Seis

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Teniendo el celular en una mano, pegado a mi oreja, parada frente al espejo y con el cuerpo temblando extasiado, llevé la mano izquierda hasta mi vientre. Estaba temblando demasiado, quise creer que se debía a los nervios y no al mayor deseo que había sentido en mi vida.

Acaricié con mis dedos la piel pálida y suave de mi vientre, me miré fijamente mientras hacía esto, y luego con más decisión terminé el recorrido hasta mis pliegues. Un jadeo entrecortado salió de mis labios; tenía la respiración contenida mientras deslizaba mi dedo medio de arriba hacia abajo, esparciendo la vergonzosa humedad que salía de mi orificio vaginal.

—¿Laura?

La voz de señor sexo me hizo cerrar los ojos y apretar las piernas, tratando de detener la excitación que me recorría entera.

—¿Podrías hablarme? —pedí y luego añadí:— Por favor.

Sí, yo... Laura, Dios... Me tienes como crío de secundaria.

Sonreí suavemente, sintiendo su voz en mi oído y mis dedos acariciar mi clítoris.

Había una presión en mi centro, si apretaba mis piernas, jadeaba desvergonzada.

Cuando deslicé un dedo dentro de mí, arrugué el entrecejo por el dolor, aún no me acostumbraba a esto, apenas lo hacía dos veces al mes o poco más, y nunca había podido meterme ni siquiera un dedo completo. Quería suponer que era por mi virginidad, lo que me hacía temer a la hora de perderla.

Si no me entraba un dedo...

—¿Por qué te tengo como... un crío? —pregunté en un susurro.

Porque ni siquiera sé qué decirte, escucharte jadear me dejó noqueado —sonreí—. Pero te lo juro, quisiera estar ahí... tocarte yo mismo, ¿Quieres saber cómo?

—Sí —no dije, gemí.

Bien, te besaría. Te besaría demasiado, hasta que estés cansada o lo suficientemente excitada para que mis dedos entren en ti sin hacer esfuerzo, hasta que tu humedad sea tan insoportable que tus paredes me succionen —yo jadeaba sin control mientras me frotaba con velocidad el clítoris—. Lamería tus senos, los mordería... de solo imaginarlo me pongo duro, carajo.

Introduje dos dedos en mis pliegues cuando uno no fue suficiente para abarcar mi sexo. Estaba tan hinchada y palpitante que un solo dedo era insuficiente para rodear toda mi extensión. Me estaba frotando tan rápido que mis jadeos eran un concierto en vivo de dos gatos maullando; quería alargar el inevitable orgasmo, pero estaba tan a punto que decidí seguir como iba, hasta poder llegar a dónde tenía que hacerlo.

—¿Estás duro? —pregunté sorprendida. No me mal entiendan, antes había excitado a varios chicos, y más que todo a mi novio, pero él era señor sexo. Y señor sexo es señor sexo. Alguien fuera de mi alcance.

—¿Quieres que te diga que estoy duro? ¿Qué me va a explotar en los pantalones? —hice un sonido con la boca en afirmación— Ay Laura, desearía poder hacer lo que haces tú en este momento y liberarme escuchando tus jadeos, no sé cómo voy a hacer para disimular esta erección en los pantalones, pero ambos estamos de acuerdo en que me debes una.

—¿Te debo una? ¿Por qué?

Mis rodillas se doblaron cuando el cúmulo de placer se amontonó en mi vientre, y tuve que abrir más las piernas para mantener el equilibrio.

Porqué te creí inocente e inexperta, eso me hiciste creer tú —contestó—, pero esta chica que chilla de placer al oído de un desconocido es mejor que cualquier fantasía que haya creado.

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