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«Dime qué jodida cosa quieres y lo tendrás.»

―Brisa.

-Un simple gracias me es suficiente.- Pensé en voz alta, recordando lo que le había dicho.

Mientras caminaba hacia la cafetería, mis pensamientos se hacían cada vez más embarazosos.

Sabía perfectamente que aquel encuentro tendría que haber sido más «discúlpame» de mi parte, y menos «gracias» de Angie. Pero al verla, impaciente a mi lado y visiblemente alterada con mi cercanía, lo único que había hecho era avergonzarla más.

-De nada.- Murmuré con arrebato, apretando los dientes.

Le había dicho de nada a Angie. Ella me había agradecido al haberla ayudado. ¿Existía acaso algo más cómico que eso? En vez de haberme esforzado por conseguir su perdón, le había arrebatado más su dignidad. Y por ello, la culpa comenzaba a carcomerme con más frenesí.

Tropezándome con mis propios pasos, me detuve a mitad del corredor. Y sin pensármelo dos veces, hice el camino de vuelta a Angie. Tenía que solucionar este asunto rapido, sino estaba segura que terminaría despierta toda la noche sintiéndome culpable (como lo había hecho las últimas semanas, omití).

-¡Detente!.- Exclamé tan pronto como la vi. Ella venía caminando con su mirada clavada en el suelo, como siempre, y con sus auriculares colgando a cada lado de su cuello. En cuanto alzó la mirada, vi cómo su cuerpo se paralizó y acto seguido, se giró para evitarme.

-A ti te hablo, detente.- Casi grité, apurando mis pasos para llegar a ella.

Me planté frente a su cuerpo, y a pesar de que su rostro apuntaba al suelo, contemplé cómo el rubor de sus mejillas se esparcía con ligereza y se le acumulaba en el cuello.
El contraste de su remera blanca y el buzo beige, con el rojo de su piel, era atractivo. ¿Atractivo, Brisa, en serio? Apreté los dientes.

-¿Qué quieres? ya te dije gracias.- Murmuró, y por el volumen de su voz, pensé que podría estar fácilmente hablando para sí.  

¿Por qué era tan difícil hablar cuando la culpa me sofocaba?. 

-No quiero que me agradezcas.- Empece, sintiendo cómo mi garganta se apretaba con cada palabra salida de mi boca.  

-¿Entonces?.- Su mentón se levantó, y al instante, nuestras miradas se encontraron. ¿Angie tenía ojos castaños? Parpadeé, y la realidad me golpeó. El café de sus ojos casi parecía como el color de una avellana, y era hermoso a comparación del triste y agonizante brillo que los recubría.  

-Quita esa mirada de gato con botas.- Balbuceé con dificultad, incapaz de sostenerle por más tiempo la mirada.  

Inmediatamente, Angie sonrío. Me sonrío.

-He visto Shrek, ¿de acuerdo? ¿Cuál es la parte graciosa?.- Dije con fingido desinterés, aunque me suponía mucho coraje aceptarlo.

-Señorita Sin Corazón viendo una película infantil, ¡nadie se lo creería!.- Comentó, y por más que intentó sonar burlesca, mitad de una sonrisa nostálgica quedó esbozada en su rostro.

-¿Y qué esperas para decírselo al mundo? Ve.- La animé, estirando mis brazos hacia los lados para dar énfasis a mi sugerencia.

Cualquiera podría haber leído mi proposición como satírica, o incluso como una oferta sensata. Es decir, ¡ve y diles a todos que la chica insensible es tan inocente que mira películas animadas! Nadie se lo creería, y si lo hicieran, saldría ganando yo; mi rótulo de insensible se iría, y lo más probable era que mi estatus de perra regresaría una vez más. Y sobre todo, el haber hecho llorar a Angie quedaría en el olvido.

-No lo diré.- Negó ella, sorprendiéndome y pausando mis pensamientos.

-Hazlo.- Le sugerí, casi dispuesta a obligarla.- Y quedamos a mano, ¿sí? Te hice llorar delante de toda la clase, devuélvemelo. Avergüénzame delante de toda la preparatoria si quieres.- Insistí, renuente a seguir conviviendo con la culpabilidad.  

-¿De eso se trata, eh?.- Indagó. Me quedé sin palabras ante su rostro inexpresivo.- ¿Quieres quitarte la culpa?.- Inquirió estrechando la mirada.  

-Sí.- Respondí siendo sincera.  

-No quiero avergonzarte, Brisa.- Musitó ella, y tan rápido como lo dijo, retrocedió un paso.  

-Dime qué quieres, entonces.- Dije, impaciente.  

-Nada.-  

-Maldita sea, todos quieren algo. Sólo dime qué jodida cosa quieres. ¿Quieres burlarte de mí? Te dejaré hacerlo.- Gruñí, a punto de un ataque de histeria.

Angie parpadeó, me pareció ver confusión en su mirada.

-Vete a la mierda.- Dije agobiada, y desaparecí de su camino.

Eso estuvo mal Brisa, me dije a mí misma. Lo único que había querido era disculparme, y había terminado insultándola. Otra vez.

-Has cometido un error Brisa, asume las consecuencias.- Me pareció oír. El problema era que el dueño de esa voz hacía mucho se había ido al cielo. Pero probablemente, eso es lo que hubiese dicho mi padre si me veía en ese instante. Y claro que tenía razón, incluso yo lo sabía.

Bufé resignada, entonces saqué un lápiz y papel de mi bolso, y comencé a escribir apresuradamente. No era una letra muy elegante la que yo tenía, sin embargo, era legible. Doblé el papel en dos, y caminé por el corredor; alguien me iba a ayudar.

-Pedro.- Grité, viéndolo a lo lejos. Aunque me daba la espalda, podría distinguirlo a kilómetros de distancia; su característica altura, el cabello rubio teñido y la camiseta amarilla y morada de los Lakers que se adhería a su pecho. Miró sobre su hombro, y al verme, giró con su cuerpo.  

-¿Qué sucede, cariño?.- La última palabra contenía de todo menos amor.  

-Pensé que podrías saber cuál es el casillero de Angie, ¿lo sabes?.- Indagué, conteniendo mis ganas de golpearlo, y fingiendo una sonrisa coqueta.  

-¿Angie? ¿La tonta Velasco?.- Preguntó suspicaz, arqueando una ceja.  

-Sí.- Apenas afirmé.  

-A ver...- Simuló pensar, mordiéndose los labios.- Si me dices qué te traes entre manos, quizá te diga.- Agregó.

Mi mandíbula dolió. ¿Por qué entre todas las personas que caminaban por el corredor, justo le había preguntado al chico más extorsionador e imbécil de todos? Vacilé mientras le brindaba una sonrisa, no la más coqueta ni agradable, pero la única que podia fingir si quería su ayuda.

-Tengo que dejar algo en su casillero.- Respondí. Alcé mi mano, donde tenía el papel, y lo sacudí con desgana.

-¿Eres su admiradora secreta?.- Dudó, mostrando todos sus dientes en una amplia y sarcástica sonrisa.

-Si.- Mascullé con ironía, intentando controlar mi temperamento.

La mirada de Pedro se estrechó hasta tal punto que sus ojos parecían una fina línea de pestañas.

-Es el cuarto de la derecha hacia la izquierda.- Dijo finalmente, y haciéndome un guiño, se volteó y camino a la cafetería.

Conté los casilleros, desde el comienzo, y me detuve en el indicado por mi compañero. Hazlo, me obligué. Entonces empujé la pequeña nota en las angostas rendijas que había en la puerta de su casillero, y salí de allí lo más rápido que pude.

Estúpida AngieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora