Después de aquella tarde en donde mi hermano había admitido sus sentimientos hacia Lía -quizás no de forma directa, pero como decía el dicho, si callaba es que yo tenía razón-, mi cerebro había llegado a dos conclusiones de gran importancia.
La primera: que mi hermano quizás no era adoptado. Si, bien era cierto que mis padres siempre habían asegurado que Albus era un Potter en todo sentido de la palabra -mas o menos, era Slytherin y eso era prácticamente ir en contra de todos nuestros antepasados y su legado-, y estaba el pequeño detalle de su parecido con mi padre, pero yo siempre había dudado. Era demasiado serio, demasiado perfeccionista. ¡Era Slytherin! Siempre había creído que mis dudas estaban bien infundadas.
La segunda, sin embargo, era un poco más complicada: tenía que asegurarme de que cierta Ravenclaw se encontraba bien.
Mi conversación con Katherine Krum me había dejado una incomodidad interior que incluso una semana después me perseguía. A pesar de haberlo intentado todo para olvidar aquella expresión de desolación en el rostro femenino, me era imposible dejarlo de lado. Había gastado bromas a las serpientes, coqueteado con Lía sin mucho éxito -casi seguro de que si me declaraba en mitad del Gran Comedor totalmente desnudo y tocando una canción romántica con un solo de guitarra, la única reacción de Lía sería mirarme mal y decirme que no haga tonterías, antes de darse media vuelta y dejarme totalmente de lado-, incluso me había dedicado a hacer las tareas que nos dejaban los profesores en un intento de no pensar en aquel encuentro.
Pero todo había sido totalmente infructuoso.
Si cerraba los ojos, era capaz de recordar con dolorosa precisión la mirada grisácea de la hija de la profesora Krum. Una mirada triste, desolada. El tipo de mirada que tiene una persona que se sabe enamorada de alguien que jamás la corresponderá. El tipo de mirada que más de una vez había visto en el espejo, cuando la desilusión se hacía demasiado pesada y la certeza de nunca ser visto como algo más que un amigo era una loza en el corazón.
Y era ese recuerdo lo que me empujaba en aquellos momentos a esperar en las escaleras que llevaban a la lechucería, en mitad de la noche y con dos enormes copas de helado de chocolate que los elfos domésticos me habían regalado.
— Eres la última persona que alguna vez pensé que me citaría en algún lugar en mitad de la noche, Potter.
La suave voz femenina llamó mi atención, que se había perdido en las luces de colores que salía de mi varita desde hacía diez minutos atrás. Levanté la mirada y la clave en los ojos grises, que me miraban con verdadera curiosidad.
Estaba vestida como si hubiese estado haciendo yoga -lo sabía por que era el mismo tipo de atuendo que Lily usaba cuando decidía hacer yoga en verano- en vez de estar preparada para irse a dormir. La ropa cómoda, los pies descalzos y el cabello de dos colores recogido en dos pequeñas y medio deshechas trenzas. No parecía el atuendo que se pondría alguien para una cita nocturna, al menos que dicha salida fuera para ver algún familiar o un muy buen amigo.
Teniendo en cuenta que sólo habíamos hablado una vez con anterioridad, no estaba del todo seguro de si lograba entrar en alguna de esas dos categorías.
—Bueno, si lo prefieres, podemos fingir que nos hemos encontrado por pura casualidad—me encogí de hombros y le señalé los escalones para que se sentara junto a mí—.Y que también, por pura casualidad, yo me encontraba en posesión de dos grandes helados de chocolates.
—Soy más de vainilla—Con un encogimiento de hombros, se sentó un escalón por encima del mío, por lo que me vi obligado a girarme para poder hacerle entrega de su copa de helado.—Pero el chocolate siempre es bienvenido.
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10 Razones para Besarla
Fiksi PenggemarJames Sirius Potter tiene el orgullo de presentar... espera, espera. ¡¿Orgullo?! ¡Nada de orgullo! ¡Me he visto obligado a hacer esto! ¡Y si lo hago es para demostrarle a cierta pelirroja -y sì, querida hermanita, hablo de tì- que no soy ningún mied...