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El día libre número uno acababa de dar inicio en la Academia Pico de la Esperanza tras el primer juicio de clase, el juicio que terminó condenando a muerte al Beisbolista Definitivo, Kuwata Leon. Pese al semblante sereno que portabas desde que llegaste, te encontrabas realmente asustada por dentro. No querías volver a estar en aquel lugar a pesar de tus grandes habilidades para el debate y la argumentación, de solo pensarlo se te helaba la sangre.
Intentaste calmarte un poco mientras ibas de camino a la biblioteca, un vez ahí pensabas relajarte leyendo algunos de los libros de Edgar Allan Poe, o incluso de Victor Hugo, si es que tenías la suerte de encontrar a esos dos autores que tanto te maravillaban con sus escritos.
— Fukawa— escuchaste decir a alguien en tono frío cuando llegaste. Al parecer Touko se encontraba ahí también.
— ¿S-Si?— respondió la fémina de trenzas con nerviosismo.
— ¿Qué crees que haces ahí parada? Sal de aquí si no tienes nada que hacer, estorbas. Además, ve a tomar un baño. Podría oler tu apestoso aroma a kilómetros de aquí— respondió cruelmente.
— P-Pero yo— tartamudeó anonada.— S-Sí, claro...— respondió finalmente, decepcionada, mientras abandonaba el lugar, seguida de Naegi quien la perseguía.
Solo viste como ambos dejaban la sala, pero aún así seguías dispuesta a hacer lo que tenías en mente. Pasaste frente a la mesa del ojiazul ignorando su presencia, y solo te limitaste a buscar por toda la biblioteca. Este al verte aquí, te siguió con el helado tono de su mirada azulada hasta que desapareciste de su campo de visión, por lo que le dió igual justo como a ti.
Vagaste un rato por las estanterías, hasta que pudiste leer una letra "E". Tomaste el libro, y efectivamente, era del señor Allan Poe.
— ¿En serio?
Volteaste a ver: Byakuya te estaba hablando.
— ¿Qué?— te crusaste de brazos un poco molesta y lo miraste.
— No puedo creer que disfrutes leer de novelas tan idiotas y sin sentido— escupió con desinterés, dándote una diminuta sonrisa burlona.
— Mira quien habla...— señalaste al libro que sostenía el muchacho. Era un aparente libro de casos de asesinatos de un asesino en serie que causaba furor en las noticias— Yo soy la que no puede creer que tú leas cosas de este tipo, Togami.
Al parecer tus palabras le disgustaron ya que te miró con desagrado. Te dió igual y caminaste hacia una mesa cercana a la del rubio. Te agachaste para encender la luz, y una vez encendida, te metiste en el mundo de la ficción.
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