• Regalos •

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El cuerpo de Wei WuXian estaba ahí, pero su mente no.

Había tenido el sueño erótico más real de toda su vida. Literalmente se había venido.

Todo era culpa de Lan WangJi.

Mientras revivía una y otra vez esas indecorosas y muy obscenas escenas en su cabeza, el doncel olvidó por completo sus actividades, ni siquiera el humo negro y olor a quemado le hizo entrar en razón. Si no fuera por la voz de Wen Qing seguramente su casa hubiera terminado consumida por las llamas.

—WuXian deja de soñar despierto, se te quema el pan —regañó la chica, estaba más que lista para golpearle la cabeza si es que este no reaccionaba.

Regresando a la realidad se despabiló y notó como la rebanada de pan ahora sólo era un pedazo de carbón.

—Mierda —masculló distraídamente apagando todo.

Una vocecita más aguda se escuchó por detrás. —¿Mierda?

WuXian se giró enseguida para mirar a JingYi, captando su error.

—No, no, no dije eso y tú tampoco puedes decirlo, nada de malas palabras, recuerden —explicó queriendo golpear su propia cara contra la barra al haber olvidado la presencia de sus hijos—. Terminen su desayuno por favor.

Apenas iniciaba el día y ya era un caos, ¿qué más faltaba para empeorarlo?

Mientras Wei WuXian se lamentaba, Wen Qing suspiró negando al ver lo distraído que había amanecido su amigo, tanto como para olvidarse de los pequeños y soltar una palabra sin cuidado, algo en lo que WuXian siempre era atento en extremo. No es que tuviera el mejor vocabulario, pero sí que procuraba brindar una buena imagen cuando era requerido.

Wen Qing lo observó un poco más, esa mañana la mujer había decidido ir a encarar al doncel, evidenciando que ya estaba enterada de lo sucedido la noche pasada. Llegó dispuesta a reprenderlo, o eso leyó WuXian en su mirada cuando le abrió la puerta. Lo único que le salvó fue que sus dos adorables hijos también estaban ahí presentes, logrando retrasar su regaño.

El par de niños estaban por vaciar sus platos cuando se escucharon algunos golpes vacilantes en la puerta. Sin ir a revisar el doncel supo de quién se trataba.

—Ya llegó —avisó WuXian desistiendo en su intento por tostar más pan, la verdad ni hambre tenía, en su lugar abrió la puerta y le regaló una sonrisa al joven del otro lado—. Buenos días Wen Ning.

El Wen asintió sin verle, su rostro estaba rojo, todavía muerto de la pena por su último encuentro. —Bu-Buenos días...

Un silencio creció en el lugar, uno muy incómodo. Wen Ning miraba en todas las direcciones menos a la cara de WuXian, para el pobre chico era difícil borrar la última imagen, jamás imaginó mirar algo tan... indecoroso.

—A-Ning, ya deberían irse —sugirió Wen Qing salvando a su hermano al reconocer su incomodidad.

Wen Ning asintió varias veces de forma rápida y con torpeza. —Sí.

—Niños, tomen sus cosas —dijo WuXian señalando sus pequeñas mochilas y entregando sus loncheras, el par de infantes se dirigió a pasos rápidos y saltarines hacia la entrada, poco después el doncel los detuvo. —¿No se les olvida algo?

Regresando sobre sus pasos abrazaron a Wei WuXian, quien se había agachado a su altura para envolverlos en sus brazos, el par depositó un beso cada uno al mismo tiempo en las mejillas del doncel, y con voces infantiles, pero llenas de honestidad hablaron. —Te amamos.

WuXian sonrió y regresó los besos en las gordas y rosadas mejillas de sus hijos con sonidos sonoros, sacándoles varias risas. Esos niños eran su mundo.

Pequeño AccidenteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora