Luna Llena

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Domingo, 5 de Septiembre de 1971

Remus terminó el resto de la semana ignorando a los otros chicos tanto como pudo. Esa era una técnica que había adquirido en St Edmund’s - era mejor no ser notado, y mejor aún si nadie sabía nada de ti en absoluto. (Aún tenía un brazo entumido o la cabeza metida en el inodoro, pero en general nadie hacía un esfuerzo para meterse con él.) James, Sirius y Peter no eran para nada como los chicos de St Eddy’s, desde luego. Era lo que Matrona llamaría “bien educados”.

Sirius y James especialmente parecían venir de familias con dinero, podía darse cuenta por el modo en que hablaban de sus hogares, así como del modo en que hablaban - cada vocal y consonante claramente pronunciadas. Remus escuchaba atentamente y se decidió a dejar de soltar sus “H”.

No era solo sus acentos, sino lo que decían. Remus había crecido con adultos diciéndole constantemente “¡silencio!”, y con chicos que se metían contigo por ser un empollón si decías más palabras de las necesarias. James y Sirius hablaban como personajes de una novela; su lenguaje lleno de descriptivas metáforas y sarcasmo mordaz. Su rapidísimo ingenio era más intimidante que un golpe en la cara, pensó Remus - al menos eso se terminaba rápido.

Hasta ahora había evitado a los otros yendo a pasear alrededor del castillo. En St Edmund’s había tenido muy poca libertad personal, y se la pasaba mucho de su tiempo encerrado en habitaciones. En Hogwarts parecía no haber lugar a donde no pudieras ir, y Remus estaba determinado en investigar cada centímetro del extraño paisaje.

Les habían proporcionado mapas para ayudarles a encontrar sus salones de clase, pero Remus consideró el suyo carente y demasiado simplificado. No listaba, por ejemplo, un pasaje secretó que encontró que llevaba de las mazmorras a los baños de chicas del primer piso. No tenía idea de por qué diablos alguien necesitaría moverse entre ambos, y la primera vez que lo usó fue abordado por un fantasma particularmente irritante que le echó chorros con un jabón de mano. También hubiese sido útil, razonó Remus, animar el mapa del mismo modo que lo estaban los retratos - entonces al menos podrías seguir la pista de las ridículas escaleras movibles. Estaba seguro de que una de las habitaciones se movía también, nunca parecía estar en el mismo lugar que digamos.

Cuando llegó el Domingo Remus temía el Lunes, que no solo sería el primer día después de la luna llena, sino también el primer día de clases. Luego de la cena - que Remus la pasó solo, unos cuantos asientos lejos de Sirius, James y Peter - se dirigió rápidamente camino hacia la oficina de McGonagall. Ella lo estaba esperando, junto con la enfermera de la escuela, a quien ya había sido presentado. Era una mujer con pinta agradable y amable; aunque algo quisquillosa.

—Buenas noches, Sr Lupin —McGonagall sonrió — gracias por ser tan puntual. Vamos.

Para sorpresa de Remus, las dos mujeres lo guiaron no a las mazmorras, como pensó que harían, sino fuera del castillo, hacia un árbol muy torcido. El sauce boxeador era una adición reciente a los terrenos - Dumbledore había explicado en su discurso al inicio del año que había sido donado por un ex pupilo. Remus pensó que quien sea que lo donó realmente debió odiar la escuela, porque el árbol no era solo terrorífico en aspecto, sino irracionalmente violento.

Mientras se acercaron, la Profesora McGonagall hizo algo tan increíble que Remus casi grita del shock. Pareció que se esfumó - encogiéndose de pronto, hasta que no estaba ahí en absoluto. En su lugar se hallaba un pulcro gato atigrado de ojos amarillos. Madam Pomfrey no dio señal de estar sorprendida, mientras el gato corrió hacia el árbol, que estaba agitando sus ramas como un niño haciendo un berrinche. El gato fue capaz de correr directo al tronco del árbol, escapando de toda herida, y presionó con una pata sobre uno de los nudos de la corteza. El árbol se quedó quieto enseguida. Remus y Madam Pomfrey continuaron su camino, caminando hacia un hueco bajo el árbol el cual Remus nunca había notado antes. Adentro, McGonagall los esperaba, una bruja de nuevo.

El pasaje estaba débilmente iluminado por antorchas dando un resplandor verdoso, y bien al final se hallaba una puerta. Ésta abría a una pequeña cabaña, que parecía estar abandonada hace mucho tiempo.  Las ventanas estaban entabladas y las puertas atornilladas.

—Aquí estamos. —McGonagall intentó sonar agradable, aunque parecía un lugar muy lúgubre — Ahora espero que entiendas que no nos podemos quedar contigo, ¿pero si quisieras que Madam Pomfrey espere afuera hasta que la… transformación esté completa?

Remus se encogió de hombros.

—Estaré bien. ¿Cómo vuelvo en la mañana?

—Me acercaré en cuanto salga el sol —Madam Pomfrey le aseguró —, te remendaré y te haré irte a tus clases antes de que nadie se de cuenta de que te fuiste. —sonrió, pero sus ojos se notaban tristes. Ponía a Remus incómodo. Pero a estas alturas, estaba llegando a un punto de la noche en que todo lo ponía incómodo, su cabello le daba comezón, su piel se sentía muy tensa, su temperatura se elevaba.

—Será mejor que se vayan. —dijo, rápidamente, retirándose en la vacía habitación. Había un pequeño catre contra una pared con sábanas limpias. Parecía que lo habían puesto ahí para él.

Las dos mujeres se fueron, cerrando bajo llave la puerta detrás de él. Escuchó a McGonagall murmurando de nuevo y se preguntó que clase de hechizos estaría poniendo en la casa. Lo que sea que fueran, era mejor que ese horrible enchapado de plata.

Se sentó en la cama por un momento, luego se levantó de nuevo, inquieto. Se paseó por la habitación. A veces se sentía como si el lobo se arrastrara hacia su mente antes de que tomara posesión de su cuerpo, y mientras la oscuridad caía afuera sus sentidos se volvían más agudos, la caliente hinchazón del hambre comenzando en su vientre. Remus removió sus ropas rápidamente, no queriendo romperlas. Un latido sordo comenzó en sus articulaciones y se acostó en la cama. Esta era la peor parte. Su latido retumbaba en sus oídos, y podía jurar que escuchaba sus tendones crujir mientras se estiraban, sus huesos y dientes afilándose entre sí mientras se alargaban, su cráneo partiéndose y reformándose.

Gimió y siseó hasta que el dolor fue demasiado, entonces gritó. Solo podía esperar que estuviera lo suficientemente lejos de la escuela como para que nadie pudiera escucharlo. En total, demoró alrededor de veinte minutos - aunque nunca lo cronometró en realidad. Las cosas se volvieron confusas después de eso, no siempre podía recordar lo que pasaba una vez que se convertía en el lobo. Esa primera noche en Hogwarts fue una mancha borrosa, y se despertó con menos heridas de lo usual. Sospechaba que había olfateado el territorio no familiar, poniendo a prueba sus límites. Debió haber intentado lanzarse a sí mismo hacia las puertas o ventanas en algún momento, porque tuvo un mosaico de heridas bajando por su costado izquierdo por días luego de ello.

Transformarse de vuelta era igual de desagradable - un sentimiento aplastante, apretado por todos lados que lo dejaba sin aliento y adolorido. Se limpió lágrimas de los ojos y se arrastró al catre, agradecido por una tranquila hora de sueño antes de que el sol saliera completamente.

Madam Pomfrey regresó, como lo prometió. Hablando en tonos dulces, colocó sus frías manos sobre su febril frente.

—No me agrada la pinta que tienes —dijo, mientras él abrió sus soñolientos ojos —, es una locura, pensar que puedes empezar un día entero de escuela así. ¡Estás exhausto!

Nunca nadie había expresado un nivel así de preocupación por él, y no se lo tomó para bien. La hizo a un lado, jalando sus ropas.

—Estoy bien. Quiero ir.

Ella le hizo tomar algo antes de dejarlo pararse – tenía sabor frío y metálico, pero sí que lo hizo sentir mejor después. Se apresuró a la torre de Gryffindor a ponerse su uniforme lo más rápido posible - no quería perderse el desayuno, se moría de hambre.

— ¡¿Dónde estabas?! —James lo abordó en cuanto irrumpió en la habitación. Los otros tres chicos se encontraban ya levantados y vestidos, viéndose inmaculados – a excepción del cabello de James, que siempre se levantaba en la parte de atrás.

—En ningún lado. —Remus se abrió paso para tomar sus cosas.

— ¿Estás bien? —preguntó Sirius, apartando la mirada del espejo donde estaba alisando su propio cabello.

—Eso —agregó James, mirando cuidadosamente a Remus — te ves un poco raro.

Remus les frunció el ceño.

—No molesten.

—Solo estamos siendo agradables. —dijo Peter, las manos en sus caderas. Los tres miraron a Remus, quien estaba a punto de remover su camisa cuando recordó sus heridas.

— ¡¿Qué?! —Les gruñó —, ¿Me van a ver vestir? Ustedes niños ricos son un montón de maricones. —se marchó al baño con sus ropas y azotó la puerta. Luego de unos momentos escuchó a Peter quejarse de que tenía hambre y todos se fueron.




All The Young Dude I "Remu's Perspective"  (Español)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora