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— Entonces, abuelo, ¿dices que yo misma sabré cuando estaré en frente de mi alma gemela?
— Por supuesto cariño.
— Pero...¿qué se siente? ¿Sentiré un pinchazo en el corazón? ¿Una tironeada de cabello? ¡Dime qué se siente por favor!— cuestionabas animadamente.
— Calma, calma pequeña— sonrió tu abuelo, alzándote en sus brazos y sentándote en sus piernas.— Hay varias interpretaciones de lo que puede pasar al estar en frente de ese alguien especial, como ya te he contado antes. La más común es-
— ¡Déjame adivinar! Es la de...¿la Leyenda de la Canasta Roja?
— Casi— dijo tocando suavemente tu nariz, haciéndote reír.— Es la Leyenda del Hilo Rojo.
Abriste la boquita y los ojos, comprendiendo a lo que se refería el anciano.
— Al estar lo suficientemente cerca de tu alma gemela, dos hilos rojos aparecen atados a sus meñiques izquierdos. Solo ustedes dos son capaces de verlos.
Cada vez que tu abuelo seguía y seguía hablando, más ganas tenías de ir a buscar a esa persona especial.
— Lo más bonito del relato, es que a pesar de que el hilo que los une se tuerza, se doble, se tense, o se enrede, jamás se romperá.
— Vaya...¡qué lindo!
Escucharon desde afuera a varias risas; todos los niños del barrio habían salido a jugar. Tu mejor amiga, Shirogane Tsumugi, te esperaba desde afuera.
— ¡(T/N)-chan, vente! ¡A Kaito-chan le regalaron un nuevo telescopio y lo probará hoy en el parque!
— ¿¡De verdad!? ¡Vamos!— dijiste emocionada, saltando de las piernas de tu abuelo y plantando un casto beso en su mejilla antes de irte.
La peliazul tomó tu mano y se fueron corriendo hasta el parque de su colonia, seguidas de todos aquellos niños que vivían ahí. Cuando llegaron, se les acercaron otras dos niñas.
— ¡Tenko-chan, Himiko-chan!— las saludaste.
— ¡Holaa!— correspondió la de ojos verdes, abrazándolas y arrastrando a su amiga de hebras rojas, quien seguía adormilada.
Charlaban animadamente entre ustedes, esperando a que el aspirante a astronauta llegara con su nuevo juguete. Tenko de repente, se alejó rápidamente con una mueca indignada arrastrando a Tsumugi y Himiko, dejándote sola.
Suspiraste fastidiada, sabiendo el por qué del actuar de tu amiga.
— ¡Rantaro-kun!— te diste la vuelta molesta, encontrándote a un pequeño peliverde.
