Parte 2

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Draco se despertó con un gemido, su visión borrosa y un dolor ardiente palpitando en su nuca y hombro. Trató valientemente de recordar cuándo se había quedado dormido y por qué tenía tanto dolor pero su mente seguía tercamente en blanco. Aturdido, recorrió la mirada por la habitación en penumbras en la que se encontraba, tratando de identificar el pequeño y sórdido sótano con alguno en que hubiera estado alguna vez antes. No podía.

Fue el entumecimiento en sus muñecas lo que finalmente atrajo su atención al hecho de que no podía mover sus brazos. Miró hacia abajo, y descubrió que estaba sentado, los brazos atados tras su espalda a una silla, y sus tobillos atados a las patas de su asiento. Draco tragó duro, parpadeando unas cuantas veces mientras silenciosamente rogaba despertar. Estaba soñando y necesitaba despertarse antes de que la pesadilla se volviera aterradora.

No despertó y según pasaban los segundos su pánico iba en aumento.

Estaba atado. Estaba atado en un cuarto en el que no había estado antes, sin ventanas a la vista. Había sangre en su pecho procedente de la herida en su cuello -su pecho desnudo porque estaba sin camiseta-. Alguien le había rajado el cuello, bajado su cuerpo inconsciente a su sótano, y después atado para que no pudiera escapar. Oh, mierda.

Tiró de sus brazos experimentalmente, estremeciéndose cuando sus miembros entumecidos protestaron, punzando de dolor hasta su cuello palpitante. Después lo intentó con sus piernas, mirando con terror las pesadas botas que se había puesto, que haría imposible liberarse de ellas con facilidad. Joder, ¿qué jodidos iba a hacer? ¿Se trataba de un rapto? ¿Aún había mortífagos buscando su cabeza? ¿O alguien le había raptado en la calle para pedir un rescate a sus malditos padres?

No pagarían.

Quizás si sus notas hubieran sido mejores. Quizás si hubiese conseguido ganar la copa de quidditch. Draco era una constante decepción para sus padres por más que se esforzara. Esto lo había aplastado en todos los niveles y ahora iban a asesinarle, cualquiera que fuera la razón.

Tratando de mantener la respiración bajo control, Draco tiró desesperadamente de las ataduras en sus brazos, siseando de dolor mientras tiraba con todas sus fuerzas. Se detuvo después de un minuto, frustrado al encontrar que lo que fuera que lo sostenía en el lugar se apretaba más y cortaba su circulación. ¿Quizás podría romper la silla? Eran sólo unos cuantos trozos de madera y unos tornillos de metal. Si pudiera romperla en trozos, sería capaz de liberar sus muñecas.

Decidido, se puso de puntillas y después se estrelló contra el suelo de hormigón con todas sus fuerzas. Jadeó cuando se inclinó hacia atrás peligrosamente en las patas traseras y estuvo cerca de caer.

—¡Joder!

Rápidamente se inclinó hacia delante en la medida de lo posible que sus restricciones se lo permitían, y jadeó pesadamente de alivio cuando recuperó el equilibrio. Lo último que necesitaba era abrirse la cabeza contra el maldito suelo mientras trataba de escapar.

Se quedó quieto cuando escuchó un ruido, y angustiado entrecerró los ojos para escudriñar dentro de los oscuros rincones del sótano. Contuvo la respiración cuando alguien se le acercó, tratando desesperadamente de ubicar al altísimo hombre musculoso que le miraba fijamente con unos ojos verdes. Bajo el pelo negro, goteaba sangre de la mandíbula sin afeitar del hombre, sus carnosos labios humedecidos con el mismo color. Exhalando bruscamente, Draco empujó en el suelo con los dedos de los pies, raspando al moverse hacia atrás y unos colmillos extrañamente familiares brillaron cuando el poderoso hombre se precipitó hacia delante. La herida pulsó en su garganta, y el recuerdo de unos dientes hundiéndose y un gruñido inhumano lo golpeó como una perforadora.

—Joder, Potter. ¿Qué mierda? —Draco jadeó, su voz quebrada. El moreno dio otro paso adelante y Draco estaba ahora seguro. Harry era más grande, más alto y más agresivo de lo que jamás había visto al chico antes, sus músculos hinchados, la mandíbula en tensión. Había algo bestial en la mirada del moreno que le hizo estremecerse ardientemente. —¿Qué... qué estás haciendo?

MORDEDURA DE APAREAMIENTODonde viven las historias. Descúbrelo ahora