04 | Ocaso de Aamon

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—¿Es conveniente entrar a este lugar? —preguntó Lucas.

Sus camaradas se rieron ante semejante duda. Hasta el líder del grupo lo amenazó con dejarle solo en el camino si no se callaba. Y, a modo de castigo, lo obligó a prender la fogata.

Los demás muchachos dispusieron a sentarse sobre unos troncos para hincar diente a su torta. La noche lucía serena. La luna estaba oculta como la gente que vivía en el lugar. Las calles se mostraban desiertas sin ningún tipo de ruido. Por eso eligieron la noche para que ni un policía advirtiera su presencia, pues temían pasar la reja de aquella mansión colonial. Nadie se atrevía por su leyenda.

—¿Qué sería lo que le negaron a esa pobre alma? —preguntó Agustín con interés a Arlo, el líder.

—Lo sabremos si entramos.

—¿Y nuestros padres? —añadió Pablo.

—No tendrán pendiente cuando les hayamos entregado una parte del oro.

—¿Y qué cosa el espíritu reclama? —siguió Sergio a la dudas.

—No más estúpidas preguntas.

Los seis muchachos asintieron mientras imaginaban tanta riqueza en sus bolsillos. Lo gastarían para estar a la altura de los populares del colegio, comprar regalos a las niñas que les gustaba o, por simple que parezca, ahorrar para el futuro.

Siguieron a la cabecilla hasta la puerta de la casa. Esta estaba sellada y buscaron otra alternativa. El viento comenzó a mecer los árboles con violencia, indicando tormenta. Eso echaría a perder los planes. No fue hasta que Matías indicó que no estaban solos. Estuvieron alertas, pero nada los sorprendió.

Buscando hallaron una puerta destrozada, cubierta de musgo. Fue necesario abrirla a patadas. Los recibió un olor fuerte a humedad. El cuarto era un sótano y caminaron el trayecto con paso torpe a causa de los escombros. Inspeccionaron los objetos de cada habitación sin tener en cuenta a los fantasmas. Contemplaron el reluciente de la plata y el oro. En las paredes colgaban cuadros con extraños símbolos. Eso causó pavor en los cuatro menos valientes.

El líder, desatendido de lo pudiera llegar a ocurrir, estaba entretenido con tener una evidencia paranormal en la radio. Hacía media hora esperando y perdiendo los estribos. Pero, ocurrió lo imprevisto. Una voz se escucha imperceptible. No dudó en mostrar la evidencia a sus seguidores, pero el erudito Lucas tradujo la respuesta.

—"I de hic."

—¿Qué rayos significa?

—"Salgan de aquí..." Es latín. ¿Te parece suficiente evidencia?

Arlo no hizo caso a sus palabras. Salir no era opción y menos si estaban adentro.

—¿Quieren dinero o qué? —preguntó luego con firmeza.

Sergio, Pablo y Agustín fueron honestos. Creyeron que solo iban a acampar. Tomaron su mochila para irse, dejando a Matías y Lucas en el sitio.

—¡No los necesitamos! Ya vendrán con envidia, desgraciados...

—Calma, Arlo.

—¿Y por qué no te vas con ellos? No quiero lidiar con un miedoso.

—Te juro no dar molestias, ¿verdad, Matías? Lo prometo con mi vida.

—¿La ambición te la quitó, acaso? —preguntó este Matías con aire de duda.

—No por eso.

—¿Entonces..?

—No quiero dejar solo a mi hermano.

—Shhh... Escuchen.

Pegaron la oreja a la radio. La voz no se cansaba de decir lo mismo, pero cada vez en un tono amenazante. En efecto, a Lucas lo invadió el miedo. Sacó el inhalador del bolsillo.

—¡Te lo advertí!

Pero Matías lo trató de apaciguar. Por consiguiente, la voz se oía más clara. Las linternas iniciaron a parpadear a falta de energía, pero Arlo se negaba a salir a pesar de una prueba convincente.

—¡Dime tu nombre!

La voz ya no se escuchó en el aparato, sino dentro de una de las habitaciones. Arlo intentó abrir pero la manija se atascó.

—¡Ayúdenme! —ordenó para derribar la puerta de una vez.

Esta se abrió sin necesidad de violencia. Su interior era enorme y con un sinfín de libros. Presumía de un candelabro y un tapiz rojo de terciopelo. Un rincón donde no reinaba la suciedad y el olvido, a menos que alguien viviera.

—¡Dime tu nombre! —No paró de interrogar.

—¡Aamon!

—¡Es un demonio! —chilló Lucas.

La puerta se cerró de golpe a sus espaldas. Las linternas se apagaron como si se trataste de velas.

Arlo huyó convencido de la gravedad, pero no pudieron escapar hasta que los tres unieran fuerzas. La manija salió disparada por los aires. El sótano no lo encontraron. Esta se negaba aparecer. En uno estaba la cocina, el baño, las recámaras... ¿Y el sótano? Los pasillos llevaban a lo mismo y las piernas ya no les respondían. Parecía un laberinto.

—¡El cuarto de lavado!

Tumbaron la puerta de golpe. Se sintieron aliviados y recobraron el aliento.

—No se separen —Arlo recargó las linternas. Luego, se tomaron de las manos.

En cuanto pisaron fueron testigos de un charco carmesí. Con la luz descubrieron los cuerpos de sus demás compañeros. No tenían ojos y la sangre fluía en cualquier orificio... Salieron corriendo. ¡No sabían que hacer! Ya Lucas yacía desmayado y Arlo lo animaba a caminar.

—¡Es tu culpa!

—¡Me equivoqué!

—Ahora tu hermano se muere... ¡Yo mismo te mataré antes que el demonio! —Y herido en odio, Matías levantó una gran piedra.

—¡Te piedad de mí!

Arlo esperó su fin, pero este cayó fulminado al suelo. Una risa macabra salió de la oscuridad. La linterna tirada en el suelo iluminó un par de zapatos que iban a paso lento en su auxilio. Se trataba de un sujeto con porte de catrín. En su cara no se distinguía rasgo de arruga o maldad. Parecía un buen hombre.

—Recuerdo ver con la misma necesidad a una persona... ¡Ah, ese Andrés! Si me hubiera conocido antes de hacer trato conmigo, lo hubiera perdonado dos veces... Le di cuanto quiso, ¡hasta lo soñado! Los que lo ignoraban empezaron a trabajar en esta su casa. Fue un tipo rico, excéntrico... pero muy desleal. ¿Lo sabes, Arlo?

Pero, este solo pensaba en la agonía de su hermano y el frío glaciar del ambiente, que penetraba sus huesos.

—¡Andrés no cumplió su promesa! El día que murió solo me llamó para desafiarme, pero eso le costó. Despojé a su familia, pero salieron muy bien librados... Ahora, está casa me pertenece como en un inicio. ¡Todo lo que ves es mío! Andrés les advirtió para no llegar hasta a mí. ¿Y qué importa? Ustedes lo han hecho. Me pertenecen... A no ser que me entregues lo que el maldito de Andrés me robó.

—Una joya.

—Pierdes tiempo.

—Solo quiero salvar a mi hermano.

—¿Es un trato? —Una sonrisa brotó de su cara, así como de varios surcos que aparecieron de sorpresa en su rostro

Arlo le tendió la mano, sin dejar de observar esos ojos inyectados en sangre...

II

Las familias llamaron a la policía para la búsqueda de sus hijos. No sabían nada de ellos y, a causa de ello, un detective optó por revisar la casona de la esquina.

En el sótano hallaron tres en estado de descomposición y en el pasillo a un Arlo momificado. Abrazaba a su hermano con vida sobre una alfombra de monedas de oro. Este sufría de inanición y fue puesto en urgencias para un tratamiento.

La gente no paró de decir que murieron por consecuencia de la ambición, pero Lucas sabía la verdad y tenía valor para contarla, sin embargo, no podía articular palabra debido a su estado parapléjico.

Su hermano dio su vida, además, por ser bisnietos del hombre que burló al demonio de la casa.










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