Laboratorio

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El frío metal de la mesa de operaciones reflejaba la luz tenue de la lámpara. El cuerpo inerte de una mujer yacía sobre ella, sus ojos vacíos abiertos de par en par, un escalofrío recorría la espalda del Dr. Romero mientras la observaba. Una víctima reciente del virus zombi, una enfermedad que había asolado al mundo en cuestión de meses.

Romero era parte de un pequeño grupo de científicos que se habían refugiado en un antiguo laboratorio del gobierno, un bastión de esperanza en un mundo en ruinas. Su misión: encontrar una cura para el virus que convertía a los humanos en criaturas agresivas y voraces.

En la sala de al lado, la Dra. Sánchez analizaba muestras de sangre bajo el microscopio, su rostro serio y concentrado. Ella era la mente brillante del grupo, la que había descifrado la naturaleza del virus y estaba a punto de dar un gran paso adelante.

"He encontrado una secuencia genética que podría ser el punto débil del virus", anunció con emoción, sosteniendo un vial con un líquido transparente. "Si logramos sintetizar un anticuerpo que ataque a esa secuencia, podríamos detener la infección".

Romero se iluminó con esperanza. "Eso es fantástico, Sánchez. ¡Podríamos salvar al mundo!"

Juntos, trabajaron incansablemente en la síntesis del anticuerpo. Era una carrera contra el tiempo, cada minuto que pasaba significaba más personas infectadas. El laboratorio se convirtió en su hogar, un lugar donde la luz del sol era un recuerdo lejano y la única compañía era el zumbido de los equipos científicos.

Finalmente, después de días de trabajo sin descanso, lo lograron. El vial con el anticuerpo brillaba en sus manos, una promesa de salvación en un mundo desesperado.

"¡Lo hemos hecho!", exclamó Romero, abrazando a Sánchez. "¡Hemos encontrado la cura!"

Con manos temblorosas, se dirigieron al cuerpo de la mujer en la mesa de operaciones. Le inyectaron el anticuerpo, observándola con atención. Al principio, no pasó nada. Pero luego, lentamente, su piel comenzó a recuperar su color natural, sus ojos se cerraron y su respiración se volvió tranquila.

"¡Funciona!", gritó Sánchez, saltando de alegría. "¡Hemos salvado al mundo!"

En ese momento, un temblor recorrió el edificio. Las luces se apagaron y un estruendo ensordecedor los hizo tambalearse. El laboratorio se estremecía bajo un ataque desconocido.

Romero tropezó y el vial con el anticuerpo se le escapó de las manos. Cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. El líquido se derramó sobre el frío suelo de metal, una mezcla preciosa desperdiciada en un instante de caos.

"¡No!", gritó Sánchez, cayendo de rodillas junto al vial roto. "Hemos perdido la cura".

La oscuridad los rodeaba, solo el sonido de sus respiraciones agitadas llenaba el aire. La esperanza que había iluminado sus corazones se había extinguido, dejando solo el vacío y la desesperación.

En el exterior, el mundo seguía sucumbiendo al virus zombi. El laboratorio, una vez un faro de esperanza, ahora era solo un recordatorio de lo que podría haber sido. Y en su interior, dos científicos se aferraban a la tenue luz de su humanidad, luchando por sobrevivir en un mundo que había perdido su brújula.

LLAMADA ZDonde viven las historias. Descúbrelo ahora