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«Un maldito rompecabezas.»

―Angie.

Un mes ha pasado.

Un mes desde que «conocí» a Brisa.

Un mes desde que vimos juntas la película
Toy Story.

Un mes desde que pasamos juntas cada hora de clases, hablando, riendo, pero sin hacer mención de ningún sentimiento ni del beso que compartimos en medio de la cafetería.

Beso que, gracias a Martina y sus contactos en el periódico, evitamos que apareciera en primera plana. O en los rumores. Incluso en la fastidiosa sección de «¡último momento!». Y vaya que la presidenta del periódico había recibido información jugosa y detallada de ello; fotografías, relatos exagerados de lo que sucedió y cómo ocurrió, inclusive tiempo exacto que duró el beso de la nerd y la perra.

Agradecía a Marti cada día por haber evitado ese tipo de notas.

Así que debido a ella, nunca volvimos a mencionar aquel hecho, ni tuve la oportunidad de repetirlo, es decir, Martina siempre estaba entre medio de Brisa y yo. Ella era el muro que nos separaba, quizá no con ese propósito, pero lo hacía. Nos hicimos muy buenas amigas... ¡con decir que hacíamos todo juntas! Almorzar, hablar en los corredores, reírnos de los mismos chistes.

Más aun con Bri. Todos los días, sin excepción alguna, la llevaba a su casa.

Pero sentía que iba a explotar en cualquier instante si no le decía que estaba enamorada de ella. Era muy loco, porque había conocido a sus abuelos, a su padre (una vez que la acompañé al cementerio), y también a su gata. Y podía asegurar que cada uno de ellos sabía de mis sentimientos, incluso su padre desde el cielo.

-¿Cuándo se lo dirás?.-

-Mañana.-

Ese había sido el diálogo entre Marti y yo durante el último mes, cuando Brisa no estaba cerca.

Martina me presionaba para que yo le confesara mis sentimientos, sin embargo, cuando estaba con Bri me era imposible. Me había acostumbrado tanto a ella, a su aroma, a ver sus lunares de cerca, a respirar de su aliento cada vez que cuchicheamos, que me daba pavor perderla. Porque sabía que si abría mi corazón y ella no me correspondía, entonces perdería todo... incluida esa sonrisa siniestra y juguetona que esbozaba cuando me llamaba «estúpida» y yo le fruncía el ceño.

Guardé las cosas en mi casillero, después de haber devuelto unos libros en la biblioteca, y me apresuré en llegar al auto de Lucía.

¿Por qué me apresuraba? Porque como todos los días, Brisa me estaba esperando allí a la salida de clases.

-Adiós, cariño.- La despidió Kevin.

Pude escucharlo a lo lejos y vi cómo él le sopló un beso.

Inspiré, apretando los puños, y me repetí una y otra vez que yo era una nerd, no una boxeadora. Pero no podía evitar ponerme celosa cuando Kevin le decía cariño o le guiñaba; me daban ganas de estrangularlo. De golpearlo con mis libros. De gritarle que se alejara de mi chica.

Brisa lo ignoró y se sentó en el capó de mi auto. Al verme, sonrió.

-¿Cariño?.- Indagué acercándome a ella.

-Kevin es un idiota.-

Su media sonrisa me tranquilizó.

-Creo que ha estado enamorado de ti desde primer año.- Le comenté, en parte cierta, y en parte para ver su reacción.

Estúpida AngieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora