Atrás del baile

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Hola. Sinceramente, no pensé que el epílogo tuviera tan buen recibimiento. Fue algo que no esperaba para nada, por eso no lo había publicado, teniéndolo desde hace mucho ahí guardado, pero al ver que les gustó, decidí publicar esto, que podría tomarse como un extra entre el capítulo tres y cuatro. 

Espero que les guste de igual manera. 

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Me dejé caer sobre el respaldo de mi silla una vez que la puerta cerró del todo. Sonreí satisfecho, pues ese había sido mi último paciente de la tarde, mi jornada estaba completa y al fin podía irme a casa. Suspiré con algo de pereza y me quité los anteojos para restregarme los ojos, antes de volver a ponérmelos, sintiéndome ya listo para salir de San Mungo.

Sonreí sin poder contener mi emoción, en casa me esperaba un proyecto sumamente importante: la decoración del jardín encerrado. Ese lugar tenía que quedar como sacado de alguna de esas películas clásicas que a Hermione le encantaba ver, y aunque mi experiencia era nula y mis gustos muy cuestionables en ámbitos de decoración, no podía dejar sin supervisión aquello, porque todo era un regalo para ella y sería entregado el día de mañana. Bufé una vez más ante eso, estaba emocionado ante la perspectiva de su llegada, pero no lo que la llevaría ahí en primero lugar.

No sabía en que momento acepté aquello, aunque ahora podía decir que fue un golpe de suerte, que una vez más la vida me podía demostrar que aun había sorpresas para mí, sorpresas agradables y maravillosas. Pues eso era ella era una sorpresa completa aquella primera noche, una estrella maravillosa andando en aquel salón de los Nott y haciéndome agradecer haber dicho que sí al ministro cuando propuso la loca idea de tres bailes para Halloween como un método de convivencia y tregua para todos. Así que prácticamente dos días después de aquel primero baile, mirando a través de la ventana aquel sitio que no tenía razón de ser, la soñé a ella caminando por ahí, en ese pequeño jardín de mi casa que no tenía más que una fuente y un árbol demasiado simple para ella.

Así que con la esperanza de hacer mi sueño realidad, me puse manos a la obra para hacer de ese lugar un sitio digno de ella. No más flores, no más una docena de rosas o jazmines, no, eso no bastaba para mi princesa, ella merecía un jardín completo para ella sola. Sólo esperaba que no lo viera excesivo, que no pensara que era demasiado o se asustara con el hecho de que ese jardín estaría en mi casa, que no saliera corriendo al darse cuenta de que para disfrutar de aquel espacio tendría que quedarse conmigo. Y si era para siempre, mejor para mí. Aun así, ella podría verlo como algo demasiado violento para una pareja que no ha tenido ni siquiera una cita y lo más que han hecho ha sido compartir un beso en una fiesta ajena. Un beso que aún me hacía padecer insomnios y por lo cual llegaba más cansado que nunca al hospital.

En fin, sólo quería darle un regalo y hacerla feliz, infinitamente feliz. Aunque si aceptaba compartir su felicidad conmigo, se lo agradecería mucho, pues ese era mi objetivo en primer lugar.

Me levanté de la silla y terminé de acomodar mis papeles sobre el escritorio y coloqué un par de expedientes en el archivero. Necesitaba limpiar ya el papeleo que siempre tenía antes de que yo mismo me confundiera o perdiera algo por tanto desorden. Ser tan ordenado no era lo mío, a pesar de los consejos que me daba siempre Hermione para que no me abrumara, y por el bien de todos tendría que serle caso ya.

Acomodé con un pase de varita las plumas y las fichas medicas sin usar, así como los regalitos o adornos que algunos de mis pacientes me habían dado.

Dejé la varita sobre la madera una vez terminado y tomé del perchero mi chaqueta. Empezaba a hacer mucho frío y lo único que deseaba era estar ya en casa y poder echarle una ojeada a los avances en el jardín, donde mi elfo y los que contrató él, trabajaban arduamente para dejarlo lo mejor posible.

Las heridas de mi princesa | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora