IV

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-¿Es su habitación?

-Sí, entra.

-¿Yo? Pero... -mira sus botas y se sacude un poco. Pasa y mira todo como si se tratara de una belleza natural. Sasuke tiene su habitación al estilo minimalista, sobrio como él mismo que parece hasta solo tener una emoción por momentos. Toda la pared es blanca y tiene dos plantas que crecen apuntando hacia el sol que se asoma de su ventana con persiana oscura corrida a la mitad para dejar pasar solo un poco.

Un escritorio, una silla, una cama y dos mesitas de noche. Un armario. Y en la pared colgada está una única foto de su familia. Naruto lo ve pasar sin prestar demasiada atención al santuario de su intimidad, abriendo otra puerta escondida en un costado.

-El baño. –le explica. –Te daré ropa limpia.

Naruto sonríe y asiente y deja el sombrero sobre la silla del escritorio. Se asoma a la ventana y ve la ciudad.

-Aquí en la ciudad todo huele raro.

-Sí, se llama contaminación. –le dice sin mucho interés, hurgando en su armario. Quiere que se vea bien, no quiere ni una queja de sus padres, pero tampoco puede notarse las intenciones por lo que las camisas de vestir no están bien. Nunca lo ha visto con una camisa tipo polo, ¿le gustarán? Lo ve saludando a las plantas y nota su espalda ancha.

-Dame mi reloj maldito mocoso prepuberto. –le farfulla sin despegar mucho los dientes, disimulando pues la matriarca está ahí, sacando más platos de la alacena.

-Naruto me dijo que todo lo que es de él, es mío. –le susurra igual y bebe su jugo.

-Eso no es suyo, es mío. –no lo mira y toma su taza de café él.

-Estaba en su cuarto.

-Porque me metí a bañar ahí. –le reclama de nuevo agachándose un poco para ser más certero.

-Sasuke, su pan. –interrumpe la lucha Naruto, asomándose un poco con un plato y pan recién tostado con una barrita de mantequilla solo para él. Un cuchillo brillante de dientes diminutos y poco afilado y una florecilla recién cortada adornándolo todo, aun con las gotitas de rocío sobre ellas. Sasuke lo admiró frente a él todo aquello y al subir la mirada, Kushina no parecía dar crédito a aquello. Jamás se sintió más abochornado en su vida. –espero que sea lo que deseaba.

-Naruto. –su madre le llama y lo hace ir hasta con ella para jalarle la oreja hasta que cae de rodillas. Se susurran cosas, no quiere ni ver, se siente enojado, (enamorado) por lo que acaba de hacer. Y el mocoso a su lado no deja de verlo mientras engulle su pan blando, llenándose las mejillas.

Toma la flor fingiendo rudeza pero la cubre con ternura bajo el mantel sobre sus piernas, come en silencio aun si Naruto se sienta al otro lado y se masajea la oreja.

-Naruto... -Konohamaru se inclina hacia adelante para verlo. -¿te vas a casar con él?

-¡¿Qué?!

-... Ah... cállate, estás muy niño, dattebayo.

-¡Naruto! –lo encara él ahora.

-¿Entonces por qué le das la flor? Eso es una declaración de amor ¿no?

-¡No! No... es... es... otra cosa, no es lo mismo, estás muy chico, ya te dije, póngase a comer. –se niega y mira a su madre, a Sasuke, su madre, al niño, baja los ojos y suspira. Lo mira de nuevo de reojo y Sasuke bebe su café y cierra los ojos, se conectan, se entienden y dejan el tema. Por fin lo ve sonreír aliviado y comen.

La irreverente historia sobre cómo Sasuke encontró al amor de su vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora