempo junto con la de la biología no hubiera dañado aquellos alimentos y los hubiera estropeado.

- Eh eh mira, aquí, en la chaqueta de la gorda. ¡Hay una tarjeta para entrar al almacén!

- ¡Vuelve a gritar mamón de mierda y te pego un puto tiro!

Ah por supuesto,  faltó añadir que Carlos tenía una pistola de calibre 9 mm, y Marcos, en enorme desventaja poseía un bate con clavos incrustados en la parte superior. 

- Dejar de joder, aquí no hay ningún infectado.

- ¿Y tú qué coño sabes? Hasta la obesa esa de mierda podría ser uno de ellos.

Marcos acercó rápidamente su mano hacia la chaqueta de la empleada que yacía en el mostrador. Sus putrefactos ojos carecían de emoción. El mohoso pelo conjuntaba con las levantadas uñas de sus manos, fruto de una pus que presionó tal vez durante unos días, hasta finalmente romper sus matrices y sus lúnulas.

La tarjeta que había cogido tenía un color verde chillón, a juego con el logo de la empresa. En ella se podía leer:

Susana Pérez Ramírez
Gasolinera urbana n° 15 Urban Petrol
Régimen de encargado/a del establecimiento
Fecha de caducidad: 15/12/2022

- Vamos tío, ¡Ya puedo oler esos apetecibles manjares!

Los dos fueron directos a la puerta. Era blanca, con una cerradura electrónica, preparada para que la abrieran únicamente los empleados de la gasolinera.

Pasó la tarjeta. Un leve pitido resonó por la tienda silenciosa. Sus caras expresaban alegría. No podían creer la oportunidad que había tenido de conseguir comida después de haber estado vagando tres días sin encontrar nada.

Tras abrir la puerta, que como uno pensaría en estos momentos, conduciría a un lugar lleno de víveres intactos, listos para consumirlos. El sueño de cualquier superviviente que se precie. Pero no, sus caras habían cambiado. Ya no expresaban ese júbilo de antes. Sus rostros eran de ira y decepción, pues no habían encontrado nada de comida que llevarse a la boca. Pero en aquellas caras demacradas había algo más que frustración y enfado. Había miedo, terror, desesperación y sobretodo, ganas de haber retrocedido en el tiempo y no haber abierto nunca aquella, que aunque  prometedora puerta, jaula de muerte, cuyas garras habían llegado hasta las vidas de Marcos y Carlos.

Del habitáculo que muchos conocían técnicamente como almacén salieron tres o cuatro personas. Mejor dicho, seres humanos infectados con el virus. Corrijo aún más, infectados que querían alimentarse. Y me voy a permitir un añadido más, zombis hambrientos capaces de morder hasta los huesos con tal de llenar sus ya incontrolables estómagos. Sus mandíbulas, feroces y fuera de todo control humano posible, yacían abiertas, preparadas para arrancar carne con dientes al borde de una caída más que anunciada. Su piel era verdosa, con toques grisáceos, además de  negra. De sus cuerpos emanaba un olor nauseabundo, un esperpento para una nariz con perfecto sentido del olfato. De sus ojos salía una mirada vaga, sin gracia, calavérica y fantasmal. Fue en ese momento cuando se lanzaron los tres muertos, si se podría llamarles así, vivientes, contra Marcos y Carlos. Arrancaron cada parte de su viva piel. Orejas, mejillas, dedos, narices, labios, e incluso cabello. Entre alaridos nuestros dos, ya no supervivientes, sino, esta vez con solemne y adecuado uso, vivientes muertos, pedían un socorro que se la había negado desde el momento en el que lo pidieron a gritos. Sus caras se deformaban con cada mordisco. Y es que, no haber comido durante un mes era mucho más grave que no haber comido durante tres días, y eso bien lo sabían los infectados. Tras comer, empezaron a caminar lentamente hacia la salida de la gasolinera. La "Urban Petrol". ¿Quién iba a decir que un establecimiento que alimentaba a vehículos con combustibles fósiles iba a tener fósiles dentro suya? Quién lo diría. Quién. Si es que había un quién que lo contase en aquella maldita y vacía ciudad.

LLAMADA ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora