IV

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22:00h de la noche.

El espejo marrón reposaba en la habitación.
Mi cuerpo atrapado por un vestido rojo y los zapatos de tacón junto a mi pelo liso y mi maquillaje oscuro se reflejaron en él.
Antes de ver a Damiano en el bar, debía estar con Adriano. Le había prometido que hoy podría disfrutar de mí.
Había cubierto los chupetones que Damiano me dejó en el cuello con una base oscura. Aunque se notaba un poco la diferencia de color, preferí eso antes de que Adriano supiese que me había casi acostado con otro hombre que no fuera él.
Habíamos acordado vernos en mi casa. Estaba nerviosa, intranquila. Tenía demasiadas cosas ocultas en mi cuerpo.
Mi teléfono sonó y miré la pantalla ansiosa. No era Adriano, sino Damiano. Me extrañé y respondí.
- ¿Damiano? ¿Para qué me llamas ahora?
- Oye, háblame bien.- rio.- solo te llamo para decirte que vayas un poco más tarde al bar. Me ha surgido un pequeño...imprevisto y no voy a poder ir antes. Asuntos de cantantes, ya sabes.
- Oh, Dios mío...ya te dije esta mañana que tenía planes.- resoplé.- por favor, hoy no puedo.
- Chica, cualquiera diría que no lo pasaste bien en el cuarto.
Me aguanté la risa y puse los ojos en blanco.
- ¿No crees que mis gemidos eran lo suficientes como para que pienses eso, Dam?
Se calló durante dos segundos y me asusté.
- Tengo tus gemidos dentro de mis oídos, Gina. Los estoy escuchando ahora mismo.
Mi estómago sintió cosquillas. Damiano provocaba en mí un deseo que nunca antes había experimentado.
- Ven, por favor, aunque no hagamos nada.
Me mordí el labio.
- Está bien, Damiano. Has ganado tú.
- Chica, yo siempre gano.- Susurró en el micrófono.
Un escalofrío me recorrió la espina dorsal.
- Hasta luego, bebedora.
- Hasta luego, ambicioso.
Cortó el teléfono y sonreí.
Un golpe en la puerta sonó y abrí.
Adriano me miraba profundamente. Se acercó a mí, rodeó con su brazo mi cintura y me besó los labios.
Por primera vez, quise separarme.
- ¿Por qué no has preparado el ambiente para la gran ocasión?.- dijo.
- Bueno...es que no me ha dado mucho tiempo. Me duele bastante la cabeza.- mentí.
- Así ni ganas me dan de follarte, Gina.- se sentó en el sillón y cruzó las piernas.
Tragué con fuerza.
- Pero...lo importante es que yo sí estoy arreglada, ¿no crees?.- dije en un intento de ser seductora. Me acerqué a él y me senté en su pierna derecha, quedando esta entre apresada por mis muslos. Mi vagina pegaba con su pantalón.
Me tocó los pechos, que se dejaban ver tras el escote. Los manoseó y fingí un gemido. Sentía terror de saber que horas más tarde, estaría con Damiano. Me moví en círculos sobre su pierna y arquee mi espalda. Me agarró de la cintura y lo besé. Chupé su cuello.
- Desnúdate para mí.- me dijo.
Me levanté lentamente y me quité el vestido. Temblaba. Si se daba cuenta de los chupetones, sería mi fin.
Desnuda ante él, se levantó y me metió la mano en la vagina. La acarició.
- Mójate más.
Cerré los ojos e imaginé que esos movimientos los ejercía Damiano. Me moví rápidamente de adelante hacia atrás. Un gemido ahogado hizo que me estremeciera. Me dio la vuelta y me apoyó contra la pared. Se quitó la correa y la lío en sus manos.
- Te voy a azotar como la perra que eres.
Me sentía sucia. No quería hacer esto, pero la protección valía más que mi no.
Me dio un latigazo y solté un pequeño grito. Después otro. Y así hasta que mi culo ardía.
Volvió a mí y me pegó palmaditas en el coño. Estaba llorando. Más que placer, sentía dolor. Hacía mucho tiempo desde que Adriano ya no me excitaba. Necesitaba terminar con esto.
Me dio la vuelta y me besó apasionadamente. Me metió dos dedos dentro de mí y ejerció una fuerte presión que hizo que me dolieran las paredes de mi vagina.
- Adriano, siento ganas de vomitar. Para, por favor.
Siguió con sus dedos dentro de mí. Esta vez más fuerte. Me miró a los ojos.
- Adriano, para, por favor. Me estás haciendo daño.
Seguía sin parar. Mucho más fuerte. Me arañaba las paredes de la vagina y me pegó un fuerte golpe en el culo.
Comencé a llorar más fuerte.
- ¡Para! ¡Para, joder!
Sacó sus dedos dentro de mí llenos de sangre. Sangre del dolor que había sentido.
- ¡Eres una zorra!.- me gritó.- ¡Por hoy te vas a librar, pero que te quede bien claro que tú, Gina, me perteneces!
Arrinconada en una pared, llorando, con el rímel corrido y desnuda, me sentí asqueada.
Cogió su correa y salió de la casa dando un portazo.
Me senté dolorida en el sillón y miré mi culo, lleno de latigazos, con arañazos de sangre.
Decidí llamar a Damiano.
- ¿Sí?
- Dam, no nos podemos ver en el bar hoy. Ven a mi casa.
- ¿Pero qué dices, Gina? No voy a ir a tu casa.
- ¡Joder, Damiano! No pienso decirle nada a la prensa.- grité.- Ven ahora, por favor.
- ¿Para qué quieres que vaya ahora, chica?
- No aguanto mucho más tiempo.- mentí.
- Ahora es demasiado temprano, ¿no crees?
- Ven, por favor. Te mando la ubicación por mensaje.
Corté antes de que me diera una respuesta y le envié la ubicación.
Necesitaba quitarme el sabor de Adriano. Aunque conocía a Damiano desde anoche, despertaba en mí muchísima pasión. Ardía con solo pensar en él.
El acto de Adriano había sido terrible. Las palabras que me dijo se me quedaron en la mente. No quería irme a dormir sabiendo que el último hombre que estuvo dentro de mí, era él. Estaba dispuesta a perder su protección.
Tan solo veinte minutos después, Damiano apareció en la puerta de mi casa vestido con una camiseta blanca y unos pantalones negros.
Abrí con un tanga negro y una camiseta lila. Me había cambiado. No quería verme más con esa ropa.
Sin previo aviso, lo besé en la puerta. Entramos dentro y la cerramos de un portazo. Su lengua chupó el cielo de mi boca y gemí ante eso. Puso sus dos manos en mi cintura y andamos hasta la pared.
- ¿Mucho deseo concentrado, chica?.- dijo entre dientes.
Sonreí y seguimos besándonos. Su mano llegó hasta mi culo y lo apretó. Solté un gemido de dolor y se separó de mí.
- ¿Te pasa algo?.- dijo.
- En absoluto.
Me abalancé de nuevo para besarlo, pero se detuvo y dedicó una mirada a mis nalgas.
- Gina, ¿qué coño tienes ahí?
- No es nada, solo fue un golpe.
- Y una polla, Gina. Tienes sangre.
Me miró a los ojos y pronunció las palabras que nunca quise que pronunciara.
- Mierda. Son...latigazos.
Y ahí, el caos se hizo.

GRÍTAME DESPACIO// DAMIANO DAVIDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora