Epílogo

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Sonreí al sentir su beso en mi mejilla y su voz dándome la bienvenida a un nuevo día. Moví rápido el cuerpo y el brazo para atraparla, pero solo la escuché reír cuando mi mano apenas rozó la tela de su pijama. Enterré la cara en la almohada, gruñendo ante su huida definitiva de la cama y del claro gesto de que debía hacer lo mismo. La sentí coger la bata que siempre dejaba en el borde del colchón, así como un suave jalón a mi pie derecho por si no había despertado del todo a lo que me quejé solo por el gusto de tener su risa un poco más. La escuché abrir el grito del baño y el tarareo de alguna canción infantil, para luego escuchar la puerta cerrarse y de inmediato otra abriéndose.

En ese momento decidí abrir apenas un ojo, viendo su sensual figura salir por la puerta, con todo el cabello hacia un lado, el cual iba trenzando con suavidad, dándome la oportunidad de deleitarme con el largo cuello que adoraba besar. Bajé la mirada de su cuello a sus caderas y a las torneadas piernas, para terminar de apreciar toda su figura con los pies descalzos y estirando los brazos para terminar de desperezarse, preparándose para un nuevo día. Me di la vuelta de nuevo, mirando hacia el techo y enfrentándome de una vez por todas a la luz del sol entrando por la ventana.

Sonreí con ganas ante el ruido que inundo la casa, no había mejor sonido que ese, que esos gritos, las carreras y la voz de ella intentando controlarlo todo después, así como la ligera queja de una voz infantil al ser besado empalagosamente, contrastando con la risueña risa de la otra voz. Eso me bastaba para llenarme de energía para salir de la cama, entrar apresuradamente al baño, asearme y luego bajar corriendo.

La imagen que me recibió era como todas las mañanas, pero no por eso perdía valor para mí, de hecho, estaba seguro de que algún día añoraría justo el aquí y el ahora. Así que me detuve y me recargué en el marco de la puerta. Sonreí sin dudar, admirando y detallando una vez más la escena como cada mañana, no existía día en que no me quedara algunos segundos justo en este lugar para hacerlo, para darme cuenta que tenía mucho por lo que agradecer después de todo.

Había pasado tantos años de aquel niño huérfano que soñaba con sus padres, que cada navidad pedía de deseo tenerlos o saber algo más de ellos que las mentiras que crearon para mí los Dursley, deseando tener lo que los otros tenían, lo que miraba en la escuela o soñaba dentro de aquella alacena donde aún no existía la magia u otro mundo además del que conocía, dibujando a veces lo que imaginaba si tuviera otra vida. También el Harry adolescente lo soñaba, pero de una distinta manera, solo quería una vida normal y tranquila, al lado de la familia que había conocido, al lado de Sirius cuando apareció, del director y de Remus con la familia que consiguió al final, pero lo más importante, mantenerme con vida para lograrlo, vivir lo suficiente para una vida sin dificultades o sin amenazas de muerte.

Después de que todo acabó, de que Voldemort murió, sólo me quedó un desosiego enorme y la sensación de que una vida normal era mucho más lejana que antes. No sabía porque, pero lo sentía de esa manera, que una vida tranquila, en paz, eran todavía una epifanía para la que no estaba preparado para mí gran terror. Y no me quedó más que seguir, como siempre, sobrevivir y adaptarme, pero con la idea de que ya no deseaba más batallas o guerras, nada de hechizos, de huidas, o arriesgar la vida que tanto defendí; sólo quería salvar, salvarme y ayudar a los demás, así que convertirme en sanador fue lo mejor, un dolor de cabeza durante las pruebas, clases y prácticas, pero era lo que deseaba para lograr la clase de vida que visualizaba, la que empezaba a querer con ansias renovadas.

Pero aquel sueño infantil, el sueño adolescente seguía ahí, guardado con gran celo, escondido en lo profundo de mi mente y alma, al que pocas veces sacaba a la superficie, pues no quería ilusionarme de más, ni siquiera cuando Ginny estaba conmigo me permitía recordarlo, pues todos los horrores estaban tan resientes que hacerlo era como seguir idealizando una fantasía que creía demasiado irreal todavía, más inalcanzable que nunca.

Las heridas de mi princesa | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora