Prólogo.

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Año 2007. 

Bryan, con tan solo siete años había llegado desde temprano a urgencias acompañado su padre y su madre, luego de que el primero llevara varios días quejándose de unos terribles dolores de cabeza que no era capaz de soportar y que ningún medicamento le había ayudado a aliviar hasta ese momento. Su hermano mayor continuaba en la escuela, lo que tenía a su mamá más alterada de lo normal, y no paraba de quejarse puesto que no habría quien fuera a recogerlo.

Cuando una de las enfermeras llamó a su padre para pasar y ser atendido por un doctor, su madre le indicó que se quedara en su silla sin hablar con extraños y mucho menos moverse de su lugar, ya que haber logrado pasar con un menor de edad a la sala de urgencias ya había sido lo suficientemente complicado como para generar más molestias. Ella no quería llevarlo a aquel sitio, pero no tenía otra opción, pues tampoco tenía con quien dejarlo en casa y su jornada escolar comenzaba luego de las 12 del mediodía.

Su familia, en aquel momento era bastante humilde y poco a poco estaban logrando acomodarse mejor; su padre era un periodista en potencia que trabajaba en una revista local, su madre una diseñadora de modas que apenas estaba comenzando a ser notada por algunas empresas pequeñas y su hermano Sebastián era tan solo dos años mayor que él, así que su única preocupación era el colegio.

Unos cuantos años atrás lo habían tenido mucho más difícil por culpa del desempleo, pero por fin parecían estar tomando el camino indicado; vivían en una casa con más espacio, comían lo necesario y la mayoría de sus necesidades básicas estaban cubiertas, lo único que no le agradaba a Bryan de esta nueva forma de vida era tener que compartir cuarto y cama con su hermano.

El pequeño rubio era un poco inquieto, por lo que una vez vio a sus padres lo suficientemente lejos, comenzó a caminar con precaución por los pasillos del hospital, buscando con que entretenerse y lleno de curiosidad por lo que podría llegar a encontrar. Él era un niño muy inteligente y travieso, así que cuando alguien le preguntaba si estaba perdido, él respondía que iba camino al baño y echaba a correr por los pasillos para evitar ser descubierto.

Mientras caminaba por los iluminados y fríos pasillos, encontró un consultorio entreabierto, en el que había una pequeña niña rubia sentada en un escritorio dibujando en una libreta. Él se asomó tímidamente para observarla, pensando en si entrar o no. Antes de dar otro paso y entrar, se fijó en el nombre del consultorio, descubriendo que era la sala de descanso de las enfermeras.

- Niño ¿Qué haces ahí? - escuchó la gruesa voz de un hombre detrás de él - ¡Ey! Te estoy hablando.

Se sintió tan asustado por ser descubierto, que de inmediato echó a correr, mirando constantemente si el enfermero seguía detrás suyo, pero al parecer este se había quedado en el consultorio en el que había visto a la hermosa pequeña.

Con la esperanza de verlo salir por la puerta de la sala de descanso que ahora estaba cerrada, se quedó unos cuantos minutos esperando al final del pasillo, pero luego de cierto tiempo, decidió que debía de volver al lugar donde su madre le había dicho que se quedara, para evitar que ella se enojara más.

Su rostro ovalado, mejillas un poco rellenas y ojos color avellana se quedaron grabados en su mente desde aquel instante; pasaron varios años en los que él continuó viendo a escondidas a esa pequeña por los pasillos del hospital, temiendo que, si se acercaba demasiado, volvería a aparecer el mismo hombre de aquella mañana.

No sabía nada de ella, ni tenía la más mínima sospecha sobre la oscura historia que había detrás de esa dulce sonrisa, pero, aun así, estaba seguro de que la amaba y debía de encontrarla.

No soy un recuerdoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora