-Tercer baile: La dama del antifaz-

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Capítulo 4

Di una vuelta, y otra, y otra, y otra más sobre la alfombra de mi recamara, si estuviera Draco aquí, diría que ya lo tengo mareado, hasta yo me sentía ya un poco cansada y mareada de hacerlo, pero no podía parar. Miraba al techo desesperaba y miraba al suelo resignada, sintiendo como los dedos de mis pies se metían entre la mullida alfombra blanca. Me pasé las manos por el cabello y sentí mis dedos enredarse, de seguro estaba hecho un desastre, pues había salido del baño sin secarlo o peinarlo, pero eso era lo de menos, por este momento no me importaba que tan mal pudiera verse.

Miré de nuevo sobre mi cama, donde la caja negra con un lazo de seda igual negro estaba totalmente abierta. Había apartado con temor el papel de seda blanco que dejaba al descubierto mi atuendo de esta noche. Lo había abierto por pura curiosidad, quería ver el color solamente, sin tener otras intenciones, sabiendo ya lo que me encontraría: un nuevo vestido de princesa, aunque me sorprendió demasiado el color.

Era dorado, demasiado dorado a mi parecer. Tan dorado como la casa de Gryffindor, como los hilos del león rampante que Potter uso en su vestuario en el primer baile de Halloween, como los cabellos de mi madre, como el juego de té de la abuela. Siempre había preferido la plata, me parecía que era fría y brillante, como trozos de luna derretida, más sutil y suave también, iba más conmigo. El dorado era demasiado llamativo, intenso, cálido, como el sol, opacando siempre lo demás, y algunos podrían decir que eso me agradaba, pero no, así que no entendía porque Narcissa y Astoria habían escogido ese color para mí.

Aparté la mirada de aquella caja que parecía gritarme que estaba ahí esperando por mí, y volví otra vez a la misma caminata que llevaba haciendo desde hace casi una hora, sin querer acercarme a ella todavía, me dolían ya los pies, pero no pensaba detenerme. Sabía que se me hacía tarde, demasiado tarde. La invitación decía que la fiesta iniciaba a las veintiún horas y ya casi eran las diez y yo seguía sin ropa y sin maquillaje, tentada a no a aparecerme por ahí. Pero lo había prometido y no era como si cumplir mis promesas me importara, no cuando me convenían a mí, pero se lo había prometido a él y a mí misma de algún modo. Y tampoco es como si fuera muy valiente en realidad, pero no era un ser cobarde, aunque algunos opinaran lo contrario; sí, podría dudar de casi todo ahora y podrían temblarme las piernas casi siempre, más en su presencia debía admitir, pero no era ninguna cobarde, fui la princesa de la casa más importante de Hogwarts, que se jodiera el resto si pensaban que era cobarde.

Me pasé los dedos por la ceja con nervios. No podía creer que había pasado ya una semana entera de la noche del baile y hoy se celebraría la última fiesta por Halloween. Había sido una semana pesada, había intentado por todos los medios olvidarme de lo que sucedió, de lo que dijo, de lo que prometió y de lo que yo prometí. Había trabajado más rápido que de costumbre, sin detenerme un minuto y había evadido a Draco, y quien lo conociera sabía que ese rubio podía ser demasiado persistente y desesperante cuando quería. Pero lo entendía y aprecié el hecho de que sólo estuviera preocupado por mí, pues notó que no paraba a descansar un minuto o comer durante el día y me iba solo cuando él me obligaba, llegando a mi casa tan exhausta que sólo me daba una ducha y caía rendida sobre mi cama, a veces durmiendo desnuda pues ni ganas de buscar algo de ropa me daba.

Pero el día de ayer había sido demasiado, no pude más con lo que sentía, por más que lo intenté, por más que me obligué a mantener la calma, los nervios y la presión pudieron conmigo. Y estar así, había hecho que cometiera errores tras errores en mi trabajo, con la mente agitada, con las manos temblando, errores que Draco notó. Sabía que, al igual que yo, él había intentado mantenerse tranquilo también, no preguntar o cuestionar nada, como lo había hecho durante la semana entera, pero pude notar que estaba a punto de explotar, pareciendo un mar intranquilo bajo un cielo gris; no tardó en hacerlo, explotó y yo lo hice también al escucharlo, no soportando la presión que ejerció sobre mí.

Las heridas de mi princesa | HansyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora