Dieciocho

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—Estoy un poco mareada —susurré, pero no esperaba que nadie me escuchara, Oliver y Andrómeda se miraban como si fuese el fin del mundo y las tres personas que estaban en la cocina no se atrevían a cruzar ese pasillo.

—Vale, hija —habló Oliver—. Debemos hablar.

—¿Mi mamá? ¿Dijiste mi mamá? —preguntó Andrómeda.

Mi mareo aumentaba y aumentaba, pero obviamente era culpa mía, nadie me había mandado a empinarme aquel cuarto de botella nada más por despecho, aunque había una ventaja, estaba mareada, pero no adolorida. Sí, tenía ganas de llorar, pero me encontraba anestesiada, y no me arrepentía.

Bueno…

No me arrepentí hasta que la bilis subió a mi garganta y simplemente salió por mi boca.

¿Sabes esos momentos donde te preguntas si es tu semana de mala suerte o simplemente ya la tenías encima, pero no te habías dado cuenta? Me pasó justo en ese momento, porque mi vómito cayó directamente en el pantalón y los zapatos de Oliver, quien no se había movido de mi lado mientras hablaba con su hija.

El atacado ni siquiera se movió de su lugar, no hubo mueca de asco ni de reproche, cuando subí la mirada apenada, simplemente vi preocupación.

—¿Qué tomaste? —me preguntó, colocando una mano en mi hombro, pero yo no pude responder porque otra arcada me atacó fuertemente.

Antes de vomitar nuevamente sus zapatos, señor sexo se echó hacia atrás para luego ponerse detrás de mí y recoger mi cabello.

—No quiero vomitar aquí —murmuré cansada—, que pena con tu…

Pero volví a vomitar con todas mis fuerzas, sentí que el cerebro se me iba a salir por los ojos y que la garganta atravesaría mi cuello.

Me quería morir.

—Tranquila —susurró Oliver acariciando mi espalda—. Hija, busca un balde o la papelera, por favor.

—Sí, papi.

Andrómeda se fue corriendo tranquilamente, como si no hubiese visto a una chica sacar el alma por la boca.

Intentaba decir algo, pero las arcadas no se detenían y yo me sentía cada vez más débil. Lágrimas empezaron a correr por mis mejillas debido al esfuerzo que estaba haciendo.

Las arcadas se detuvieron por unos segundos y luego volvieron con más fuerza; antes de seguir vomitando el piso, Andrómeda colocó una papelera a mis pies y logré escuchar pasos acercándose al comedor.

—Ay Dios, que asco —esa era la voz de Escarlett.

—Cierra la boca —esa era la voz de Lu.

—Voy por alcohol —y reconocí la voz de Sebastián a pesar de tener los oídos tapados.

Unas manos se colocaron en mi hombros y los zapatos coloridos de mi mejor amiga aparecieron en mi campo de visión.

—Aprovecha de sacar por ese vómito todo el despecho, Lau —recomendó.

«¿Cómo se hace eso?» Quise preguntar, pero seguí vomitando sin control.

Luego de unos cinco minutos de arcadas tras arcadas, me detuve. Me enderecé con miedo, ya que podía volver a vomitar, y, en medio de las lágrimas, logré ver a Sebas al lado de Lu, con un frasco de alcohol extendido en mi dirección.

—Huele —ordenó.

Yo tomé el frasco con las manos temblorosas y lo acerqué a mi nariz; sentí náusea, pero todo tranquilo comparado con aquella vergüenza que acababa de pasar.

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