"Hay algo roto en esa sonrisa que alumbra la vida de los demás".
— Benjamín Griss
Marcos ya estaba iniciando secundaria y el tiempo no le duraba para nada, debido a que tuvo que conseguir un empleo para pagar las clases de Ballet de Ruth —ya que papá se negaba a pagarlos— y sumándole las prácticas de Básquetbol le quitaban todo el día.
Los días eran largos para él y muy estresantes.
Ese día como todos los jueves, mamá trabajaba hasta tarde, el chico también, Ruth después de las clases de ballet llegaba a la casa y hacía quehaceres y papá, bueno... ya saben papá está con Dios, bien gracias.
Ruth es una chica muy inteligente y habilidosa, ya tenía 12 años y era una sabelotodo de la clases. Su hermano la llamaba "Come libros" y aunque ella también se le escapaban unas palabras obscenas en frente de él, ella lo amaba como a nadie nunca.
De cierta forma el amor era correspondido, Marcos la amaba con su vida, porque aunque papá nunca estaba, mamá de cierta forma tampoco. Lo que pasa que en cuestiones de maternidad ella no tenía voz ni voto.
Su hermano era el primer hombre que la amó y ella lo amaba como si fuese el único.
Ese día Ruth se dirigía a casa y se distrajo un poco por el camino con el nuevo vecino que acaba de mudarse, mamá le había contado que él parecía sentir algo por ella por la forma en que la miraba y aunque ella también lo miraba, ella no podía encontrar nada que no fuese amistad de parte de el chico.
Mayormente ella no se distraía con nada cuando iba de camino, no le gustaba la idea de estar sola en casa y sin su hermano cerca ella nunca se sentía protegida.
Al llegar al puerton se sorprendió un poco al notar el carro de papá parqueado en casa.
Siligiosamente, después de cerrar, se sacó sus zapatillas y se dirigió a las escaleras, a papá no le gustaba el ruido así que sin preámbulos se apresuró a subir a su cuarto.
— A dónde vas, cielo? —escuchó hablar una voz.
Con todo el sigilo del mundo, lentamente se volteó para encarar a papá que se encontraba ubicado en el frente con un hombre de su mismo tamaño mirándola fijamente.
Papá presentó a el señor que resultó llamarse, Dr. Adams. Le dijo que él era un buen señor y sólo quería probar un juego con ella.
Horas después ella gritó, gritó y gritó fuerte y aunque su papá estaba justo en el frente escuchando sus gritos y contando un fajo de dinero no se inmutaba por parar a ese extraño que le hacia cosas extrañas a su cuerpo y eran bastante dolorosas.
La chica sentía como su cuerpo se partía en dos durante el acto, se negaba a mirar al extraño que tocaba sus pechos y su abdomen pero jamás desistió en parar de gritar el nombre de su hermano.
La chica tenía la esperanza de que mientras más alto gritara su nombre él más rápido podía responder o mirarla, como en los partidos de básquetbol.
Pero al parecer algo en la casa no funcionaba, porque ella gritaba y llamaba a su hermano pero él nunca aparecía.
La chica no entendía que le hacia ese señor a su cuerpo pero si sabía que lo odiaba. Al final de acto que duró unas 2 horas y media, la chica no podía evitar sentir sucia, extraña y adolorida.
Como si ese señor le había quitado algo importante de ella.
Papá cuando el señor se entraba y se enfundaba en sus pantalones de vestir, sólo se inmutó en tomar su cabecera oscura y amenazar:
—Cuidadito con abrir la boca que yo puedo conseguir más dolor para la próxima, cielo —. Dijo eso antes de besar su coronilla.
La chica no paraba de llamar a su hermano mientras sollozaba.
Cuídense de la inestabilidad. Xoxo, Gailerita.
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Little Heaven.
Novela JuvenilHistorias extras acerca de la infancia de los hermanos Guerrero.