《 Una discussione e un perdono 》

991 106 3
                                    

La luz del atardecer fue apagándose lentamente como la llama de una vela hasta que la noche decoró el despejado cielo iluminando con la suave luz de la luna y la belleza de sus estrellas, y durante un par de horas el padre de Giuila, Massimo Marcovaldo, y el pequeño Luca se habían dedicado a buscar a Alberto por los alrededores, preocupados.

El menor no paraba de mirar por encima del borde de la barca tratando de escrutar las partes más profundas del mar con ayuda de una linterna para tratar de divisar si alguna silueta anfibia vagaba cerca, pero la idea de que Alberto pudo haber sido capturado por Ercole estuvo apunto de hacerle entrar en pánico hasta que observó la torre en la que vivía y sintió un ligero alivio.

Así mismo le pidió al señor Massimo que lo llevara hasta la pequeña isla que estaba a unos cuantos metros de distancia, a lo que el corpulento hombre obedeció y dirigió la barca hasta donde el niño le había pedido.

Luca bajó rápidamente y corrió apresuradamente hasta la torre en compañía de Massimo. El lugar permanecía en silencio, sin dar señales de que alguien estuviera ahí, pero Luca sabía que su amigo estaba refugiado allí ya que notó que la escalera de madera por la que solían subir estaba derribada a un costado, pero con ayuda del señor Massimo acomodaron la escalera de nuevo y Luca pudo subir hasta la entrada de una gran abertura que estaba casi expuesta.

Una vez dentro iluminó a su alrededor con su linterna encontrándose con todas las cosas de su amigo esparcidas y rotas por todo el suelo, entre ellas el dibujo que habían hecho juntos, arrugado y roto por la mitad. Tomó ambas partes con cierto temblor en sus manos pero no tuvo tiempo de pensar en ello ya que una voz familiar rompió el cruel silencio del sitio.

—¿Qué haces aquí?

El menor se sobresaltó e inmediatamente se volvió hacia el chico que lo observaba indiferente desde unas escaleras que se encaninaban hasta el techo de la torre.

—Alberto, eh... hemos estado buscándote por todos lados —dijo Luca dando un paso hacia delante pero inmediatamente se quedó quieto por la abrumadora severidad con la que lo veía.

—¿Ah sí? Con que ahora te preocupas por mi —respondió Alberto en un tono sarcástico mientras se cruzaba de brazos—. Creí que estabas ocupado con Giuila

—No, yo solo...escucha, lamento haberte dejado, de verdad lo siento, no quería que nada de eso pasara, no sabía qué hacer, pero-

—No, lo entiendo, sé que quieres llevar una vida como la de los humanos, y está bien, supongo...—dejó salir un pesado suspiro a la vez que esbozaba una pequeña sonrisa—. De todos modos estoy acostumbrado a quedarme solo

—Pero yo no quiero dejarte Alberto —objetó Luca observándolo con pesar y acercándose unos cuantos pasos hasta situarse frente a la escalera.

—Yo tampoco, pero es injusto querer matenerte atado aquí conmigo si tú quieres ir a la escuela con Giuila —mordió sutilmente su labio inferior con molesta y sus manos formaron unos puños a los que apretó con cierta fuerza, después los deshizo y se abrazó a sí mismo.

Luca se quedó en silencio sin saber que decir, lo único que se le ocurría hacer era querer abrazarlo pero temía que lo recharza obligándolo a apartarse por lo que prefirió darle su espacio. En su lugar, bajó su mirada hasta su pierna que se movía un tanto tensa a causa del dolor que punsaba en donde se enontraba la herida que le había causado Ercole, apenas cicatrizaba y seguía sangrando, pero en menor cantidad que antes.

Con el corazón retumbándole con fuerza en su pecho al sentir el peso de la culpabilidad cayéndole como piedras encima subió los peldaños que faltaban y se arrodilló frente a él y prosiguió a curarlo con las cosas que llevaba en su botiquín, procurando no lastimarlo y ser lo más cuidadoso posible.

Por otro lado, Alberto sólo se limitó a quedarse quieto sin dirigirle la palabra, ni siquiera se molestó en protestar contra el menor en cuanto se percató de sus intenciones, pues a pesar de seguir resentido realmente apresiaba ese detalle y dejó que se encargara pacientemente de su lesión.

Finalmente Luca cubrió la herida con una benda y levantó su mirada hasta encontrarse con la del otro. La furia se había desvanecido de sus ojos que ahora denotaban tranquilidad, y sin previo aviso sintió como Alberto se abalanzaba sobre él, rodeando con sus brazos su cuello uniéndolos en un cálido abrazo.
Apenas logró mantener el equilibrio pero no le tomó importancia y no tardó en corresponderle, alegrándose de haber podido reconciliarse con su mejor amigo.

—Lo siento, actué como un tonto -se diculpó Alberto en voz baja sin separarse ni un momento.

—Ambos lo hicimos, pero quiero que sepas dos cosas -se apartó lentamente del abrazo para quedar de frente y prosiguió—. La primera es, que en cualquier lugar que yo esté jamás dejaré de preocuparme por ti, y la segunda es que no te cambiaría por nadie ni nada del mundo, eres tan especial para mi como también lo es Giuila y los quiero por igual, ¿ok?

—Pero, ella ya sabe como soy en realidad, ¿qué haré entonces? —preguntó ansioso pues recordaba haberse mostrado ante ella de forma amenazante y seguramente se había ganado el repudio de la niña por eso.

—Hablaremos con ella y le explicaremos todo, sé que no contará nada de lo que vio a nadie, además ya te conoce y estoy seguro de que lo entenderá —lo tranquilizó con una sonrisa y acarició su cabello gentilmente.

Alberto asintió con la cabeza más relajado y prosiguió a juntar sus frentes con ternura. No era un gesto que tenía planeado hacer ni mucho menos sabía si tenía algún significado, pero era algo que había visto hacer a una pareja cuando paseaban por el pueblo.
Luca tragó salivia por el nerviosismo que estaba sintiendo por todo su cuerpo en cuanto notó la poca distancia que había entre sus rostros, y poco después lo invitó a levantarse e ir a casa, pues Massimo los estaba esperando fuera.

—Mañana seguiremos practicando para el concurso y conseguir la vespa -animó Luca cuando iban a medio camino en la barca.

—Bien, entonces yo tendré que comer porque no podré con la bicicleta -respondió Alberto señalando su pierna.

—Claro, no te preocupes, yo me encargaré de eso -aceptó Luca que no pudo evitar bostezar de sueño, mientras recargaba su cabeza sobre el hombro del otro.

Una tarde dolorosa [Alberca]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora