Capítulo 11

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Narrador omniciente

El llanto inconsolable de Lidia preocupó a Aidan, le revolvió el estómago, y quería partirle la cara a Muller, pues creía que él era el causante de todo.

Aidan apretó aun más fuerte el abrazo, y se sentó en una silla, haciendo que Lidia quedara sentada en sus piernas. Indefensa, hinchada, rota, como una niña pequeña a la que le falleció la mascota.

Tardó un rato en calmarse, y en el lapso, veía a la gente salir del salón, un poco incómodos por la escena. Le hizo una seña a sus padres de que él se quedaría un rato más, y ellos se despidieron con un ademán. Al quedarse solos, sólo con el conserje limpiando y levantando el desastre de los niños pequeños . Lidia se había calmado, no porque le doliera menos, sino porque ya no tenía más
lagrimas para expresarse.

Se incorporó un poco, con un leve dolor en el cuello, y vio la acogedora sonrisa del chico, con preocupación en su gesto, y acariciando la cabeza de la chica con ternura, ella soltó un suspiro.

-Lamento que me hayas visto así, ahora me doy cuenta de lo patética que me vi. - Dijo con la voz ronca.

- Nada de eso. ¿Estás mejor? -Aidan preguntó con una sonrisa tierna y amable, mientras seguía acariciando y

acomodando el cabello de ella. -- Eso creo. - Sacó una servilleta de tela beige, y se la ofreció a ella.

- ¿Quieres hablar sobre eso?-Tragó saliva con fuerza por el nudo enorme que no se desvanecía. -

- Sí, pero - pero aquí no.

- ¿A dónde quieres ir? ¿a tu casa - ofreció el muchacho. -

- A donde sea menos ahí, de ahí viene el problema.

-dijo cabizbaja y con un tono triste. -

- Entiendo... sé a dónde ir. ¿Me dejas...?

- Aidan movió una pierna para insinuar que debía retirársele de encima -

- Oh, sí. Lo siento. -

la chica apenada y roja, (no se distinguía si era por el llanto o por la vergüenza) se quitó de encima y se estiró. Se sentía patética, eso era seguro. Sentía pena, sufrimiento y un dolor punzante de cabeza.

Aidan se estiró y se despidió del conserje anciano y amargado, pues al pobre no le pagaban lo que le correspondía y tenía que mantener a sus ingratos nietos malcriados.

Después de haber caminado algunos metros Aidan se decidió a hablar.

-A dónde vamos a ir, es a dónde suelo ir cuando me siento terrible. Espero y no te asusten los hospitales abandonados.

- ¿Hospitales abandonados? - Preguntó asustada e incrédula.
Sí, no hay nada de que temer, no es verdad que se aparecen mujeres con vestidos blancos recorriendo los pasillos, gritando lamentos. -rió un poco por las absurdas leyendas urbanas.

- Es un simple hospital semi -equipado de principios de los años 2,000, que fue abandonado por falta de presupuesto, ya que no era uno muy bueno.

-Suena bien. - Sonrió un poco. - ¿está cerca de aquí?

-No, para nada.

El chico sonrió y la hizo reír.

*

*

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*

Y vaya que no estaba cerca. Treinta minutos de camino a la parada del bus y otros treinta en el bus, más otros quince caminando, daba a un resultado de una hora y

The Light Behind Your Eyes//Aidan GallagherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora