1. El entierro.

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Dalia

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Dalia.

Todo el mundo llora por un motivo. De felicidad cuando te dan una buena noticia o de tristeza cuando es la noticia que jamás esperabas oír.

Eso fue lo que nos pasó a nosotras, una simple llamada en la puerta de nuestra casa, unos simples golpes a nuestra puerta como si temieran lo que van a hacer y después de abrirla, todo, pero absolutamente todo, cambia. En solo un segundo te cambia la vida por completo. Es cierto esa frase que dicen "sólo basta un segundo para que cambie todo" y para nosotras, nuestras vidas cambiaron para mal.

Paso mi mirada por el lugar, hay demasiada gente. Demasiados hipócritas que lloran la pérdida de alguien que ni conocían, sólo la conocían por rumores o por quién era, pero al pasar la vista por la gente que realmente la quería veo rostros destrozados y hechos en un mar de lágrimas.

Su dolor se refleja a la perfección, primero veo a sus dos mejores amigas Celeste y Azu, una niña rubia y otra morena, pero que en este instante visten ambas de negro, como todos en este lugar. Se abrazan fuertemente y aunque intenten ser silenciosas por respeto al lugar donde nos encontramos, no pueden, se les hace imposible no llorar y repetir siempre las mismas palabras "no es real, es una pesadilla". Ojalá sea una absurda pesadilla y no la jodida realidad.

Mi mirada sigue su recorrido hacia mis padres, ambos envueltos en trajes negros e impolutos. El señor Flirs, mi padre, consuela a mi madre, pero no llora. Cada persona tiene diferentes formas de enfrentarse a una pérdida, algunas las reflejan a la perfección y otras sufren en silencio. Como él, sufre la pérdida de su hija menor, no lo exterioriza y no rompe ese aura de poder que le rodea para hacerse cuan débil puede aparecer con esta tragedia, eso es lo malo del poder. En el poder todo el mundo busca su sitio y para arrebatártelo hacen lo que sea, incluso usar a los muertos para destruir a una persona por aquello.

Sin embargo, mi vista baja a los brazos de mi padre, que sujetan a la señora Flirs, es decir, a mi madre. Ella si llora, pero sus lágrimas... No podría poner la mano en el fuego para decir que son auténticas. Sí, era su hija, pero jamás estuvieron en casa. Siempre trabajando para hacerse más ricos. No me quejo porque nos faltara una figura paternal o maternal, porque la señora Nubes, Layla, fue todo eso. Nuestra cuidadora, desde que nacimos jamás se ha separado de nosotras, estuvo ahí en nuestras malas, en nuestras buenas y en las peores.

La señora Nubes, como la llamamos desde que éramos unas crías está destrozada, la veo a pocos metros de ellos y ella llora desconsoladamente por la pérdida de Rosa Flirs, o como en casa la llamábamos, Rosita, mi hermana pequeña.

Al lado de la señora Nubes, en este horrible lugar nos encontramos mis hermanas y yo. Marga, la mayor, que intenta consolarla, pero ella tampoco puede, mutuamente se ayudan en este duelo mientras el cura le hace la misa a nuestra hermana pequeña. Todos estamos de pie y desde mi posición puedo ver su ataúd marrón roble y aún no me creo que esté ahí dentro, en esa oscuridad que tanto le aterraba.

El asesinato de la cuarta florDonde viven las historias. Descúbrelo ahora