A mi querida amiga

16 1 1
                                    


Querida amiga,

Después de tanto tiempo incomunicadas, esta es la última carta que te envío. He cogido un tren para ir a otra ciudad. Tiene un aeropuerto y me iré a otro país. No quiero decir adonde voy, es demasiado arriesgado, pero te quiero explicar algo que lleva atormentándome hace tiempo. Sé que me maldecirás y no querrás saber nada de mí, pero debes saber lo que en realidad pasó. No te sorprendas por cómo empiezo, no entenderás nada cuando la carta llegue a tus manos, sigue leyendo, de eso depende mi destino.

No habré llamado tu atención, pero con una sola pregunta lo voy a hacer: ¿Te acuerdas de él? ¿Del hombre al que amabas? Entiendo que te resulte difícil evocar todos esos recuerdos, pero, por favor, hazlo para comprender lo que quiero confesar. Puede que lo hayas superado, puede que no, el duelo puede tardar, pero recordarás cuando lo conociste en la estación, cuando llegó y te preguntó por unas simples direcciones. Un poco estúpido, pero os fuisteis viendo más, y floreció un sentimiento tan aguardado por todos, el llamado amor. Os queríais tanto, nada os podía separar, pues os entendíais. Pero te olvidaste de algo. Algo, o alguien, muy importante. ¿Es que acaso no recuerdas cómo me abandonaste, cómo me apartaste para irte con él? Éramos amigas inseparables, pero cuando él llegó, me prestaste cada vez menos atención y me olvidaste. ¿Nunca te diste cuenta de cómo te manipulaba para que no nos viéramos, cómo te apartaba cuando me acercaba? Él me estaba apartando de ti, no me dejaba verte, me odiaba con todo su ser. Tú eras inocente y no te dabas cuenta de aquello, pero no te dignaste a abrir los ojos cuando le expuse ante ti, te limitaste a ridiculizarme y hacerme ver como una loca, como si lo que decía fuera fruto de cualquier histeria o paranoia. Seguramente recordarás esos momentos como yo lo hago, nos impactaron mucho.

¿A qué viene a que te explique esto? ¿Acaso te quiero hacer sufrir con estas palabras? Nunca lo haría, te aprecio demasiado, pero recuerda el final de todo aquello. Le encontraron muerto, lo debes rememorar claramente, su muerte te caló hondo. Volvamos al tema, le encontraron muerto, se ahorcó en el pequeño bosque que se encuentra cerca de nuestro pueblo, en un... ¿Cómo se llamaba? Sí, en un ginkgo, un árbol precioso. ¿Sabías que en algunos sitios simboliza el amor? Qué irónico por como acabó... Bien, tengo que confesarte que no se suicidó. Él no se habría ahorcado nunca, no quería morir y le horrorizaba cualquier mención a la muerte, pero muchos creyeron la historia del suicidio. En realidad, fui yo. Yo le maté y lo volvería a hacer. Él estaba en medio, entorpecía nuestra amistad y casi logró separarnos, pero fui más rápida. Le dije que viniera al bosque, que necesitaba ayuda, pero no me encontró, nunca sospechó de lo que pasaba. Yo ya estaba preparada, sabía qué hacer, y le di en la cabeza. Ese árbol se encuentra en una llanura que se ha de bajar por una colina, parecería que se habría caído y se había dado un pequeño golpe. Afortunadamente se desmayó y pude arrastrarle hasta donde había preparado la soga. Pasé el lazo por su cuello, me puse al otro lado de la rama y tiré de la cuerda. Que suerte que era una persona ligera, verdad? Creo que se despertó cuando aún quedaba tiempo, pero se empezaba a asfixiar. Luchó e intentó liberarse, pero sin éxito, pues ya era tarde. Si hubiera despertado antes había una posibilidad de que yo perdiera el equilibrio y pudiera soltarse, pero recuperó tarde la consciencia, era imposible escapar. Pasaron unos cuantos minutos, estuvo tiempo, pero acabó dando unos últimos espasmos y dejó de moverse. No miré su cara, no necesitaba saber que ya había perecido y que yo te recuperaría, amiga mía. Estabas tan desconsolada que me necesitabas, habías perdido a alguien "importante" para ti, pero tranquila, aquello se te acabaría pasando, sobre todo teniéndome a mí, pero no lo hiciste, y no me equivocaría si dijera que sigues sin hacerlo.

Sigue leyendo, amiga, pues debes saber el porqué de esta confesión después de tantos años. Estarás leyendo esto presa de la rabia, deseando matarme por tu mano, pero no me importaría, haría cualquier cosa por ti, dejaría que me mataras. Pero sigamos, que me pierdo queriendo explicártelo todo y no me centro en lo importante. No me creerás, pero alguien me acecha. No solo alguien, sino Ella. Ella me acecha por lo que hice, y no me... Espera un momento, Ella está aquí. La puedo ver claramente, está de espaldas a mí, no puedo verle la cara pero la puedo describir de memoria. Quiero que conozcas a mi guardiana. Creo que es una mujer, o al menos lo es su aspecto. Viste una simple túnica, de un blanco impoluto, me siento impura con solo mirar su atuendo eternamente impoluto. Su pelo cubre la mitad de su espalda y es tan negro como la noche, no se distingue otro color. Su pelo está perfectamente peinado en trenzas que la estilizan. Pero en cuanto ella se gira puedes ver su verdadera naturaleza. Su piel es gris, está hecha de ceniza, pero es lisa, aunque tiene brechas que la recorren, parece una muñeca de porcelana resquebrajada por el tiempo, porque parece joven, pero se puede presentir en ella la sabiduría de milenios a sus espaldas, puedo ver muchos más años de los que aparenta. Pero lo que más me inquieta es su cara, tan inalterable como una máscara. Sus ojos son como su pelo, no se puede ver nada, son completamente negros, y van bajándole lágrimas de alquitrán, tan oscuras como sus intenciones. Ese reguero baja de su cara a la túnica, por donde el líquido desciende, se desliza por esa tela nívea, pero no la llega a manchar, resbala por la tela y cae al suelo, donde desaparece. Y luego está su boca, que muestra una mueca de ira permanente, me señala con su expresión desdeñosa, que me acusa con su voz, una voz que parece emanar del Averno, y que me señala como culpable. Me acusa de lo que he hecho, siempre me está repitiendo la afrenta cometida y remarca que no puedo escapar a mi destino. Me acecha, no me deja en paz y la mayor parte del día está junto a mí. Ella me enloquece, me persigue a donde vaya, me trata como a su presa, y me aterra con su voz, esa voz de Furia, esa voz que no para y resuena en mi cabeza hablando del crimen cometido, de mi inescapable y terrible destino y de la locura que me acompaña. No puedo más, quiero deshacerme de ella, y al menos he entendido una cosa de ella: no me soltará hasta que me vea muerta en un ataúd, no se separará de mi lado por mucho que pierda la cordura o admita lo que hice, siempre estará delante de mí, siempre mirándome con sus ojos, siempre observando. No, querida amiga, no puedo aguantarla más, por eso te escribo esta última carta, quiero que sepas la verdad antes de exhalar mi último aliento, quiero que comprendas mi dolor para reunirnos en el Más Allá, quiero librarme de ella para volverte a ver, a la persona a la que más he amado.

Y con mis últimas líneas me despido de ti, mi adorada amiga.

RelatosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora