4. Fría

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- Tenga. - Escucho. Es Jimbo, un hombre alto y grande. Con grandes músculos y una piel color café. Me tiende una de sus grandes manos con unas hojas. -Mi pueblo comía tiburones. Si calientas estás hojas en agua y después la mezclas con su agua, se quedan muy calmados, casi dormidos.

- ¿Porque sigues teniendo estás hojas? Hace años que no vas a tu hogar. - Le pregunto.

- También se fuman, te hacen dormir rápido.

- Gracias. - Le contesto y le doy varias monedas de oro. Me gusta recompensar a quien es útil. Con un poco de suerte, el resto de la tripulación aprenderá.

Dejo el barco cerca del muelle, pero no en él. Le explicó a Conrad lo que debe hacer. Y sugiero a mis grumetes que cierren la boca o les cortare la lengua. Aunque sé que no lo harán. Con el barco solo, hiervo las hojas que me ha dado Jimbo. No sé cómo haré para que se duerma, ha tirado el agua del barril. Cojo también un par de redes, por sea caso. Respiro profundamente y ya escucho como empieza a gritar.

- Cualquiera entra aquí ahora. - Digo y abro del tirón.

La bestia semi-humana está en el barril. De alguna forma, ha conseguido volver a levantar el barril, pero el agua sigue en el suelo. Por suerte las maderas hace tiempo que dejaron de estar bien juntas y el agua poco a poco se filtra a la bodega. Ella me observa, pero ha dejado de gritar. Gruñe si me acerco demasiado. Echo un rápido vistazo a mi camarote, que está destrozado. Las estanterías y la cama están llenos de finos cortes. Y las mantas de la cama ahora son más bien trapos.

- ¿Que pasa contigo? - Le digo como si pudiera responderme. Por supuesto no lo hace. Solo me observa con sus grandes ojos. Tiene ambas manos en el barril, pero se mantiene dentro. Me acerco a la puerta y de sus muñecas, de pronto, emergen dos membranas. Parecen frágiles, pero no pienso quedarme a comprobarlo. Salgo y cierro la puerta, aunque estemos solas. Tengo que buscar una nueva habitación, esta es muy pequeña. Recuerdo un pequeño almacén que dejamos de usar. También tenía cerradura, así que es ideal. Al abrirlo para ver su estado... Bueno, lo recordaba más pequeño. Es bastante grande, servirá.

Bajo al mugriento dormitorio de los grumetes y me llevo la hamaca más limpia. También me llevo un barril de cerveza lleno, me servirá para apoyar la lámpara de aceite, y, además, ¡Tendré cerveza junto a la cama! Más tarde moveré los muebles de mi habitación, ahora necesito pensar donde meteré a la sirena. Un barril es demasiado pequeño y no quiero dormir sabiendo que puede salir en cualquier momento y cortarme el cuello. Tampoco quiero dejarla sola, no quiero que me la roben. Ahora que lo pienso, tenemos una jaula para tiburones, metí a un corsario en ella. Aunque... Creo que nunca la recogí.

Camino hasta la punta de mi barco, donde veo una cadena colgando de la sirena que decora el armazón. Que irónico. Coloco una cuerda en la cadena y la hago pasar por las poleas que izan las velas. Gracias a este mecanismo que me enseñó Jayr, subir cosas pesadas es bastante sencillo. Una vez en el barco, descubro que el esqueleto del corsario aún sigue ahí. Bueno, lo tiro por la borda, no lo quiero para nada. Con dificultad y después de un tiempo considerable, logro colocar la jaula en mi nuevo camarote. Colocare el barril con agua dentro, así no se morirá. Con ayuda de un par de clavos, fijo la jaula al suelo. Los barrotes parecen firmes y la cola de esa cosa era enorme y bastante gorda, la verdad. No creo que pueda sacar más que su parte humana entre los barrotes. Tampoco tiene nada que pueda agarrar así que es perfecto. 

Una vez colocado el barril con agua y la mezcla de hiervas, solo me queda la bestia. Con la red en una mano y el trabuco en la otra. Abro la puerta. La sirena está donde la dejé, y no pierde detalle de lo que llevo en las manos. Le lanzó la red, y mientras trata de quitársela, disparo a la base de hierro del barril. El sonido, asusta a la sirena y aprovecho el momento para coger los cuatro extremos de la red y patear las maderas del barril. Arrastró la red hasta el almacén que por suerte está en el mismo piso. Una vez en la nueva habitación, cierro la puerta con llave. Al volver la vista a la sirena veo que ella mira fijamente el barril con agua. La apunto con el trabuco y ella me enseña sus terribles dientes. Yo le sonrió y muevo el arma, instándola a que se mueva.

Con gran rapidez se mueve hasta el barril y se mete dentro de cabeza. Cierro la puerta de la jaula y coloco el candado. Respiro con alivio. Mientras muevo todo lo de mi habitación a esta, voy vigilando a la sirena. Mantiene media cara fuera del agua, observándome. Mientras redecoro un poco la habitación, me da la sensación de escuchar una especie de risa macabra detrás de mí, pero al girarme, la sirena tiene los ojos cerrados. Con cuidado, me acerco y agarro mi pistola. Con la punta del trabuco, le doy un par de golpes en la cabeza. No se mueve. Con una mano, muevo el barril con fuerza, haciendo que un poco de agua caiga fuera. Ella gruñe y abre muy poco los ojos, después vuelve a cerrarlos, como si le pesaran. Creo que está sedada. 

Coloco el trabuco cerca y abro la jaula. Meto ambas manos en el agua para sacarla, pero pesa demasiado. Ni siquiera logro sacar medio cuerpo del agua. Está claro que su cola pesa como una ballena. Bueno, no me queda más remedio. De una patada tiro el barril al suelo, con ella dentro. Cae sobre el suelo de la jaula, la arrastró fuera para observarla mejor. Algo en su cuello se mueve. Parecen branquias, como la de los peces. Pero tienen forma de media luna. Suben por la zona del cuello y bajan hasta la nuca. Empapó una sábana en el agua que he tirado y se lo coloco en el cuello.

Su piel está fría y tirante. Tiene el tacto de un ser humano, solo que mucho más frío y húmedo. Su pelo es de color gris, un gris muy claro. Y el pelo es muy largo, le llega hasta la mitad de la espalda. Su piel es de color blanco impoluto. Tiene una especie de algas unidas con lo que parecen huesos o espinas de peces. Que le tapan el torso. La curiosidad mueve mi mano y le subo esa especie de tejido primitivo. Está cosa... Tiene pechos ¡y pezones! Los agarro con las manos, son pequeños y los pezones son de color azul. El tacto es definitivamente humano. Paso la mano por su vientre hasta llegar a la cola. Esa gran cola azul, de un color más oscuro que sus pezones. Es resbaladiza y puedo notar las escamas tan pequeñas que la forman. No parece tenga ningún hueso en la cola, todo lo que toco es carne y está duro. La aleta que tiene al final de la cola es... Muy larga. Y muy fina.

- ¡Ah! - Musito cuando me cortó al tocarla. Es un buen corte. Esa aleta es muy afilada. Subo la mirada a su cara, sus ojos continúan cerrados. Sus pómulos son tan marcados, que parece que podrías cortarte la mano al acariciarlos. La giro un poco para ver si espalda. Tiene otra membrana que le recorre toda la espalda hasta llegar a la cola. Toco con cuidado el inicio de la cola, debajo de la espalda. Plano. Me río de misma. Pensaba que, al tener tetas, también tendría culo, pero parece que no. De todas formas, ¿estás cosas que hacen con lo que comen? ¿No cagan? ¿Y cómo tienen sexo? No veo ningún orificio interesante. Bueno, será mejor que la devuelva al barril, no quiero que se despierte. Y para que luego digan que soy una insensible, le coloco bien el top antes de arrastrarla dentro del barril. Una vez más voy a por agua, siento que me estoy pasando el día con el maldito cubo.

- Capitana. - Escucho a Conrad. - Tengo el oro.

- Bien. - Digo tomándolo. - Espera aquí Conrad, necesito algo más de tí.

Rápidamente agarro un par de hojas de las que me dio Jimbo y se las entrego.

- Necesito un saco grande con estás hojas. Si alguien te pregunta, diles que es para fumar y dormir.

Conrad me mira unos segundos, esperando más información. Pero al final asiente y vuelve al bote. Por eso me cae bien Conrad, sabe cuándo callarse.

- ¿Capitana?

- Lo necesito con urgencia Conrad.

- Si, lo sé. Pero... Hay algo en el agua.

Serás míaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora