CAPITULO IV PENAS DE UN SOLDADO

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Ya llevaba mucho tiempo Nicolás como dueño de aquella taberna, su situación económica mejoró para aquel entonces; un sábado 22 de junio de 2006 llego a la barra un joven con porte militar, le pidió a Nicolás una botella de aguardiente y él se decidió a dar una breve confesión:

-Llevo mucho tiempo al servicio de mi país, pero mi vida no es fácil en el primer año de servicio fui atacado por tres de mis comandantes simplemente porque no quise darles un simple celular, disculpe si me exalto en mis expresiones pero quiero desahogarme, como le estaba contando yo con mis cualidades logre salir de ese aprieto, pero en realidad me atacaron muy duro, aguanté hasta que logré huir de sus ataques sin medida. El tiempo pasaba en mi corazón había un gran sentimiento de venganza. Porque me sentí humillado no por ser golpeado sino de la manera cobarde en que lo hicieron. No fueron capaces de enfrentarme uno por uno, la verdad ellos conocían mis cualidades de combate que estaban plasmados en mi folio de vida y por eso actuaron así.

Debido a esa pequeña disputa me enviaron para una zona de alto riesgo para apartarse de mí. Allá empecé a crear un montón de posibilidades para cobrar mi venganza. Pasaron exactamente dos meses, yo aún no apartaba ese pensamiento de tomar justicia por mis manos y como sorpresa para relevarnos llegó el cabo Zúñiga, muy campante estaba el mirando su reloj, lo que no se esperaba el que yo sería la primera persona en ver, no dude en ningún momento y le apunté con mi fusil en su pecho, tartamudeaba diciéndome que me calmara, que no sabía le que estaba haciendo. Que él se había dejado llevar por los momentos acalorados que aquella vez que me pegó lo hizo de manera irreflexiva no estaba en sus cabales. Yo le sonreía en su cara y le afirme que yo también estaba actuando de la misma manera, mi acto era involuntario. En ese momento sentí un alivio porque ese cabo tenía tanto pavor al sentirse tan intimidado. Amigo así es la ley de la selva, el más fuerte es quien tiene el poder. Ese señor lloraba como un niño suplicando que no le hiciera daño, pedía perdón a gritos. Mis compañeros salían uno a uno y muchos le abucheaban gritando que demostrará su valentía. Donde estaba el boxeador de aquella tarde en que me pegaron. Nicolás no te imaginas como me reía; fue en ese momento donde accioné el gatillo de mi fusil. Una detonación hizo que el cabo Zúñiga mojara sus pantalones. El intento reaccionar y desenfundó su pistola colocándola en mi frente, nunca le he tenido miedo a la muerte estoy dispuesto a enfrentarla. Lo que no se esperaba el cabo Zúñiga era que mis compañeros le apuntaron a él.

Después de ese día mi corazón sentía un poco de tranquilidad porque de la lista negra que yo tenía ya había tachado mi primera víctima.

Tanto era las penas que cargaba ese joven militar que tomo la botella y la acercó a su boca descargando muchos mililitros para transportarlos en su garganta. Sus penas lo estaban atormentando por mucho tiempo. Y le estaba contando una gran historia a Nicolás, era increíble como la memoria del tabernero conservaba intactas esas historia y yo sentado tomando una taza de café me gozaba de esos relatos, porque solo a mí, él me contaba esas historias. Mi padre me decía que lo que yo escuchara de su boca solo podía contarlo cuando ya su memoria no recordara y me recalcaba que yo le contara esas historias a él.

Retomando la historia me intrigaba que sucedería con los dos superiores que faltaban en su lista negra.

Ese joven le dijo a mi padre las siguientes palabras:- Nicolás después de aquel día tuvimos un gran combate desafortunadamente perdimos muchos compañeros y a mí me pegaron un tiro en mi pierna izquierda. Para mi recuperación me mandaron a descansar en un hospital militar en la costa pacífica. Amigo mientras caminaba con muletas en ese mismo centro me tropecé con el sargento Rodríguez, al verlo recordé aquel momento en que él estaba ensanchado dándome patadas en mi abdomen, gracias a que hago mucho ejercicio esos golpes los sentí leve, pero lo que si me dolía era la cara de placer.

No dejé que él me viera; solo estaba pendiente a sus movimientos. Sentí alegría al saber que el sargento Rodríguez estaba en el mismo piso donde yo me estaba alojando. Hablé con cuatro compañeros de combate para que me ayudaran con un plan que idee para ese sargento, era el plan oruga. Miraba mi reloj desesperadamente igual mis compañeros esperando a que apagaran las luces de los pasillos en señal de que todos deberían estar durmiendo. Salimos como rayo en plena tormenta solo se veían nuestros reflejos, mentiras mis pasos eran más lentos que los del caracol, perdone quien dijo que el caracol tiene patas. Mi velocidad era como cuando se arrastra el caracol. Como era ordenamiento del director del hospital había decretado que las puertas de los cuartos deberían quedar sin seguro. Entramos sigilosamente a la habitación del sargento Rodríguez, mis compañeros llevaban una sábana y cada uno tomo un extremo de ella, la pasaron por encima de la cama del supuesto enfermo. De repente mis cuatro compañeros se descolgaron hacia el piso dejando atrapado al sargento envuelto como una oruga, me le acerqué al oído diciéndole que si gritaba le iba peor. Estaba muy ofuscado y le di una trompada en el estómago dejando sin aire reprochándole que si se acordaba de aquel día en que pensaba que mi abdomen parecía balón de futbol. Vi que le costaba respirar y como no si mis compañeros ya habían atado los extremos de la sabana a las patas de la cama. Empecé a reírme, volví a golpearlo diciéndole que le devolvía el favor. Lo dejamos atado, nos dirigimos a nuestras habitaciones.

Al día siguiente en coronel Martínez hizo formar a todos los enfermos que se encontraban en el hospital nosotros aguantábamos las ganas de reírnos, al sargento le preguntaron en repetidas ocasiones si él tenía alguna sospecha de quien o quienes lo habían dejado como una oruga en su habitación. La tercera persona de la lista negra se me escapo y hasta el sol no tengo conocimiento del paradero de esa persona.

Ese joven militar se acabó su botella y el hablar con el tabernero le ayudó a desahogar un poco sus penas.

MEMORIAS DE UN TABERNERODonde viven las historias. Descúbrelo ahora