Capítulo 3: El amor de mi vida.

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"El amor es intensidad y por esto es una distensión del tiempo: estira los minutos y los alarga como siglos."

Octavio Paz

-Al llegar a Japón, me retiré a lo que hoy es la Isla de Okinawa

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-Al llegar a Japón, me retiré a lo que hoy es la Isla de Okinawa. Quería relajarme un poco, no era como si tuviese que preocuparme por algo más que por mi larga vida, así que me quedé en una pequeña cabaña a la orilla del mar y alejada de las personas. En aquel tiempo, un hombre extranjero y adinerado como yo era inusual, pero era mejor para mí que nadie se acercara.

Un día me encontraba caminando a la orilla de la playa con la camisa abierta y los pantalones doblados, sintiendo la brisa fresca y salada del mar, contemplando el horizonte de agua azulada y cristalina. Estaba lleno de melancolía, pero seguía caminando serenamente con las manos en los bolsillos.

Entonces lo ví.

A algunos metros de mí, se encontraba un joven sentado a la orilla de la playa, parecía estar dibujando el horizonte. Era bellísimo, una cabellera verdosa y ondulada, un rostro fino y adornado con pecas. Tenía apenas un ligero kimono vistiendo su cuerpo, pero este dejaba ver su pecho y sus piernas blancas. Era como ver una imagen divina.

Sin darme cuenta, caminé directo hacia él, apenas unos metros nos separaban. Y cuando pensé que no podía ser más hermoso, me miró.

¿Cómo te puedo explicar el color de sus ojos? Vulgar y simplemente podríamos decir que eran verdes, pero no, sus ojos iban mucho más allá, parecían esmeraldas o jades quizá, brillantes y expresivos. Pero si ya estaba yo anonadado, me remató con una sonrisa.

No necesitaría contarte más para que entendieras porque nunca me he arrepentido de mi supuesta inmortalidad, con esta sola imagen, ha valido la pena vivir tantos años.

Seguramente tenía una cara totalmente patética en ese momento, pero él era desde el primer instante en qué lo conocías un joven dulce y amable. Se presentó: "Buenas tardes, señor. Mi nombre es Midoriya Izuku, mucho gusto en conocerlo." Tenía además una voz lindísima, no muy aguda, ni muy grave y totalmente serena.

En aquel entonces, yo me llamaba Leonard Miller y muy a mi pesar me presenté de esa manera. Sin dejar de sonreír, me invitó a sentarme a su lado. Hacía un boceto precioso de la vista que tenía al frente. Conversamos un rato y yo trataba de ser cauteloso. Como puedes ver soy un hombre bastante inexpresivo, pero era tanta su amabilidad y belleza que después de unos momentos mi cuerpo entero se relajó y ya me encontraba sonriéndole ampliamente.

Creo que fue ahí cuando me di cuenta de que estaba perdido, totalmente a sus pies. Quizá en el pasado éramos más apasionados cuando se trataba de enamorarse, o tal vez yo estaba tan solo que con sólo estar unos instantes a su lado basto para quererlo.

El relato de amor de un inmortalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora