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Una suave melodía se colaba por los alrededores de aquella gran sala de baile, asistían familias de la nobleza acompañadas de sus primogénitos que heredarían algún día todos sus bienes, la familia Shroud también se encontraba allí siendo el anfitrión del baile, teniendo como objetivo presentar a su primogénito ante la sociedad, que todos supieran que pronto todas sus pertenencias tendrían un nuevo monarca.
Idia por supuesto no estaba feliz con nada de esto, haciendo que en primer lugar ni siquiera quisiera asistir a aquella presentación que el calificaba como absurda y detestable. Sin embargo no podía hacer nada, ya estaba en sus tierras y le había prometido a su madre que lo haría, le había fastidiado con insistencia por lo que terminó aceptando a regañadientes solo para que dejara de molestarlo.
Cuánto se arrepentía ahora mismo.
—¡Vamos hermano mayor!, ¡Lo harás muy bien!
Apoyó Ortho con un semblante feliz y energía desbordante en su voz. Idia bufó cansado en respuesta.
—No quiero hacerlo, hay mucha gente allá afuera.
Murmuró sombrío mientras se veía al espejo de la que era su habitación. Usaba una camisa blanca con algunos ligeros holanes en las mangas, un pequeño pañuelo polo con holanes color negro atado en su cuello junto a una corbata de bolo con una gran piedra preciosa de tonos azulados profundos era su vestimenta superior, en la parte inferior usaba unos pantalones de traje oscuros y unos zapatos del mismo color. No sabía que podía hacer por su flameante cabello, quería llevarlo como siempre pero sabía que su madre no lo permitiría, tres leves toques en su puerta sonaron y dió el paso a la persona detrás de esta.
Era su madre, usaba un vestido oscuro con volumen, un antifaz del mismo color ocultaba la parte superior de su rostro y llevaba el cabello recogido en una coleta baja. Al ver a su hijo sonrió con ternura causando en Idia una ligera mueca que tomó como sonrisa.
—Mírate... Mi pequeño hijo ya es un hombre.
—Mamá...
Reprochó el de ojos ámbar encogiéndose de hombros, Ortho rió por su vergüenza.
—Déjame recogerte el cabello.
El hermano mayor asintió resignando y tomó asiento en una silla mientras su progenitora comenzaba a hacer «su magia».
Luego de varios minutos terminó y se alejó para dejar que su hijo se contemplara en el material reflejante en la pared.
Su cabello estaba sujetado en una larga trenza que llegaba poco más arriba de su cadera.
