No importa lo que digas mientras creas en ti mismo porque nadie más lo hará por ti, mucho menos el mundo que está preparado para creer exactamente lo que quiere y no lo que tienes para decir. Lena sabía muy bien que nadie le creería si ella dijera que no se sentía tan mal por su compromiso roto, al menos dentro del pequeño cúmulo que conocía la información porque para el mundo ella todavía mantenía su relación. Eso la molestaba muchísimo, todos los días recibía mensajes de Twitter diciéndole lo estúpida que era, lo desagradable y tonta que parecía por perdonar a alguien que la había engañado con tanto descaro, ella mordía su lengua y se limitaba a decir que su relación valía la pena o alguna estupidez de ese estilo.
Ella había hablado con Ale detenidamente sobre lo que sentía, la había hecho sentir mejor. Sobre todo porque había llegado a la conclusión de que su relación con Daniel se había basado en su idealización en lugar de los hechos reales. Una vez que tuvo los encuentros con su rutina, su poca observación, su falta al detalle y sobre todo su poca capacidad para darle placer así como su inexistente habilidad para aceptar y llevar la verdad, se dio cuenta que la relación estaba destinada al fracaso, de no haber sido por el video hubiera sucedido cualquier otra cosa. Ya no importaba. Pero sus sentimientos no habían estado comprometidos, eso lo sabía porque no había forma en la que ella se sintiera mal por la separación, solo le dolía la traición y la mentira.
Sabiendo todo aquello y con la gran resolución de que todo cambiaría para bien llegó a la oficina ese día acompañada por Ale, ambas subieron al ascensor. Su amiga se detuvo en el departamento que le correspondía y con una sonrisa se despidió, ella continuó hasta el piso legal y al bajar todos los ojos se volteaban hacia su persona. Al caminar hasta su oficina privada los murmullos se hicieron cada vez más altos, pero ella solo sonrió interiormente. Se dedicó al trabajo las primeras horas hasta que por obligación tuvo que acercarse a la oficina de Daniel.
-Buenos días- saludó ella sin expresión dándole la espalda a todo aquel que estuviera afuera.
-Buenos días, preciosa- saludó él con una sonrisa acercándose.
La abrazó con sutilidad.
-Será mejor que sepas mentir si quieres que todos crean que seguimos juntos- le susurró él al oído.
-Aléjate de mí antes de que te golpee- amenazó ella -ganas no me faltan Daniel, no tientes a la suerte.
Él se alejó con premura antes de verla. Ella le comentó lo que necesitaba y regresó a su oficina para dedicarse a lo que la tenía ocupada. Estaba centrada en conseguir que su trabajo fuera el mejor, deseaba superar a Daniel con todas sus fuerzas, estaba segura de que él no se quedaría allí si le quitaban su cargo, o a lo mejor sí, rezaba porque no fuera así.
Faltaban unos minutos para el descanso del almuerzo cuando las puertas del departamento legal se abrieron para dejar pasar a su familia, todos luciendo molestos y caminando directamente a la oficina de Daniel que todavía no los había notado. Ella se levantó y corrió para entrar con ellos en la oficina de su supuesto prometido. Ella cerró las puertas junto con las cortinas para darles algo de privacidad.
-Antes de que nadie diga nada- inició ella -les voy a pedir que se calmen.
-¿Me puedes explicar qué estás haciendo aquí?- Preguntó su madre furiosa a Daniel.
-El abuelo le pidió que se quedara- explicó ella sin expresión.
-¡¿Qué?!- Dijo su padre sorprendido -no lo creo. ¿En qué estaba pensando?
-En la compañía, como siempre lo hace- contestó ella de nuevo.
-Pero esto es distinto- se quejó su hermana mirando a Daniel con odio -él te engañó en esta misma oficina con su puta secretaria.
ESTÁS LEYENDO
El jefe que quiero
RomanceLena Reyes es una abogada brillante y una mujer exitosa. Tiene la vida resuelta, un excelente prometido y la meta de un cargo de trabajo soñado, todo esto si cumple con las expectativas familiares. La vida puede complicarse cuando tu perfecto mundo...