-Segundo baile: Sir Lancelot-

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—¡Definitivamente estás loca! —grité cuando los movimientos de varita de aquella bruja malvada se detuvieron al fin. Había gritado durante todo el proceso, pero ella pareció quedarse sorda, pues jamás se detuvo y jamás dejó de sonreír.

—No lo estoy, ahora siéntate antes de que te obligue —amenazó, señalando con un dedo el taburete delante del tocador.

—¡No! Voy a quitarme esta ridiculez. Es más, no iré —dije intentando controlar mi enfado.

—Ya habías dicho que sí. Tienes que ir, todo el mundo espera verte en aquella fiesta y Narcissa lo ordenó —aclaró Astoria en protesta, como niña caprichosa.

Me masajeé las sienes. Nuevamente me encontraba en una encrucijada que yo misma había propiciado, pero no podían culparme, nadie podía decir que no lo intenté, que no supliqué que me dejaran en paz, que no amenacé con varita en mano para que dejaran de hablar de lo mismo. Lo hice, hice todo. Pero aquel matrimonio Malfoy era un dúo cruel e insistente, agotadores a limites que ni siquiera alguien que fue torturada por Bellatrix o quemada por el fuego demoniaco, podía resistir, como era mi caso. Ya hubiera deseado Voldemort tener a Astoria en sus filas, porque con aquel rostro de niña buena engañaba a todos, para luego demostrarte que era todo, menos buena.

Había pasado una semana entera, siete días antes del siguiente baile, escuchando a Astoria y a Draco intentando convencerme de asistir, había negado cada una de esas veces, pero terminé tan agotada de las voces, de los argumentos y los chantajes, que al final dije que sí para que me dejaran en paz, con un plan más que elaborado para escapar esa noche, pero no contaba con que Draco aparecería en mi departamento temprano, antes de desaparecer a mi vieja y polvorienta mansión donde no me buscarían, y me sacara cargada sobre su hombro para dejarme a merced de la serpiente malvada que tenía por esposa. Grité, golpeé su espalda y pecho, lo insulté y amenacé con mi varita, otra vez, antes de que llegara Narcissa levitando una enorme caja blanca con un brillante lazo de plata. Una sola mirada de ella me detuvo por completo e hizo sonreír a Draco, sabiendo que no le haría nada enfrente de su madre, quien sólo me pidió que me comportara y me vistiera con lo que había traído.

—Pero, Narcissa... —intenté protestar, pero una mirada de advertencia me detuvo. Definitivamente nadie podía llevarle la contraria, te miraba como solo una madre podía hacerlo.

—Ya habías dado tu palabra, querida, ahora tienes que cumplirla.

—Pero ellos me atosigaron, por supuesto que diría que sí padeciendo la tortura de sus voces todo el día —repliqué con las manos al aire, mirando al techo.

—¡Oye! —se quejaron ambos.

Narcissa sonrió divertida y se acercó a mí con tranquilidad, tomando mi rostro entre sus suaves manos. Miré aquellos azules ojos e hice un mohín, sabía que estaba perdida, que ya estaba metida hasta el cuello ahora. Adoraba a Narcissa, tanto como quise a mi madre, más cuando ella murió y Narcissa estuvo ahí conmigo.

—Anda, dulzura, ve a vestirte y diviértete como la otra noche —pidió, para después besar mi mejilla.

—¿Ustedes no irán? —pregunté y ella negó, soltando mi cara.

—No. Lucius dijo que con una fiesta de disfraces era más que suficiente, iremos la próxima semana. Pero ustedes tienen que hacerlo.

—Está bien —me resigné.

—Te verás hermosa, yo misma lo escogí —guiñó un ojo y luego se alejó— Un maquillaje igual de intensó le quedara muy bien, los labios en rojo manzana esta vez, Astoria, y el peinado... —la vi pensarlo mientras tomaba entre sus dedos un mechón de mi cabello negro— No tan elaborado, más desarreglado, a la altura del cuello.

Las heridas de mi princesa | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora