Los meses después del amanecer 5:50 a.m.

56 10 1
                                    

Durante unos días, Abril no dibujó nada. Ni siquiera un pequeño esbozo o una caricatura en sus libros de texto.

Tampoco apareció por el colegio,aunque eso no les preocupaba a los profesores. Lo entendían y sabían que la chica necesitaba un tiempo a solas.

La casa estaba medio abandonada, a pesar de vivir en ella. La nevera estaba casi vacía, los estantes de comida llenos de ratas y arañas, y al entrar en el salón principal daba la sensación de estar en una selva. Un cúmulo de ropa sucia no dejaba a la vista el diván rojo carmesí en el que se solía sentar su madre para contarle cuentos cuando era pequeña. Las lámparas de pie encima de las mesitas de noche no tocaban el suelo gracias al enchufe. La televisión tenía una mancha extraña en el centro de la pantalla. Del espejo colgaban latas de comida, y la mayoría de los cuadros estaban tirados por el suelo, mientras que los que aún se aguantaban en la pared, estaban desalineados.

Lo triste era que esos cuadros los había dibujado para su madre.

Al subir las escaleras, éstas se rompían si pisabas muy fuerte, ya que nadie(y con nadie me refiero a Abril) había hecho el más mínimo esfuerzo en echar un repelente antitermitas, y éstas se habían comido el 55% de la madera, dejando un 45% de escalera restante.

Su cuarto estaba aún peor que el salón principal. Daba la sensación de que las sábanas y las mantas de la cama se hubieran peleado y hayan acabado hechas un nudo. La mesa de estudio estaba repleta de papeles rotos y lápices partidos en dos esparcidos entre el caos. Los cuadros, al igual que en el salón, estaban rotos y tirados en el suelo, dejando un montón de trocitos de cristales a su alrededor. Abril tenía los pies llenos de sangre por culpa de esos cristales. No le parecía lo suficientemente necesario mirar abajo para no pincharse con ellos, ni tampoco para recogerlos. Su armario no tenía ropa, ya que la ropa se encontraba en diferentes partes de la casa: Por el salón, la cocina, el cuarto de baño...

Pero en una de las cuatro esquinas de su habitación, como si nadie lo hubiera tocado jamás y diera la sensación de estar expuesto en un museo, se encontraba el caballete con los lienzos y las acuarelas que siempre había usado día tras día desde que tenía uso de memoria.

Llevaba desde su muerte sin dibujar.

Nadie de Suwanee se atrevía a llamar al timbre de su casa y aconsejarle a la niña que se fuera a vivir a un orfanato o con una familia de acogida, ya que a pesar de tener 15 años y acabar de ver morir a su madre, no actuaba con la sensatez ni la responsabilidad necesaria como para llevar una casa ella sola.

Los días después del accidente, los vecinos que pasaban al lado de su casa oían a la niña gritar y llorar como una desconsolada.Todos la entendían, y le dejaban un margen de intimidad para poder desahogar sus penas con tranquilidad. No esperaban que se le pasara pronto, pero sí que se le pasara.

Pero pasaron los meses y no cesó.

Muchos de sus vecinos la oían romper cosas, todo tipo de muebles y utensilios que se encontraran por casa, mientras que gritaba y corría como una desesperada. Luego se ponía a llorar, a llorar desconsoladamente y chillaba que le debía un amanecer. Pero no uno cualquiera. El de las 5:50 a.m. Seguidamente, podía oírse cómo la risa se apoderaba lentamente de ella hasta acabar gritando. Al final,volvía a llorar.

Los vecinos no sabían que hacer, pasaban asustados delante de su casa. Los niños pequeños de Suwanee propagaban rumores sobre la bruja que vivía en la casa 23 de Stonecypher Road.

-"¡La mujer que vive dentro de la casa ha llorado tanto, que ha creado un río enorme y si abres la puerta una gran ola de lágrimas inundará toda Suwanee!"

Memorias de un artista desenfrenadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora